"Hace falta tener un caos en sí, para parirle al mundo una estrella danzante"
Federico Nietzsche en el prólogo de "Así Hablaba Zaratustra".
La mejor manera de homenajear a nuestros próceres es echándolos al olvido. No hay peor forma de martirizarlos que levantarles una estatua o exhibirlos en algún óleo. Sería prolongarle sus angustias sin darles chance a ponerse a salvo de esa soledad de bicho raro ni del vil parloteo de los los transeúntes.
Ahora, ¿qué importa a ellos los dias soleados y el buen tiempo o si a media noche al travesti converso le hace el amor en la banca contigua el borracho de ocasión?
Esa sí qué es condena!. A no ser que la historia esté ajustando cuentas a su manera.
Vienen los dias patrios y con ellos el disgusto de éstos augustos forjadores de nuestra nacionalidad. Entonces, el pobre hombre, en su rigidez metálica, tiene que hacerse el de oidos sordos ante toda esa cháchara de sandeces sobre su desbocado heroismo y virtudes excelsas.
Al final, cuando han terminado los discursos y la plaza ha quedado vacía, ha sentido ganas de lanzar un puntapiés y mandar al diablo aquél cúmulo de ofrendas y la amarga sensación que ni siquiera la muerte le ha alcanzado para que lo dejen en paz.
En ese momento, lo único que agradece a Dios es no haberlo puesto a vivir al lado de tanto necio e impertinente.
Manuel Donado Solano.
Este texto pertenece al libro "De los Naufragios del Alma y Otros Infortunios"
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