Me cuentan que también a usted estuvo a punto de reventársele el corazón y gritar hasta el delirio, aquella tarde en que aparecieron los primeros volantes anunciando la llegada del nuevo enviado de Dios.
Si Matilde, admita que nunc a antes había estado frente a semejante acontecimiento y veía la oportunidad de poner la maligna tenacidad de esa parálisis que consumía a su hijo, en manos del nuevo mesías.
Si mal no recuerdo, usted vino de los lados del Cauca, apretujada entre las otras señoras que se apiñaban sobre la lancha de carga, con la esperanza de remediar todos los males. Vendió los últimos marranos que alcanzaron a sobrevivir a la creciente mas espantosa de estos años y como pudo se embarcó con su pequeño.
Nadie volvió a saber más de usted desde aquella tarde cuando la vieron subir las escalinatas que conducen a la albarrada, cargando al pequeño con sus abarquitas de cuero y el sombrerito de paja. Creo que era un jueves, y nunca el calor había sido tan insidioso ni las gentes tan impacientes, que Maguey parecía reeditar una de las tantas ferias que la hicieron tan famosa en siglo antepasado. El comercio no daba abasto y las calles atiborradas de vendedores de refrescos y escapularios, eran casi interminables. Allí conoció la majestuosa catedral, un poco desolada, ya que los feligreses decidieron darle un nuevo voto de confianza a aquel advenedizo que se decía el portador de los milagros que restablecerían a los atribulados habitantes de la región. Todo este aspaviento parecía un síntoma de buenos augurios.
Hasta presenció el fuerte altercado entre aquel grupo de muchachos alegres que trataban de improvisar un templete que le sirviera de pulpito al nuevo mesías, y el vicario de la diócesis. Pero no paso a mayores.
Pienso que usted también sintió lastima de aquel viejito tembloroso, embutido en une sotana gris, increpando las irreverencias de aquel tumulto.
De veras que fue un sermón aleccionador lo que les grito. Usted nunca había escuchado a un viejito de esa edad, como salido de un libro de Historia Sagrada, perorar a voz en cuello sobre las prevenciones que se citan en la biblia acerca de la llegada de los falsos profetas. Pero usted no pensaba en eso, sino en el mal que poco a poco inutilizaba al pequeño que descansaba sobre su hombro.
Si Matilde, usted es capaz de darlo todo con tal de ver a su niño corriendo y saltando como los demás, sin necesidad de arrastrarse y de partirle el mal lentamente.
También sé que erró de un lado a otro, comiendo mal y durmiendo en pensiones de mala muerte; que sólo se topó con Magdaleno, aquel tuerto bueno y callado que decidió salir de su escondite mucho después que golpeara a su patrón por tirano y burlón. : ´´hay comadre, si todas las madrugadas era la misma cantaleta al pie de la hamaca gritándome: Magdaleno, Magdaleno un hombre con un solo ojo que tanto puede dormir, leván tese Magdaleno´´.
Claro, seguro que ese hombre grande y tonto no podía mentir, en su rostro se veía el apremio de aquel que actúa para hacer respetar su honor. Y ahora, tanto él como usted estaban de acuerdo en que había que resistir, con la ayuda del enviado, los golpes bajos con que pretendía ensañarse la endiablada naturaleza.
Todo había llegado por obra y gracia del espíritu santo; pues ahora se sentía menos sola en medio de aquel hervidero humano. Sentía en su pecho una lucecita de esperanza en esa lucha por arrebatarle su pequeño al tenebroso mal que parecía absorberlo hacia la postración definitiva.
Pensó que tanto esfuerzo debía ser el signo celestial de una recompensa a los titánicos ajetreos de quien jamás concibió hacer el mal, y hasta albergó con sublime devoción la idea de que el Dios padre le hubiese conferido al enviado los suficientes poderes para extirpar los nuevos males que la naturaleza impía no había mostrado en los tiempos de Cristo.
Nunca antes usted estuvo tan sensible como ante aquel despliegue de murmullos y voces soterradas que anunciaban para el domingo la llegada del enviado. Supo entonces de todos aquellos chismes que se tejían acerca de las incansables solteronas que habían entregado lo mejor de sus vidas a los extenuantes quehaceres que demandaba la diócesis.
Indudablemente que todo eso se con fabulaba para ponerle de presente la amarga realidad que acongojaba a esas mujeres que habitaban sus cómodas mansiones atiborradas de soledad.
Si Matilde, ahí fue cuando sintió ese alivio al saber que el domingo no prolongaría mas la espera de querer ver a su pequeño levantándose sobre sus entecas piernitas. Y esperó con la misma fe que ha puesto en todos los actos de su vida; con la perseverante obstinación que padecen los pobres de este mundo.
Quienes tienen mas tiempo de conocerla a fondo, no creerán que mucho rato después de que asomara el crepúsculo de aquel domingo lluvioso, usted tarareo las rancheras que cuando era niña escuchaba en los vapores que arrimaban a descargar pasajeros. Todo lo suyo fue sigiloso antes de colocarse el traje de flores y echarse sobre el hombro al pequeño todavía adormitado.
Y así avanzo hacia el sur, hasta la empinada calle que albergaba a la vieja casona donde reposaba el nuevo emisario de los designios sagrados.
Si Matilde; usted lo vio todo: el denso rio de gente lisiada disputando un puesto de la interminable fila que se perdía en la profundidad de un patio de mangos y palmeras hasta desembocar en una gran enramada.
Pero usted no alcanzo a entrar. Seguro que sintió todo su cuerpo deshilachado, atravesado por ráfagas de viento helado y pensando que el mundo se desbarataba ante sus pies cuando aparecieron aquellos agentes de seguridad abriéndose pasó a empellones para sacar de la enramada, casi a rastras, a un muchacho de tez blanca y cabellos ensortijados que el año anterior decidió abandonar el seminario para demostrarle a los altos jerarcas de la iglesia sus inmensos poderes.
Sé que todo eso fue muy duro para usted; que sollozó sobre el cuerpo tibio del pequeño que con su mirada parecía pedir una explicación cuando avanzaba hacia el muelle, con un plomo en el corazón y titubeando ante aquel vicario que tocaba las campanas a rebato y gritaba: ´´vendrán falsos profetas´´.
Manuel Donado Solano.
Pertenece al volumen de cuentos inéditos: “En Torno a una rara Espera”
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