sábado, 23 de abril de 2011

HOMENAJE

"Hace falta tener un caos en sí, para parirle al mundo una estrella danzante"
   Federico Nietzsche en el prólogo de "Así Hablaba Zaratustra".


La mejor manera de homenajear a nuestros próceres es echándolos al olvido. No hay peor forma de martirizarlos que levantarles una estatua o exhibirlos en algún óleo. Sería prolongarle sus angustias sin darles chance a ponerse a salvo de esa soledad de bicho raro ni del vil parloteo de los los transeúntes.

Ahora, ¿qué importa a ellos los dias soleados y el buen tiempo o si a media noche al travesti converso le hace el amor en la banca contigua el borracho de ocasión?

Esa sí qué es condena!. A no ser que la historia esté ajustando cuentas a su manera.

Vienen los dias patrios y con ellos el disgusto de éstos augustos forjadores de nuestra nacionalidad. Entonces, el pobre hombre, en su rigidez metálica, tiene que hacerse el de oidos sordos ante toda esa cháchara de sandeces sobre su desbocado heroismo y virtudes excelsas.

Al final, cuando han terminado los discursos y la plaza ha quedado vacía, ha sentido ganas de lanzar un puntapiés y mandar al diablo aquél cúmulo de ofrendas y la amarga sensación que ni siquiera la muerte le ha alcanzado para que lo dejen en paz.

En ese momento, lo único que agradece a Dios es no haberlo puesto a vivir al lado de tanto necio e impertinente.

Manuel Donado Solano.

Este texto pertenece al libro "De los Naufragios del Alma y Otros Infortunios"

ETERNIDAD

"A la memoria de Orlando Yance Pérez y Germán Pinzón Esquivel, en los umbrales de la eternidad"


La muerte, desde ya, me augura el más cruel de los silencios. Ya no habrá pasos sobre el follaje, ni voces insidiosas ni canículas que reverberen los abismos del alma.
Pero más doloroso aún, es saberse ignorado el desconsolado lamento de una madre sencilla y buena o la queja transhumante de un amigo sincero.

Y así pase el tiempo, los domingos tratarán vanamente de reconciliarme con ese conciliábulo de lágrimas y ruegos;  del llanto incontenible que se disipará como una voz en el profundo mutismo de una casa abandonada, o del pétalo que se deshace a la sombra de un epitafio que ya nadie recuerda.

Manuel Donado Solano

Este texto hace parte del libro "De los naufragios del Alma y otros Infortunios"

POMPEYO

Pompeyo trajo la bienaventuranza a los campos yermos. Saludó a la muerte de soslayo e increpó a la felicidad doble y postiza. Así, en su cansino caballo tordillo, deambuló en medio las heridas de la tropa enferma y hastiada. Pero no pudo hacerle el quite a la muerte. Esta rondaba desde que despuntaba el alba hasta el final del crepúsculo; daba palos a tientas y engrupía a los mancebos rezagados de la retaguardia.

Cuenta la hermosa doncella, que muchas veces vio llorar al general a un lado del arroyo en noches de plenilunio. Ya no amaba. Sólo la amargura era su inestimable compañera, mientras la muerte lo aguardaba jubilosa en su lecho de gigante cansado.

Manuel Donado Solano.

Este texto hace parte del libro "De los naufragios del Alma y otros infortunios"

DESVARIO

Ya nada nos inquieta el alma. Sí, seguro que es así. Nos tiene sin cuidado que despunte el crepúsculo con toda su gama de esplendor o que presenciémos el asesinato del hombre que hasta hace unos segundos nos pidió prestado el encendedor. No vale la pena desquiciarnos o gastar neuronas en hallarle explicación a hechos tan frívolos.

"La vida sigue", masculla al lado de su carreta el viejo vendedor de baratijas.

La mañana aparece cargada con los legendarios olores de los caños del mercado, mientras la putita recién llegada del ignoto paraje vuelve a calzarse la chancleta que tropezó contra el hombre que yace tendido en el andén.
Lo observa de reojo y continúa hasta la tienda para hacerse a su diaria ración de bollo de yuca y salchichón.
Manuel Donado Solano.

Este texto hace parte del libro "De los naufragios del alma y otros infortunios"

lunes, 18 de abril de 2011

DEMOCRACIA PARTICIPATIVA Y RECONOCIMIENTO DE DERECHOS: AUTENTICOS GARANTES Y COMPLEMENTO EFICAZ HACIA UNA PAZ PERPETUA.


Por: Manuel Donado Solano.


Siempre que hacemos alusión a la irrupción de conflictos en el tejido social, se ha vuelto una creencia generalizada que los mismos constituyen un elemento indeseable o demasiado perturbador que debe evitarse o suprimirse a toda costa. En este sentido, dicho punto de vista debe ser aclarado en lo que tiene que ver con el hecho del carácter connatural e inevitable de aquellos en todas aquellas sociedades o grandes grupos humanos en cuyo interior se mueven concepciones, expectativas y demandas de los más diversos grupos o sectores sociales.

En estas circunstancias, lo que se impone es la tarea de velar para que los actores de estas reclamaciones no acudan al expediente de la violencia con tal de hacer prevalecer sus intereses y concepciones políticas sobre las del otro, llegando al extremo del terror y el asesinato sino que se busquen cauces para que las contradicciones sean dirimidas de manera civilizada y se conviertan en un factor positivo que ayude al progreso.

En pos de una mayor claridad sobre este tópico, sería de gran importancia, siguiendo este orden de ideas, traer a colación el papel que en la concepción kantiana juega la triada razón, Derecho y paz, ya que cuando la razón y el Derecho no han superado el estado de naturaleza, los juicios privados generan disensiones y conflictos, siendo necesario apelar al denominado uso práctico o pacificador de la razón, asociada al Derecho como medio eficaz que nos permitiría a través de la crítica o la juridicidad llegar a la paz[1]  

Es el caso concreto del conflicto armado interno que padece nuestra martirizada republica entre actores que oponen sus visiones sobre el poder y las políticas a seguir, son cada vez mayores las voces de quienes desde sectores como los gremios, los partidos políticos los medios de comunicación o simplemente ciudadanos del común, abogan por una solución militar, por parte de las fuerzas armadas del Estado, fundada en un escalonamiento cada vez mayor de la violencia sin reparar o prestar atención a la salvaguarda de los derechos humanos o a las normas internacionales que regulan los conflictos armados por considerarlas un estorbo para lograr de manera eficaz y pronta la derrota militar y el consiguiente sometimiento de una guerrilla sin ideales que tortura, secuestra y asesina a civiles haciendo caso omiso del Derecho Internacional Humanitario.

De la situación anteriormente descrita, se derivan como corolario otros problemas o interrogantes de trascendental importancia que tienen que ver con el debate sobre la validez de estrategias para la consecución de la paz, entre las cuales sobresale la que apunta a la necesidad de humanizar el conflicto armado y así contribuir a que se de un clima de confianza mutua que permita un proceso de diálogo entre los actores armados enfrentados. En este sentido también sería pertinente analizar el papel desempeñado por la sociedad civil en medio de la guerra y ver si tiene alguna incidencia protagónica o no en las políticas del Estado sobre el manejo de ésta; y por ultimo, analizaré de manera somera, las posiciones y visiones que se han erigido en obstáculos que han dado al traste con los intentos de adelantar unos incipientes procesos de dialogo, así como la necesidad de construir una paz positiva basada en el consenso y el respeto de los derechos.

En este sentido, buscaré unos referentes sólidos en la magistral obra de Emmanuel Kant, La Paz Perpetua, publicada en 1795, en la cual propone como estrategias de paz unos presupuestos consignados en los que denomina artículos preliminares y artículos definitivos, de los cuales, para el caso que nos ocupa, me detendré a analizar el primero y el sexto de los primeros así como el primero de los segundos por considerarlos aspectos neurálgicos a tener en cuenta  a la hora de hacer una reflexión crítica de la situación del conflicto armado interno e intentaré mostrar, muy superficialmente,  algunas limitaciones o insuficiencias de dichas estrategias planteadas por el padre del imperativo categórico al momento de evaluar nuestra situación así como la pertinencia o posibilidad de ser complementadas mediante la propuesta de Jurgen Habermas sobre el papel de la sociedad civil en el Estado democrático y el reconocimiento de derechos.        

En lo concerniente a la real dimensión de los aportes de Kant a través de los artículos preliminares sería pertinente traer a colación aquel que prohíbe suscribir negociaciones o tratados de paz que oculten reservas e intenciones que puedan desatar otra guerra, así como el que nos plantea la necesidad de evitar en la confrontación armada actos de sevicia y crueldad que hagan imposible el advenimiento de unos acercamientos o conversaciones que conlleven a la instauración de un estado de convivencia pacifica.

En la propuesta kantiana para la consecución de una paz estable y duradera, es importante tener en cuenta que al momento de entablarse unas negociaciones de paz entre los contendientes, a estos debe animarlos la mejor buena voluntad, ya que no se trata de un mero armisticio o cese de hostilidades que esconda segundas intenciones en el sentido de reanudar la guerra mas adelante[2]

Aquí, el filósofo hace un llamado a que las partes en conflicto al momento de entablar una negociación o suscribir un tratado para ponerle fin a la guerra, debe animarlas la más sincera buena voluntad, ya que no dejaría ser algo inmoral firmar un tratado o adelantar unas conversaciones de paz con el enemigo, pensando no en erradicar las causas del conflicto ni en un cese definitivo de las hostilidades sino postergarlas con el fin de adquirir mayores ventajas en un futuro.   
Siguiendo con este orden de ideas, no podemos olvidar que la humanidad ha sido testigo excepcional de tales situaciones durante la antesala de la segunda guerra mundial, cuando  las potencias involucradas suscribían todo tipo de “pactos” y “tratados” de paz con el objetivo de ganar tiempo para acondicionar en mejor forma las respectivas maquinarias bélicas y  nunca con el objeto de erradicar definitivamente las hostilidades.

En este mismo sentido, es lo que podría decirse de los últimos procesos de diálogos, donde al no hacerse evidente una verdadera voluntad de paz de las partes, estos han sido concertados como parte de una estrategia guiada bajo el frió calculo con tal de ganar tiempo y fortalecerse militar y políticamente facilitando de esa manera un apuntalamiento de la mejor forma ya sea de las mas caras razones de Estado o de extender los frentes de combate para obtener un ventajoso rearme que por lo general es precedido de una intensa escalada de violencia como actos simbólicos de fuerza que expresen poder y supremacía que conlleven a un mejor posicionamiento al momento de hacer prevalecer e imponer visiones sobre la sociedad y el papel del Estado y por ende a un mayor fortalecimiento del papel de autoridad protagónica en la mesa de negociaciones. Es el caso de la famosa mesa de diálogos instalada en el Caguán durante el gobierno de Andrés Pastrana con el objetivo de fijar una agenda temática como eje de la negociación política, la cual fracasó, según los negociadores de ambos bandos, debido a que, según la guerrilla, los representantes del gobierno consideraron como temas no negociables aspectos básicos de la política macroeconómica del Estado; y a su vez, el gobierno acusó a  la guerrilla de utilizar la zona de despeje para ocultar secuestrados e iniciar un proceso de rearme y creación de nuevos frentes de combate con el fin de preparar una confrontación a mayor escala.

Siguiendo con este mismo orden de ideas, no sobra resaltar la necesidad de que estos procesos de negociación para ponerle fin al enfrentamiento armado, ganen legitimidad,  mediante  la participación activa de la ciudadanía a través de sus organizaciones o de la llamada sociedad civil por ser un tópico tan neurálgico y de de tanta trascendencia para los pueblos. En este aspecto, ya Kant advertía sobre la necesidad prima facie  de la construcción de un Estado republicano cuya constitución debía tener como fundamento la libertad de los asociados,  así como el sometimiento de los ciudadanos a una legislación común y la igualdad de todos los ciudadanos, ya que sólo en un espacio político constituido por ciudadanos autónomos, los cuales han de obedecer las leyes que ellos mismos se impongan a través de su consentimiento, lo que les permitirá al mismo tiempo hacer suyas las decisiones de la colectividad. Aquí, además de hacerse evidente la critica que ya Kant formulaba hacia aquellos Estados despóticos y arbitrarios cuyos monarcas se consideraban sus propietarios y creían poder instrumentalizar a su capricho y antojo a sus súbditos y lanzarlos como meras fichas de un juego en sus caprichosas aventuras militares que para nada afectaban su vida regalada que transcurría en banquetes, cazas y castillos, dejando al cuerpo diplomático la justificación de sus acciones.[3] Como corolario de lo anterior, el pensador alemán  consideraba de capital importancia para la vida y el desarrollo de las sociedades humanas, que tópicos como el de la guerra o lo atinente a su conducción, deben contar con la aprobación o el consentimiento de los ciudadanos constituidos en cuerpo político, ya que si ellos han de sufrir los males y la devastación que ella acarrea así como el peso abrumador de la deuda pública ,lo piensen mucho antes de decidirse a tan arriesgado juego[4]

Sin lugar a dudas que esto ha de llevarnos a reflexionar en el sentido de que un hecho de tanta trascendencia para la vida de los asociados de un cuerpo político como es el problema del diseño de las políticas sobre la declaración y conducción de la guerra o para la consecución de la paz, deben contar con el aval de los ciudadanos o de sus representantes.

En todo este orden de ideas, no hay  lugar a duda alguna que el ultimo punto de los artículos provisionales de la Paz Perpetua, como bien lo vimos en el trabajo del numero pasado dedicado a los antecedentes filosófico-políticos del DIH, constituye el aspecto neurálgico de la reflexión kantiana sobre la necesidad de humanizar la guerra, a través del reconocimiento, aun en medio de la confrontación, de unos derechos que deben ser respetados, ya que así se contribuiría a que se evite la satanización y a la vez crearía las condiciones para que se de un clima de confianza entre las partes tan necesarios para iniciar un proceso de acercamiento.

Entre tales actos podemos destacar como primera medida, emprender contra el enemigo una guerra de exterminio y aniquilamiento (bellum punitivum); no tener credibilidad en la conciencia del enemigo, ya que si se pacta con el, tenemos que confiar en su buena voluntad; considerar al otro como un enemigo ilegitimo, ya que se presumiría que el derecho está de parte de uno de los bandos y por ultimo, recurrir al asesinato político, al envenenamiento de las fuentes naturales y el ecosistema e incentivar la traición en las filas enemigas.[5]

Es entonces evidente la necesidad de que el Derecho entre a regular la guerra, ya que aquí luchan dos realidades: la del ser” de violencia que es la guerra y la del deber ser de lo normativo que es el Derecho. En otros términos, en el plano jurídico de la guerra luchan dos principios, el de la necesidad de la violencia para dañar al enemigo y el de los limites de esta violencia, para evitar daños inútiles[6]

En este orden de ideas, sería pertinente que entráramos a definir en que consiste el Derecho Internacional Humanitario al equipararlo a ese conjunto de normas que regulan la conducción de las hostilidades y establecen un equilibrio entre las exigencias militares y el principio de humanidad. Las exigencias militares implican que el único objetivo de las operaciones militares es el debilitamiento de las fuerzas enemigas. Por lo tanto, se prohíben las operaciones destinadas a agravar el sufrimiento del adversario sin lograr una ventaja militar importante.
Indudablemente que sería un enorme avance la prohibición de acciones como el asesinato de civiles y de combatientes heridos o que han depuesto las armas, así como la utilización del secuestro y la tortura; o la toma de rehenes, esto es, la retención que se hace para obligar a un tercero –llámese Estado o un particular- a cumplir con ciertas exigencias o condiciones, o en el peor de los casos, la toma militar de poblaciones desprotegidas o la utilización de armas no convencionales y de un alto poder letal  así como la utilización de la sevicia y el terror para disuadirlas de un posible apoyo al bando enemigo, constituyen un gran avance en la lucha por ponerle un limite en la guerra a acciones que degraden a combatientes y atenten directa e indirectamente contra sectores neutrales, ajenos a la confrontación armada.

Nadie, pondría en duda la importancia que tiene la humanización de la guerra, sustentada en el reconocimiento del otro y la mutua aceptación como sujetos portadores de derechos, aun en medio de la confrontación armada, y del respeto irrestricto a las normas establecidas en el Derecho Internacional Humanitario como estrategia de paz válida que permita una solución política al conflicto armado en nuestro país.     

Pero aquí cabría hacernos la siguiente pregunta: ¿es esto por sí sólo, garantía suficiente para el establecimiento de una paz estable? 

Vistos los tópicos anteriormente expuestos como estrategias de paz y partes constitutivas esenciales de la obra de Kant, sería pertinente que entremos a reflexionar a manera de balance crítico, tomando como referente el conflicto político armado interno, algunos problemas o dificultades que se presentan al momento de cotejar dichas estrategias con nuestra realidad.
 
Ahora bien, planteadas las cosas así, valdría la pena entrar a analizar si al momento de iniciar unos diálogos para sentar las bases sólidas de un proceso de paz, el cual se halla plagado de toda clase de obstáculos y vicisitudes debido al predominio, en la mayoría de los casos, de una racionalidad instrumental y pragmática en los actores del conflicto, impidiendo muchas veces conciliar sus intereses estratégicos, debemos limitarnos a exigir actos de buena voluntad concebidos como decisiones unilaterales de carácter subjetivo, propio de nociones abstractas de alguna entelequia o concesiones unilaterales de alguna de las partes, o si además de esto, se hace necesario  un eficaz control político  mediante una auténtica participación ciudadana así como la implementación de unos principios procedimentales mínimos que a través del ordenamiento jurídico interno y refrendados por el Derecho Internacional, con un nuevo rol, y como fuente primigenia, le den un carácter vinculante a los pactos o acuerdos, ya que aquel no puede limitarse a cumplir los requisitos funcionales de una sociedad sino a satisfacer también las precarias condiciones de una integración social a través de un entendimiento intersubjetivo comunicante, es decir a través de la aceptabilidad de pretensiones de validez [7]   y así desde un inicio se disuada a los actores dialogantes de asumir discursos o posturas con segundas intenciones que escondan protervos intereses de estrategia política o militar, y  evitar que estos procesos de acercamiento se conviertan en desafortunadas e infructuosas escenas propias de una tragicomedia.        

Aquí resulta de capital importancia la reivindicación de la autonomía política de los ciudadanos en lo que tiene que ver con el respeto de sus decisiones en torno al tópico de la guerra y la paz, ya que constituye un valioso aporte en lo que tiene que ver con el reconocimiento del derecho que les asiste a oponerse en un momento dado a la entronización de políticas guerreristas o de tomar parte activa, a través de diversos mecanismos, durante las negociaciones para la consecución de la paz, y así evitar quedar relegados a un segundo plano o a una participación de carácter intrascendente y residual mientras todo se reduce al mero protagonismo de los representantes de los gobiernos de turno y de las cúpulas de los grupos guerrilleros.

La razón de ser de la necesidad de estos requerimientos podemos encontrarla en los señalamientos puntuales que al respecto hizo Jesús A Bejarano, en el sentido de que  la sociedad no es convocada a cambiar estructuras políticas que posibilitan la guerra ni a incidir en los términos en que pueda negociarse la paz políticamente, sino que mas bien el llamado suele reducirse a condenar la violencia como una manifestación de incivilidad, o a movilizarla a favor de modificar las conductas de los agentes violentos.[8]

Es obvio que en estas situaciones de impase y obstaculización generadas desde las instancias propias de lo administrativo-legislativo, reduciendo al ostracismo la participación ciudadana directa en los tópicos referentes a la guerra y la paz; o cuando el aparato estatal ya no viene regulado y controlado por los intereses sociales, es entonces, según Habermas, cuando la sociedad civil debe hacerse presente a través de espacios públicos autónomos, y capaces de resonancia suficiente, desarrollando una vitalidad e impulsos necesarios para que los conflictos que se producen en la periferia se transfieran al sistema político y se elaboren así eficazmente las pretensiones y demandas a los intereses sociales[9].

Si bien es cierto que en las actuales relaciones de dominación y poder que se dan al interior de los Estados, el hecho de que la constitución establezca de manera formal la igualdad y la libertad no es una garantía efectiva que asegure de por sí un sistema democrático amplio en el que se de un pleno ejercicio de los derechos y libertades. Es de ahí los resquemores y dudas de Bobbio al afirmar en su obra El Tercero Ausente, sobre el escepticismo que nos asalta al momento de establecer la relación entre régimen democrático y política de paz, ya que las cuestiones relacionadas con este tópico escapan al control democrático.[10]

Ante tan tamañas dificultades, debido a lo que denomino como la elitizacion o burocratización de dichos procesos de paz, al darles una inusitada preponderancia en su papel protagónico a estamentos como los gremios económicos o instituciones como la Iglesia, los cuales no podemos considerarlos como los únicos representantes de la sociedad civil ya que al interior de ésta, se mueven otras visiones e intereses, los cuales serían desconocidos de plano o relegados a un segundo plano. Ante esta situación, sería  pertinente volver sobre Habermas en sus señalamientos sobre la imperiosa necesidad de construir una soberanía comunicativamente fluidificada de los ciudadanos que haga valer el poder de los discursos públicos que broten de los espacios públicos autónomos y que tomen forma en los acuerdos de cuerpo legislativos que procedan democráticamente a través de decisiones mayoritarias susceptibles de ser revisadas.[11]  

Aquí sería pertinente recabar hasta la saciedad que la legitimidad del Estado de derecho procede  de su dinámica en procesos democráticos, en los cuales se de una autentica representación y participación de la sociedad civil,  reviste gran importancia el concepto normativo de espacio publico u opinión publica, ya que la voluntad política organizada en un Estado en forma de poder legislativo destruiría las bases de su propio funcionamiento racional si taponase las fuentes espontáneas que representan los espacios públicos autónomos o se encapsulase frente al flujo de temas, contribuciones, informaciones y razones que libremente floten en una esfera preestatal igualitariamente estructurada.[12]   

Por ultimo, nadie pondría en duda la importancia que tiene la humanización de la guerra, sustentada en el reconocimiento del otro y la mutua aceptación como sujetos portadores de derechos, aun en medio de la confrontación armada, y del respeto irrestricto de las normas establecidas en el Derecho Internacional Humanitario como estrategia de paz valida que permita una solución política al conflicto político armado en nuestro país. Esto teniendo en cuenta la aseveración del profesor Angelo Papachini en el sentido que un acuerdo previo sobre el rechazo de practicas degradantes e inhumanas, constituye el primer paso de una negociación en que el acuerdo sobre el respeto de los derechos humanos puede extenderse de manera progresiva hacia otros temas que alimentan el conflicto armado.[13] 

Pero aquí cabría hacernos la siguiente pregunta: ¿es esto por sí sólo, garantía suficiente para el establecimiento de una paz estable?. En este sentido creo que la condición sine qua non de toda paz duradera es el respeto pleno y efectivo de los derechos políticos, sociales y económicos, ya que así como la paz es la condición de posibilidad para el goce de los derechos, el respeto de estos últimos se transforma a su vez en condición de posibilidad para la paz([14]14)   

Es de suma importancia tener en cuenta que entre las bondades que traería un estado de convivencia pacifica, se resalta, además de su papel posibilitador del goce pleno de los derechos fundamentales, el de permitir el despliegue de una existencia rica y plena, al poder desarrollar en armonía nuestras capacidades.  
Ahora bien, en este sentido, sería pertinente entrar a calificar que no se trata de considerar la paz como un valor absoluto e incondicionado, debido a que esto nos llevaría a tener que aceptar, si es el caso, la imposición del recorte de derechos fundamentales básicos o tener que aceptar condiciones humillantes e indignas con tal de acceder a la conquista de una convivencia pacifica. Contrario a la anterior visión, de lo que se trata es de la consecución de una paz positiva, como resultado, además del consenso y la disposición dialógica, de la satisfacción de los puntos de vista e intereses de los bandos en conflicto.  

Lo arriba expresado adquiere mayor relevancia al momento de evaluar un proceso de paz que tuvo gran significado en el hemisferio como el de El Salvador en 1992. aquí sería pertinente traer a colación las palabras de monseñor Gregorio Rosas, obispo de El Salvador, en la Conferencia Episcopal Latinoamericana celebrada en Medellín en 1998: Después de firmada la paz en mi país, aumentó la extrema pobreza, el desempleo, la inseguridad y el numero de muertes violentas superan las que ocurrían en tiempos de guerra. Lo que quiero decir es que a veces uno se ilusiona con que las armas se van a callar y que todo va a ser maravilloso y se olvida de que hay raíces, hay causas de un conflicto armado que si no se atacan, la paz real no se alcanza.[15]    

Queda claro en este aspecto, la necesidad del rechazo a la violencia así como de la sevicia y de las practicas degradantes propias de la denominada guerra sucia por ser violatorias de la dignidad humana, pero capital importancia merece también la reivindicación de la participación democrática de los ciudadanos en el diseño de las políticas de paz así como el respeto y promoción de los derechos económicos, políticos, sociales y culturales para el grueso de la población y así se hagan realidad los anhelos tantas veces aplazados de llevar a la práctica todos nuestros proyectos de vida en una sociedad más justa y equitativa que posponga definitivamente a la guerra como forma de dirimir nuestras diferencias.






Resumen


En las sociedades multiculturales y poli clasistas, los conflictos entre quienes oponen sus visiones sobre el poder y el papel del Estado hacen que estos sean inevitables, pero de lo que se trata es de evitar que los contradictores acudan al recurso de la violencia a través de las armas como forma de imponer al otro sus concepciones.
En el caso nuestro el conflicto político armado que padece nuestro país, caracterizado por la sevicia y el terror por parte de los actores armados, se hace necesario someter la confrontación a la regulación del DIH y así crear unas condiciones que permitan un acercamiento de las partes para el inicio de un proceso de paz sincero con tal de erradicar la guerra y mediante un nuevo pacto se de el advenimiento de una convivencia pacifica.

En ese sentido, este artículo tiene por objeto, tomando como referencia la obra paradigmática de Kant “La Paz Perpetua” desde una perspectiva crítica, cotejar las estrategias de paz que en ella propone el pensador alemán en los llamados artículos preliminares y los provisionales, en los que se plantea la necesidad de empezar unas negociaciones de paz con la mejor buena voluntad de paz y no simularla con el objeto de emprender una guerra mas adelante; así como la necesidad de que sean los ciudadanos quienes reclamando su autonomía política participen en el delineamiento de políticas ya sea para lograr la paz o declarar la guerra, así como el caso de garantizar y promocionar los derechos fundamentales como garantía de una paz duradera.

Aquí, si bien cierto que nadie podría negar la importancia de estas estrategias de paz, sin embargo el padre del imperativo categórico no pudo preveer algunas dificultades que con el tiempo surgirían debido a la dinámica misma de las relaciones de poder al interior de los Estados y de los intereses de los bandos enfrentados. Aquí se hace necesario complementar, aunque lo hago de una manera muy tangencial, las estrategias planteadas por Kant en algunos planteamientos de Jurgen Habermas sobre el papel de la sociedad civil y el Derecho en las sociedades contemporáneas.               

Sería importante no pasar por alto, que humanizar la guerra como estrategia de paz que permita un clima de confianza entre las partes enfrentadas para iniciar unos acercamientos que posibiliten un genuino y autentico proceso de paz, por sí sola no es suficiente para garantizar una paz duradera, si no se acompaña de un nuevo pacto social inclusivo y consensuado que apunte al respeto y promoción de los derechos fundamentales de grandes sectores de la población 







Bibliografía.



Bejarano Jesús Antonio, El papel de la sociedad en el proceso de paz; en los Laberintos de la Guerra, Francisco leal .Buitrago. Compilador. TM Editores. Bogotá. 1999. 

Bobbio Norberto, El Tercero Ausente. Ediciones Cátedra. Madrid 1997.

Flores Fernández, José Luís, Del Derecho de la Guerra. Ediciones Ejército. Madrid 1982.

Habermas Jurgen, Faticidad y Validez. Editorial Trotta. Madrid 2005.   

Kant Emmanuel, La Paz Perpetua. Editorial Porrúa. México. 1995. 

Villar Borda Luís, La paz en la doctrina del Derecho de Kant. Universidad Externado de Colombia. Bogotá. 1996.

Diario El Tiempo. Pag. 8ª. Domingo 19 de Julio de 1998.

Papachini, Angelo, los derechos humanos, un desafio a la violencia, editorial altamir, Bogotá 1997.





[1] Villar Borda Luís, pag 46. La paz en la doctrina del Derecho de Kant. Universidad Externado de Colombia. Bogotá. 1996
[2] Kant Emmanuel,pag. 217, La Paz Perpetua. Editorial Porrúa. México. 1995. 
[3] Ibidem, pag. 223
[4] Ibidem, pag. 223
[5] Ibidem, pag. 223

[6] Flores Fernández,pag. 47, José Luís, Del Derecho de la Guerra. Ediciones Ejército. Madrid 1982.

[7] Habermas Jurgen, pag. 148,  Faticidad y Validez. Editorial Trotta. Madrid 2005.   
[8] Bejarano Jesús Antonio, pag. 275 El papel de la sociedad en el proceso de paz; en los Laberintos de la Guerra, Francisco leal .Buitrago. Compilador. TM Editores. Bogotá. 1999


[9] Habermas Jurgen, Op,cit pag. 248
[10]Bobbio Norberto, Pag. 145, El Tercero Ausente. Ediciones Cátedra. Madrid 1997.

[11] Habermas Jurgen,   Op,cit pag. 250
[12] Ibidem, 252
[13] Papachini, Angelo, pag.3293, los derechos humanos, un desafio a la violencia, editorial altamir, Bogotá 1997.

[14] Ibidem, pag. 392
[15] Diario El Tiempo. Pag. 8ª. Domingo 19 de Julio de 1998.

sábado, 16 de abril de 2011

NOCTURNAL

Sólo sé que salía en las noches en que echábamos de menos el sueño; en esas noches de incorregibles juegos en la placita o en el mejor de los casos en el callejón. ¿Te acuerdas, Patricia?, de esa muchachita macilenta que no quería saber nada de las planas que le ponía el profesor y se iba siempre con  su muñequita de peluche a vernos jugar hasta el cansancio?.
Si, todavía te recuerdo así de flaquita con tus trenzas y descalza gritando: ´´Gane! Gane!  Y de Ricardo ( bueno aunque el pobre ya murió), a quien todos temíamos al momento de burlar?. Aquel negrito rollizo que soñó con ser boxeador y siempre enrollaba trapos en sus manos  para golpear los arboles, y los dejaba en paz hasta que sentía haberse descompuesto alguna mano. Si, el mismo que se mató con una sobre dosis de heroína porque nunca la vio y el quería despedazarla y no se quien le dijo que inyectándose la vería después de doce de la noche en los arrabales, que era donde la veían salir  y regresar muy desconsolada  en la madrugada; gritando mas que nunca con su cara pálida; sus ojos desorbitados, sus labios exangües y su larga cabellera enmarañada.
Si, ella fue el trauma de Ricardo; hasta los veinte años no hacia más que recorrer el pueblo todas las noches, llamándola, gritándole procacidades. Ahora veo  que de nada sirvió que todos lo cogiéramos a la fuerza para que lo internaran en el hospital mental.
Y de Rojitas, te acuerdas del cabezón?, el que siempre se hacia la leva para ir a cazar palomas con la carabina de diablos que le mandó un tío desde la capital. Si, el mismo que durante las interminables noches reventaba los faroles del alumbrado publico y en el peor de los casos, le provocó un infarto al profesor cuando mato el loro que había en el colegio.
Aquel lorito que repetía la cartilla de cartón  y recitaba el padre nuestro al pie de la letra.
Pero todo vino cuando mostró el boletín en su casa y su padre vio que la cantidad de rojos era alarmante y decidió confiscarle la carabina y ponerlo a dormir en el patio para que lo asustara la llorona. Eso basto para que Rojitas se alistara en el ejercicio durante dos años y a su regreso se dedicara a recoger dinero entre la población para hacerse encargar una enorme  bazuca con proyectiles atómicos y así exterminar al invisible espectro que aun lo perseguía. Fue un domingo de ramos cuando hizo los preparativos; trazó las coordenadas, apuntó hacia la espesa montaña, y vestido como todo un general, marchaba de un extremo a otro, hablando solo y cantando la Marsellesa. Hasta que apareció una patrulla del ejército requerida por el alcalde, pero Rejillas seguía obstinado en disparar el mortífero proyectil. Todo fue inútil, desobedeció las órdenes que le transmitía el oficial a través de un megáfono y no tuvieron más remedio que darle de baja.
El pobre Rojillas fue enterrado ese lunes con todos los honores militares.En su casa aun se exhibe el uniforme robado a un general, la gigantesca bazuca que a simple vista amenaza con vomitar terribles fogonazos, y en una urna de cristal, el hermoso proyectil atómico, capaz de arrasar una ciudad entera.

Manuel Donado Solano.
Pertenece al volumen de cuentos inéditos: “En Torno a una rara Espera”

EN TORNO A UNA RARA ESPERA

Me cuentan que también  a usted estuvo a punto de reventársele el corazón y gritar hasta el delirio, aquella tarde en que aparecieron los primeros volantes anunciando la llegada del nuevo enviado de Dios.
Si Matilde, admita que nunc a antes había estado frente a semejante acontecimiento y veía la oportunidad de poner la maligna tenacidad de esa parálisis que consumía a su hijo, en manos del nuevo mesías.
Si mal no recuerdo, usted vino de los lados del Cauca, apretujada entre las otras señoras que se apiñaban sobre la lancha de carga, con la esperanza de remediar todos los males. Vendió los últimos marranos que alcanzaron a sobrevivir a la creciente mas espantosa de estos años y como pudo se embarcó con su pequeño.
Nadie volvió a saber más de usted desde aquella tarde cuando la vieron subir las escalinatas que conducen a la albarrada, cargando al pequeño con sus abarquitas de cuero y el sombrerito de paja. Creo que era un jueves, y nunca el calor había sido tan insidioso ni las gentes tan impacientes, que Maguey parecía reeditar una de las tantas ferias que la hicieron tan famosa en siglo antepasado.  El comercio no daba abasto  y las calles atiborradas de vendedores de refrescos y escapularios, eran casi interminables. Allí conoció la majestuosa catedral, un poco desolada, ya que los feligreses decidieron darle un nuevo voto de confianza a aquel advenedizo que se decía el portador de los milagros que restablecerían a los atribulados habitantes de la región. Todo este aspaviento parecía un síntoma de buenos augurios.
Hasta presenció el fuerte altercado entre aquel grupo de muchachos alegres que trataban de improvisar un templete que le sirviera de pulpito al nuevo mesías, y el vicario de la diócesis. Pero no paso a mayores.
Pienso que usted también sintió lastima de aquel viejito tembloroso, embutido en une sotana gris, increpando las irreverencias de aquel tumulto.
De veras que fue un sermón aleccionador lo que les grito. Usted nunca había escuchado a un viejito de esa edad, como salido de un libro de Historia Sagrada, perorar a voz en cuello sobre las prevenciones que se citan en la biblia acerca de la llegada de los falsos profetas. Pero usted no pensaba en eso, sino en el mal que poco a poco inutilizaba al pequeño que descansaba sobre su hombro.
Si Matilde, usted es capaz de darlo todo con tal de ver a su niño corriendo y saltando como los  demás, sin necesidad de arrastrarse y de partirle el mal lentamente.
También sé que erró de un lado a otro, comiendo mal y durmiendo en pensiones de mala muerte; que sólo se topó con Magdaleno, aquel tuerto bueno y callado  que decidió salir de su escondite mucho después que golpeara a su patrón por tirano y burlón. : ´´hay comadre, si todas las madrugadas era la misma cantaleta  al pie de la hamaca gritándome: Magdaleno, Magdaleno un hombre con un solo ojo que tanto  puede dormir, leván tese Magdaleno´´.
Claro, seguro que ese hombre grande y tonto no podía mentir, en su rostro se veía el apremio de aquel que actúa para hacer respetar su honor. Y ahora, tanto él como usted estaban de acuerdo en que había que resistir, con la ayuda del enviado, los golpes bajos con que pretendía ensañarse la endiablada naturaleza.
Todo había llegado por obra y gracia del espíritu santo; pues ahora se sentía menos sola en medio de aquel hervidero humano. Sentía en su pecho una lucecita de esperanza en esa lucha por arrebatarle su pequeño al tenebroso mal que parecía absorberlo hacia la postración definitiva.
Pensó que tanto esfuerzo debía ser el signo celestial de una recompensa a los titánicos ajetreos de quien jamás  concibió hacer el mal, y hasta albergó con sublime devoción la idea de que el Dios padre le hubiese conferido al enviado los suficientes poderes para extirpar los nuevos males que la naturaleza impía no había mostrado en los tiempos de Cristo.
Nunca antes usted estuvo tan sensible como ante aquel despliegue de murmullos y voces soterradas que anunciaban para el domingo la llegada del enviado. Supo entonces de todos  aquellos chismes que se tejían acerca de las incansables solteronas que habían entregado lo mejor de sus vidas a los extenuantes quehaceres que demandaba la diócesis.
Indudablemente que todo eso se con fabulaba para ponerle de presente la amarga realidad que acongojaba a esas mujeres que habitaban sus cómodas mansiones atiborradas  de soledad.
Si Matilde, ahí fue cuando sintió  ese alivio al saber que el domingo no prolongaría mas la espera de querer ver a su pequeño levantándose sobre sus entecas piernitas. Y esperó con la misma fe que ha puesto en todos los actos de su vida; con la perseverante obstinación que padecen los pobres de este mundo.
Quienes tienen mas tiempo de conocerla a fondo, no creerán que mucho rato después de que asomara el crepúsculo de aquel domingo lluvioso, usted tarareo las rancheras que cuando era niña escuchaba en los vapores que arrimaban a descargar pasajeros. Todo lo suyo fue sigiloso antes de colocarse el traje de flores y echarse sobre el hombro al pequeño todavía adormitado.
Y así avanzo hacia el sur, hasta la empinada calle que albergaba a la vieja casona donde reposaba el nuevo emisario de los designios sagrados.
Si Matilde; usted lo vio todo: el denso rio de gente lisiada disputando un puesto de la interminable  fila que se perdía en la profundidad de un patio de mangos y palmeras hasta desembocar en una gran enramada.
Pero usted no alcanzo a entrar. Seguro que sintió todo su cuerpo deshilachado, atravesado por ráfagas de viento helado y pensando que el mundo se desbarataba ante sus pies cuando aparecieron aquellos agentes de seguridad abriéndose pasó a empellones para sacar de la enramada,  casi a rastras, a un muchacho de tez blanca y cabellos ensortijados que el año anterior decidió abandonar el seminario para demostrarle a los altos jerarcas de la iglesia sus inmensos poderes.
Sé que todo eso fue muy duro para usted; que sollozó sobre el cuerpo tibio del pequeño que con su mirada parecía pedir una explicación cuando avanzaba hacia el muelle, con un plomo en el corazón y titubeando ante aquel vicario que tocaba las campanas a rebato y gritaba: ´´vendrán falsos profetas´´.


Manuel Donado Solano.
Pertenece al volumen de cuentos inéditos: “En Torno a una rara Espera”


REQUIEM

Ahora intentaba sobreponerse a los desmanes que aquel abatimiento cernía sobre su magra figura y el camastro de lados simétricos y bien delineados que siempre le había acogido con sobrada displicencia.
“Hoy quiero morir tranquilo”, se dijo muy suavemente, sin que la conclusión de sus fatídicas elucubraciones hubiese sido perturbada por las remotas voces de otros ámbitos ni por los pitos de aquellos buses multicolores que nunca acababan de girar sobre las mismas avenidas.
Sentía el punzante dolor de la desesperanza y la soledad aniquilando inmisericordemente hasta el último vestigio de vitalidad; entorpeciendo el mínimo esfuerzo para armar el más simple de los razonamientos. Todo se circunscribía al somnoliento letargo que parecía rayar en la disolución final. Pero se resistía. En medio del tenue estertor, una fuerza ínfima aun le vedaba el sometimiento a ese estado de eclipse total y de nebulosa irrealidad en que esos trances parecemos flotar.

Cuando las persianas dejaron filtrar el grisáceo resplandor del crepúsculo, sintió que se hallaba en medio de una enorme burbuja gelatinosa que lo llenaba de inmovilidad. Trató de hacerse a un poco de aire fresco, pero notó que la rigidez de su nuca lo mantendría aprisionado al eterno suplicio. Ahora, todos los objetos se resistían a desfilar ante sus ojos. Pero navegaba; esa sensación de vacío lo trasladaba como el gran timonel de su camastro en el apocalíptico viaje a través de la eternidad de un indescifrable espacio interestelar.

A medida que se fugaban las horas, el recuerdo de una juventud marchita y desperdiciada, fue la eclosión que reavivó un semblante de dolor en aquel rostro que parecía exento de todo signo de vitalidad.
Aquella sucesión de recuerdos parecían inmortalizarlo en medio del rigor apesadumbrado que habían adquirido las cosas en aquella habitación. Su mente parecía despojada de aquel apremio que atasca el denso fluir de imágenes y conceptos. En ese momento de mediana lucidez, se hilvanaron las más amargas disquisiciones acompañadas de maledicencias y reproches.

Pero ya nada podía hacerle renunciar a la decisión final. Ahora todo corroboraba a intuir el epilogo de aquella sentencia que no cejaría, incluso, después de hallarse envuelto entre aquella sábana, mostrándose un tanto óseo y corrompido por el inexorable embate del tiempo. Y entonces, cuando se halle sumido en el irreconocible estado que ofrece la posteridad, aquella estatuilla del Buda satisfecho y orondo, cambiará la tímida sonrisa por las profundas carcajadas que se esconden detrás de toda gran desolación.

Manuel Donado Solano.
Pertenece al volumen de cuentos inéditos: “En Torno a una rara Espera”

LA APLICACIÓN DEL DERECHO INTERNACIONAL HUMANITARIO: LOS ANTECEDENTES FILOSOFICOS – POLITICOS DE UN DEBATE CONTEMPORANEO.

“LA GUERRA NO SOLO ES MALA POR LAS VIDAS QUE SACRIFICA, SINO PORQUE PRODUCE MAS GENTE MALVADA QUE LA QUE ELIMINA”
KANT; LA PAZ PERPETUA

LA HUMANIZACIÓN  DE LA GUERRA EN LA DOCTRINA  DE KANT

Siempre que nos referimos  a la guerra, por lo general surge en la imaginación colectiva la  falsa creencia  según la cual, durante  las confortaciones  bélicas, a los contendiente  les esta permitido  con tal  de derrotar  al enemigo, valerse de instrumentos  o de emprender acciones,  que conlleven, ya sea a aberrantes conductas que impliquen la negación de la libertad y de instrumentalización del otro así como actos  de aniquilación masiva o de alto grado de crueldad y sevicia  como mensajes de un terror simbólico  contra la población civil ajena  a la  confortación  con tal  de disuadirla  de un posible apoyo a las huestes enemigas.

Si hacemos  un análisis  retrospectivo   en lo atinente  a este tópico, nos percatamos que desde la remota antigüedad  han sido altamente valorados aquellos actos que durante la guerra, eviten la degradación o la excesiva  crueldad entre los combinaste o sobre la población civil neutral.

Es así como desde la antiquísima y milenaria civilización china, ya eran vistos como actos responsables en el conflicto,  “tomar a los cautivos como botín  o envenenar las  fuentes de agua por donde pasan las tropas, así como atentar  contra los santuarios de las aldeas”[1]

Este sentido resulta   llamativo que también la India, en el famoso código de Manú, se le prohibiera a los guerreros  usar contra sus arpadas, envenenadas o incendiada; ni al esta desarmado, ni al que mirta el  combate sin tomarte en el ni  a un hombre gravemente hibrido  tampoco a un cobarde[2].

Ante esta situación de injusticia, y destrucción originada por la guerra, es que para Kant, la razón  prescribe como un deber incondicionado  perseguir como salir del estado naturaleza e instaurar  la paz perpetua, esto un estado  de paz duradera y universal. Este fin es un fin de carácter moral, ya “que  la razón practico - moral  expresa en nosotros su veto irrevocable: no debe haber guerra; ni guerra entre tu y yo en el Estado de naturaleza, ni guerra entre nosotros como esta”[3].

Entonces, si para Kant salir del estado de naturaleza  o de  guerra se constituye en un  imperativo ético por considerarlo  como algo inmoral debido a que en semejantes circunstancias o estado de cosas, además de  violarse  la dignidad humana a través  de  los  reiterados actos  de sevicia  y  de barbarie, y de darse los mas repugnantes  casos de instrumentación  del ser humano, el filosófico  alemán no oculta  ni se hace ilusiones acerca del carácter factico  e  inevitable  de un fenómeno propio de la interacción  humana como es la guerra, ante lo cual plantea la imperiosa necesidad de su moderación a través de la aceptación y el reconocimiento por parte de los contendientes, aún en medio de la confrontación armada, de unos derechos, cuya observancia y respeto se constituyan en verdaderos cauces éticos que hagan viable un futuro entendimiento entre los actores del conflicto y asegure el advenimiento de unas condiciones favorables para una paz estable.
Ahora bien, la necesidad de la humanización de la guerra tiene como fundamento el respeto de la dignidad humana, ya sea, entre los combatientes como en los no combatientes o población civil; aquí, este respeto a la persona humana en términos kantianos, lo encontramos en la segunda fórmula del imperativo categórico donde se nos dice: "obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio"[4].

 Encontramos aquí de manera implícita las ideas rectoras de dignidad y autonomía, ya que el hombre como ser racional y capaz de darse una moralidad debido a su racionalidad que le hace merecedor del más alto respeto, no puede ser instrumentalizado para ciertos fines particulares; debe ser siempre considerado por los otros como un fin en sí mismo cuando con las acciones o los efectos que se siguen de estas puede resultar lesionada su naturaleza humana, sus intereses vitales o sus proyectos de vida. En este sentido, y teniendo en cuenta el tópico que aquí interesa, no podemos querer que se conviertan en válidas y justificables las acciones donde resulten lesionada la humanidad del otro o su voluntad sometida a otro mediante la coacción y la violencia, ya que en una comunidad de seres racionales no puede entenderse como razonable que tales acciones sean aceptadas como formas de resolver algunos tipos de conflictos.
Teniendo en cuenta la trascendencia de lo anteriormente analizado, no sería temerario aseverar que en la modernidad, la humanización de la guerra, encuentra en Kant quizá su máximo exponente. Según Villar Borda, lo anterior se corrobora en que "a diferencia de quienes le antecedieron, el filósofo de Koenigsberg reflexiona sobre fórmulas y principios que controlen los conflictos entre los hombres y las naciones"[5].

En este mismo orden de ideas se hace necesario precisar que las ideas centrales de su reflexión acerca de la humanización de la guerra, las desarrolla a plenitud el pensador alemán en su obra "La paz perpetua" y más concretamente en el artículo sexto de los llamados artículos preliminares, que constituye sin lugar a dudas el punto neurálgico de la reflexión kantiana sobre la necesidad de la humanización de la guerra, al plantear como un imperativo ético evitar durante la confrontación armada actos que hagan imposible la instauración de la paz, tales como: emprender una guerra de exterminio y aniquilamiento (Bellum punitivum); considerar al otro como un enemigo ilegítimo e indigno, elevándolo a la categoría de bandolero o delincuente, ya que se presumiría que el Derecho está de parte de uno de los bandos( Jus ad bellum);, no tener credibilidad en la conciencia del enemigo, ya que si se piensa pactar con él, tenemos que confiar en su buena voluntad; recurrir al asesinato político; acudir al envenenamiento de las fuentes naturales y otros atentados contra el ecosistema e incentivar la traición en las filas enemigas a través de las políticas de recompensas u otros incentivos en las que también de una u otra manera se involucra a la población civil en la guerra.
Nadie podría negar que lo valioso de lo arriba señalado reside en que se instauran unos límites o diques morales en la guerra al prohibir actos de sevicia y violencia generalizada que causen daños y sufrimientos innecesarios como consecuencia de adelantar una guerra punitiva o de exterminio contra un enemigo al que se le considera como ilegitimo e indigno, no sin antes mencionar los actos de barbarie y terror contra civiles como formas de violencia simbólica contra la población con tal de disuadirla de un potencial apoyo al bando enemigo; lo mismo que la utilización del secuestro, la extorsión, los atentados contra el ecosistema y los asesinatos selectivos con tal de disminuir moralmente al enemigo, y la aberrante conducta de utilizar a los menores en el conflicto.
Indudablemente que los presupuestos anteriormente mencionados, insertan la reflexión de Kant en lo que se denomina la humanización de la guerra, y lo colocan meritoriamente como uno de los precursores del Derecho Internacional Humanitario. Ahora bien, ahondando un poco más desde esta misma perspectiva, sería pertinente clarificar lo concerniente a la humanización de la guerra e» el sentido de que "humanizar la guerra no significa legalizarla o prolongarla en el tiempo, sino moralizarla mediante la aplicación de convenios o de normas consuetudinarias. Ello tendría ventajas obvias como: reducir sufrimientos y muertes, generar un clima de humanidad mínima que pueda facilitar la reanudación de las conversaciones de paz"[6]. 

De lo anterior podemos inferir que en la guerra no les está permitido a los contendientes, con tal de someter al enemigo, valerse de instrumentos altamente letales o de emprender acciones que conlleven a aniquilamientos masivos o a un alto grado de crueldad y sevicia contra sectores de la población civil ajena a la confrontación y la utilización de menores en el conflicto.
II  FUNDAMENTOS  PRIMIGENIOS  DEL “REALISMO” POLITICO  EN SU CRÍTICA  A LA HUMANIZACION DE LA GUERRA.

No obstante lo arriba señalado, a ésa tradición de la humanización de la guerra como estrategia válida para la consecución de la paz que tuvo en Kant a uno de sus más insignes exponentes, le surgen críticas y objeciones desde las más disimiles posiciones, entre las que se encuentran quienes reivindican el carácter amoral o inmoral de la política y de la guerra, considerando la propuesta kantiana de controlar o mitigar la guerra como un ideal hermoso y plausible pero irrealizable en la práctica.

Entre estos críticos "realistas" de la propuesta Kantiana encontraríamos a Nicolás Maquiavelo, quien considera como condición fundamental para el éxito de cualquier proyecto político, ya sea a través del recurso de las armas o no, deslindarlo de todo viso de moralidad.

Ahora, sería de gran importancia tener en cuenta que para dilucidar los fundamentos de la concepción política del florentino, remitirnos a su visión antropológica como un referente básico. Esto, debido a que para Maquiavelo el gobernante con tal de preservar la seguridad del reino o Estado, tendrá necesariamente que acudir con todo rigor al recurso de la guerra, ya que en los hombres subyacen y perduran sus caracteres primigenios; los instintos egoístas de conservación y los impulsos volitivos de dominio. Es más, algo que llama poderosamente la atención en su concepción antropológica, es que para el secretario florentino, el hombre es malo por naturaleza porque sus apetitos insaciables a causa de que, puede, por su modo de ser desearlo todo y sólo puede alcanzar muy poca cosa; esa perversidad se pone de manifiesto en un impulso de dominio que obliga a los demás a defenderse por la fuerza y que crea, en consecuencia, la entronización de un estado normal de violencia. Entonces, si bien es cierto, según Maquiavelo, que en el hombre anida una tendencia aparentemente irrefrenable a actuar según impulsos egoístas, en beneficio propio y en perjuicio del prójimo, para el consejero florentino la única manera de doblegar tal tendencia, sería mediante la fuerza y la coacción sin reparo moral alguno que debe necesariamente acompañar la labor del gobernante en su propósito de salvaguardar a toda costa al Estado de cualquier peligro.

Esto lo patentiza el florentino en sumo grado cuando dice: "Un príncipe no debe temer, pues, la infamia ajena a la crueldad cuando necesita de ella para tener unidos a sus gobernados e impedirles faltar a la obediencia que le deben"[7].  Y más adelante no deja lugar a duda alguna cuando concluye contundentemente que: "Por lo demás, le es imposible a un príncipe nuevo el evitar la reputación de cruel a causa de que los Estados nuevos están llenos de peligros"[8].

Es evidente aquí la bien merecida reputación de Maquiavelo al considerársele como el primer teórico que justificó la necesidad de separar la política de la moral, así como la descalificación de cualquier límite al uso de la violencia con tal de preservar la seguridad del Estado. Es de ahí que según Agustín Renaudet, "la política en Maquiavelo rigurosamente positiva admite la guerra como un hecho natural, normal y necesario cuantas veces un Estado se vea amenazado en su seguridad o en sus intereses, o reivindique una ventaja que se le disputa, la guerra constituye para él el supremo recurso, no hay otro". Y a renglón seguido al analizar nuestro comentarista lo concerniente al pensamiento del florentino en cuanto a las relaciones entre los Estados, nos dice: "Para Maquiavelo, el equilibrio, por lo demás, siempre precario, que se establece entre las naciones, sólo se realiza por medio de las luchas, de las victorias y de los desastres de las naciones"[9].

Sin hacer abstracción de las circunstancias en las que le toca desenvolverse al gobernante, según Sebastian De Grazia, la preparación y ejecución de tales empresas bélicas, despertarían conductas y aspectos positivos al interior de la sociedad; evitando posiblemente el advenimiento de un estado de degeneramiento y corrupción. Es de ahí que "Maquiavelo encuentra que una política exterior agresiva o adquisitiva, expansionista o simplemente preparada desde el punto de vista militar puede entretener las mentes erráticas, sacudir a los ojos abotagados y a los borrachos, ocupar a los entusiastas y mantenerlos vigilantes a todos en guarda de la libertad"[10].

Es menester no dejar pasar por alto que en Maquiavelo es imposible encontrar a un defensor a ultranza de la guerra por la guerra. En él la guerra puede verse como un recurso al cual es necesario acudir para evitar males verdaderamente catastróficos para el Estado y la sociedad. Pero veamos lo que dice De Grazia al respecto "Puede verse que si bien es deseable conseguir la mayor paz posible, creer en la paz permanente es una ilusión que redunda en algo peor que la guerra -guerra más derrota, saqueo, violación, asesinato de no combatientes, pérdida de la libertad, muerte del país- Maquiavelo no defiende la guerra por la guerra, ni adopta la política de guerra regular como la que emprendían los romanos. En cambio emplea el lenguaje de la guerra justa. Una guerra justa es una guerra necesaria, una guerra que mantiene a lo peor -que es la guerra- tan lejos como resulta posible"[11]. 

De lo anteriormente anotado se puede colegir que lo que se denominaría como la concepción "realista" de Maquiavelo sobre el papel que corresponde tanto a la política como a la guerra como medios básicos de los que dispone el gobernante para garantizar la existencia del Estado, el secretario florentino ve como algo ilusorio querer resolver los conflictos que se suscitan al interior de éste según criterios morales o éticos como producto de una exigencia espiritual o racional. No en vano asevera con la mayor crudeza y frialdad que: "un príncipe no debe tener otro objeto, otro pensamiento ni cultivar otro arte mas que el de la guerra, porque es lo único que se espera ver ejercido por el que gobierna"[12]. 

No Cabe duda  que hacer viable  los planteamientos  del pensador florentino,  nos conduciría fácilmente  a instaurar  un Estado   fundado,  además de las relaciones de poder,  en el fraude, el despotismo y la arbitrariedad.  En este sentido, podemos decir que desde una perspectiva  ética  sea imposible legitimar, desde todo punto de vista, cualquier  proyecto político que cuente con la guerra y el asesinato  selectivo como principios básicos.

  
Emparentada con la concepción legada por Nicolás Maquiavelo, encontramos la del filósofo inglés Thomas Hobbes. Lo peculiar en la concepción de Hobbes, es que ubica el estado de guerra o confrontación permanente entre los hombres, en lo que el denomina Estado de naturaleza; y que corresponde a la hipótesis racional según la cual, antes de la aparición de la sociedad política o civil, regentada por el poder del soberano y la ley, existió aquel estado de guerra de todos contra todos -Homo Homoni Lupus- caracterizado por la ausencia de un poder común. En ese estado "se da una condición de guerra de cada hombre contra cada hombre, en la que cada uno se gobierna según su propia razón y no hay nada de lo que no pueda hacer uso para ayudarse en la preservación de su vida contra sus enemigos, de ello se sigue que en una condición así, cada hombre tiene derecho a todo, incluso a disponer del cuerpo del prójimo"[13]. 


Ahora bien, según Hobbes, si bien es cierto que el estado de naturaleza es de confrontación y de guerra, ésta hace propiamente su irrupción en el conglomerado humano "desde el mismo momento en que los hombres desean la misma cosa que no pueden disfrutar en común y al no poderse dividir se convierten en enemigos; y para lograr su fin, que es principalmente su propia conservación y, algunas veces solo su deleite, se empeñan en someterse y destruirse mutuamente"[14].  

Es de ahí que sea menester traer a colación el comentario que al respecto hace Charles Zarca: "En Hobbes, la guerra es un estado permanente en el que la dinámica de las relaciones interindividuales conduce a un conflicto. Esta probada disposición al enfrentamiento supone la existencia de un deseo indefinido de poder, por una parte, y, por otra, el derecho natural ilimitado de cada uno sobre las cosas, inclusive sobre los demás"[15]. 

Teniendo en cuenta lo anterior se infiere que para el filósofo inglés es preciso ver en la competencia, la desconfianza y el afán de gloria entre los hombres, causas de gran peso y trascendencia en la generación de la guerra. Pero veamos con mayor profundidad  como la define Hobbes: "La primera hace que los hombres invadan el terreno de otros para adquirir ganancias, haciéndose dueños de otros hombres, de sus esposas y de sus ganados; la segunda, le hace usar la violencia con tal de defenderse y preservar su seguridad. Y la tercera, para adquirir reputación reparando las ofensas inferidas a través de una palabra, una sonrisa, una opinión diferente o cualquier otra señal de desprecio"[16].

Ante esta situación de enfrentamiento e inseguridad permanente donde no está garantizada la vida ni la propiedad de los hombres, éstos se ven abocados a establecer un pacto entre ellos para delegar en un soberano de carácter irrevocable y con poderes ilimitados, sus derechos, e impedir a los individuos que ejerciten su propio poder con daño para sus congéneres.

Aquí resulta de gran interés el planteamiento de Enrique Bonete Perales, según el cual "en el pensamiento político de Hobbes es difícil plantear criterios morales del comportamiento político externos al propio proyecto del soberano de evitar o erradicar la guerra civil; parece como si alcanzada la paz y la seguridad de la nación por parte del soberano, ya no se le pueda exigir otro comportamiento moral"[17]. Teniendo en cuenta lo anterior, continúa nuestro comentarista dilucidando las implicaciones de la relación política-moral en el pensamiento del filósofo ingles, anotando lo siguiente: "Por tanto, no existen criterios morales y legales desde los cuales censurar el comportamiento del gobernante ya que por el mismo pacto estamos obligados a aceptar cualquier comportamiento del soberano, por muy inmoral que nos pueda parecer, siempre y cuando nos proteja y nos evite la guerra civil"[18].

Resulta entonces evidente que el gobernante en su quehacer queda eximido de observar criterios o normas morales superiores que regulen su actividad desde fuera; por el contrario, aquí la moral queda subordinada a la política.

El carácter problemático de esta concepción consiste en desconocer de tajo la experiencia histórica que siempre nos ha mostrado con creces "que los hombres no renunciarán a las luchas por una mejor calidad de vida y a la seguridad económica o al reconocimiento y la preservación de las libertades políticas así como a otros derechos fundamentales nada más que por conservar la paz por la paz, ya que una paz en esas condiciones, socavaría las bases de una existencia humana pletórica y digna, negando de plano la dirección de la evolución social"[19].

En lo anteriormente señalado, encontramos el fundamento a la licitud de un derecho a la utilización de la fuerza por parte los pueblos con tal de hacer prevalecer sus derechos fundamentales básicos cuando estos han sido escamoteados o conculcados flagrantemente, sometiéndolos a la exclusión y el abandono, impidiendo a toda costa que lleven una vida digna. Además, la historia es pródiga en ejemplos de esta clase al mostrarnos en sus páginas casos típicos de levantamientos, sublevaciones y revoluciones que han tenido como causa esencial la liberación de yugos y regímenes oprobiosos que han conculcado los más elementales derechos.

Pasar por alto las consideraciones esbozadas anteriormente y creer que la paz debe ser alcanzada a cualquier precio, nos llevaría inexorablemente a tener que aceptar el argumento hobbesiano según el cual la búsqueda de la preservación de la vida como máxima aspiración de los contratantes que dan origen al pacto, autoriza al gobernante a utilizar sin límites ni restricciones la fuerza del Estado para conseguir dicho objetivo, y en muchas ocasiones, para seguir manteniendo unas relaciones de poder fundadas en la exclusión y la explotación de grandes sectores de la población, acalladas y maniatadas por una verdadera legislación de guerra total, acompañada de disposiciones coercitivas de carácter legal en las cuales se recorta de manera parcial o total el ejercicio de derechos fundamentales básicos como "cuota" de sacrificio para coronar con creces el noble propósito de devolverles por encima de todo la paz y la seguridad.

Con tal de dilucidar lo anteriormente señalado como algo inconveniente por asignarle un valor absoluto o un fin en si misma a lo que podríamos considerar como una paz negativa, basada en el miedo generalizado de todos hacia todos, veamos lo que con meridiana claridad nos dice el profesor Angelo Papacchini: "Ni siquiera es necesario ni conveniente, transformar la paz en un valor incondicionado, puesto que su valor queda supeditado, en últimas, al de los fines que ella contribuye a realizar: el goce de la vida, de las libertades y de los derechos fundamentales". Y más adelante añade: "En cuanto a respuesta a necesidades vitales de seguridad y supervivencia, la paz posee un valor positivo pero no absolutamente incondicionado: no es valiosa en sí, sino en cuanto condición material de posibilidad para el goce de una vida digna y libre"[20].

Las posiciones anteriormente señaladas, enmarcadas en la reivindicación del carácter pragmático-instrumental y amoral de la política y la guerra, inexorablemente dan cabida, de una u otra manera, al más descarado belicismo. Es importante hacer notar en este aspecto que semejantes concepciones, aunque pasadas de moda y desmentidas contundentemente a través de la historia, conllevan a desconocer o dejar de lado cualquier viso de humanización durante la confrontación armada con tal de coronar, supuestamente, los más altos ideales o razones de Estado. Indudablemente que esto se inserta como fundamento primigenio en la polémica que recientemente se viene dando entre quienes reivindican la primacía de la racionalidad estratégica en la conducción de la guerra por encima de cualquier consideración de carácter ético, considerando como inoportuna la aplicación de Derecho Internacional Humanitario; y aquellos, que por el contrario, ven en la humanización del conflicto armado una estrategia con fuertes ribetes éticos como un medio eficaz, aunque insuficiente, para lograr un acercamiento de los actores armados en la búsqueda de una solución ,        política a la confrontación armada.

La postura que aboga por desvirtuar cualquier principio moderador en la conducción de la guerra, por considerar la conducta violenta como algo propio e inevitable de la confrontación armada, la podemos colegir de la siguiente alusión: "La idea de una guerra sin crueldad ni violencia les resulta a muchos una contradictio in terminis, puesto que desde que mundo es mundo los actos más despiadados y las sevicias mas brutales han sido considerados un ingrediente esencial e indispensable de los enfrentamientos entre seres humanos". Y a renglón seguido continúa: "Pretender humanizar lo que -por definición o por naturaleza- es la negación sistemática de cualquier principio humanitario, sería una tarea destinada al fracaso: una guerra sin crueldad, suavizada o dominada por criterios morales, sería tan impensable o absurda como la de un círculo cuadrado"[21].

Entre las concepciones que reivindican el carácter pragmático-instrumental y amoral de la política y la guerra, merece especial atención la de Georg Wilhem Friedrich Hegel. Esto se puede empezar a colegir desde su conocido postulado "Todo lo racional es real y todo lo real es racional", cuyas implicaciones éticas son de una gran trascendencia por derivarse de ello la justificación moral de todo lo existente. Según esto, las guerras y los grandes hechos y episodios que han movido la rueda de la historia de la humanidad, necesariamente debían ocurrir como fases en el desarrollo del Espíritu Universal, implicando de hecho su existencia en el plano racional y por lo tanto avalando su carácter necesario. De lo anterior se puede inferir que no toda acción, por mala que parezca, ni toda guerra, pueden ser consideradas como valores negativos sino como etapas conducentes a la consecución del progreso en la conciencia de la libertad. Es evidente que aquí se desprende como corolario que el criterio de la acción política es aquel que coadyuva al progreso hacia la libertad como realización de los fines universales.

En este sentido, para tener una clara comprensión de porqué Hegel evalúa desde una óptica que podríamos considerar como amoral los sucesos y episodios que sobrevienen a las grandes decisiones políticas, así, como el estallido de las más desastrosas guerras y revoluciones, es importante no perder de vista que el filósofo de Sttugart no atribuía una importancia preponderante a la voluntad de los hombres individuales en la destrucción de instituciones obsoletas ni en su construcción. Según Sabine, para Hegel, "las fuerzas impersonales inherentes a la sociedad misma constituyen su propio destino; y en donde los hombres aparecen como meros medios en la consumación de las etapas que ha de coronar el Espíritu Universal en su desarrollo a través de la historia"[22]. Desde esta perspectiva, la acción política de los gobernantes adquiere carácter moral cuando sus actos se hallan en consonancia u orientan hacia el fomento de la libertad como expresión suprema de la realización del espíritu. Ahora, en las acciones desarrolladas por estos hombres de Estado, según Hegel, encontramos el resorte de las pasiones, intereses y egoísmos como causa de sus grandes hazañas que en ningún momento pueden ser tachadas como inmorales por las normas de la moral predominante. Pero veamos lo que nos dice Hegel en el siguiente párrafo: "Los grandes hombres llevan tras de sí todo un séquito de envidias que les reprochan como faltas sus pasiones. De hecho se hace resaltar especialmente el lado moral del juicio, diciendo que sus pasiones lo han impulsado. Sin duda, fueron hombres de pasiones, esto es, tuvieron la pasión de su fin y pusieron todo su carácter, todo su genio y naturaleza en este fin. Aquellos grandes hombres parecen según solo su pasión, solo su aíbedrío; pero lo que quieren es lo universal" [23]. Y más adelante, en su crítica al carácter trivial de los juicios morales que se emiten sobre la supuesta bajeza de las pasiones de estos hombres dice: "La vulgaridad psicológica es la que hace esta separación. Dando a la pasión el nombre de ambición y haciendo con ella sospechosa la moral de aquellos hombres, presenta las consecuencias de lo que han hecho como sus fines y rebaja los hechos mismos al nivel de medios"[24].

Según esta concepción, para Hegel, es ineludible que el comportamiento o la acción política de los grandes dirigentes debido a las graves y desastrosas consecuencias de sus hazañas, tiendan a ser juzgadas desde la moral imperante en su momento histórico, aunque esta sea insuficiente para evaluar la dimensión intemporal de sus empresas políticas. Esto se advierte nítidamente cuando el filósofo alemán justifica de manera descarnada la violación de los derechos de los individuos a través de decisiones políticas o con el advenimiento de las guerras más crueles y desastrosas en el siguiente párrafo: "Estos individuos históricos (hombres de Estado), atentos a sus sagrados intereses, han tratado sin duda ligera, frivola, atropelladamente y sin consideración otros intereses y derechos sagrados, que son por sí mismos, dignos de consideración. Su conducta está expuesta por ello mismo a la censura moral. Pero hay que entender de otro modo la posición de estos hombres. Una gran figura que camina, aplasta muchas flores inocentes y destruye por fuerza muchas cosas a su paso" [25].

Aquí Hegel reconoce abiertamente que los derechos inherentes a los individuos o para decirlo en términos kantianos, la dignidad de la persona, puede ser vulnerada si con ello se contribuye a la realización del espíritu, de los fines universales. Es evidente en el filósofo alemán un marcado grado de subestimación hacia los individuos como sujetos propietarios de unos derechos inalienables cuyo respeto y promoción deben tomarse como criterios éticos y morales para regular tanto la guerra como la actividad política.

Esta posición de Hegel se viene a patentizar con mayor nitidez al momento de abordar el problema de la necesidad de la unificación del Estado alemán en una autoridad suprema. Este proceso de unificación se encontraba con el obstáculo de la dispersión feudal de los reinos, cobijados en una especie de libertad ilimitada que los eximía de todo sometimiento a una autoridad centralizada. Sobre este tópico veamos algunos comentarios que hace Sabine al respecto: "Hegel encontró justamente la causa de la debilidad del imperio en el particularismo y el provincialismo que consideraba como defecto nacional del carácter alemán. Culturalmente, los alemanes constituyen una nación, pero nunca han aprendido la lección de subordinar la parte al todo que es esencial para un gobierno nacional" Y más adelante dice: "Hegel identificó el particularismo alemán con un amor anárquico por la libertad, que concibe erróneamente la libertad como una falta de disciplina y autoridad"[26]. Por último, concluye el comentario sentenciando a manera de alternativa lo siguiente: "Una nación encuentra libertad, liberándose de la anarquía feudal y creando un gobierno nacional"[27].

Lo anterior nos lleva a pensar que Hegel ve en la defensa a ultranza del individualismo de los reinos al interior del imperio, la causa de las desgracias del pueblo alemán. En este sentido resulta puntual el siguiente comentario del profesor Angelo Papacchini: "Gracias a este análisis histórico-político Hegel se da cuenta de que la causa última de la miseria de Alemania reside precisamente en la ausencia de un Estado de verdad, y se convence cada vez más de que poco valen las invitaciones a la moralidad, a la justicia o a la solidaridad si no se encuentra una solución realista y eficaz a esta carencia sustancial”[28].  

Para el filósofo alemán, el desorden y la anarquía propios del estado de naturaleza, generado por la libertad ilimitada que asiste a una multitud de reinos díscolos que no reconocen autoridad alguna, es el abono ideal para que se larven todo tipo de disensiones y guerras en el plano interno así como todo tipo de agresiones e intervenciones desde el exterior como producto de la ausencia de un poder lo suficientemente fuerte que garantice la seguridad en el plano interno como en el concierto internacional. Esta situación, a todas luces insostenible debido a la inestabilidad e inseguridad crecientes, impone, según Hegel, incluso a través de la violencia, la superación de esta situación mediante la instauración de un Estado centralizado y fuerte, capaz de restablecer la justicia y la libertad como proyecto ético-moral.

Después de analizar a profundidad la situación de fragmentación política e inestabilidad a que se vio abocada la Italia del siglo XVI, Hegel llega a encontrar semejanzas significativas con lo que sucede en Alemania, coincidiendo con Maquiavelo en la necesidad de conseguir a toda costa el sometimiento y unificación de los reinos como única alternativa de superar el caos y la anarquía. Pero veamos lo que dice Hegel al respecto en este extenso párrafo: "La época de su desgracia, cuando Italia se precipitó en su miseria y se convirtió en campo de batalla de las guerras entre príncipes extranjeros por causa de sus territorios, simultáneamente proveía los medios para las guerras y constituía su precio. Cuando confió su defensa al asesinato, al veneno y a la traición o a los enjambres de canallas extranjeros, los cuales a menudo resultaban mas temibles y peligrosos, con sus soldados siempre costosos y voraces, algunos de cuyos jefes llegaron a ser príncipes; cuando los alemanes, españoles, franceses y suizos la saqueaban y los gabinetes extranjeros decidían acerca del destino de esta nación, un hombre de Estado italiano (Maquiavelo), profundamente conmovido por esta situación de miseria general, de odio, de desorden, de ceguera, concibió con fría serenidad la necesaria idea de salvar a Italia mediante su unificación én un Estado" [29].

Después de analizar los anteriores argumentos, resulta claro que, para Hegel, el proceso de unificación que erija un Estado nacional sólido y centralizado que evite la anarquía y todo tipo de disensiones intestinas y aleje el peligro de agresiones extranjeras, debe llevarse a cabo sin reparar en el carácter moral o inmoral de los medios que han de utilizarse para coronar el sagrado deber de alcanzar la unificación en un Estado nacional. La reivindicación que sobre este tópico hace Hegel del pensamiento de Maquiavelo, tiene como fundamento, según el filósofo alemán, el realismo con que el secretario florentino diagnosticó la necesidad de un Estado central fuerte como única salida a la anarquía y las depredaciones reinantes en Italia. Pero veamos lo que dice Hegel al respecto: "Con frecuencia se ha rechazado con horror este libro -El príncipe-, considerándolo Heno de las máximas de la más cruel tiranía; pero en el alto sentido de la necesidad de que se formase un Estado, ha establecido Maquiavelo los principios según los cuales tenían que formarse los Estados en aquellas circunstancias". Y en el mismo párrafo, al justificar la necesidad de la guerra sin cuartel con tal de someter a los reinos renuentes a acatar cualquier autoridad central, manifiesta lo siguiente: "Había que reprimir completamente a los distintos señores y señoríos; y si nosotros no podemos unir con nuestro concepto de la libertad los medios que Maquiavelo nos da a conocer como los únicos plenamente justificados, porque implican la violencia más desconsiderada, toda clase de engaño, el asesinato, etc., hemos de confesar que los señores que debían ser sometidos sólo podían ser atacados de ese modo, pues a una total falta de conciencia moral unían una perfecta abyección"[30].  Pero la aquiesencia de Hegel hacia el proyecto político de Maquiavelo no se circunscribe únicamente a la ineludible necesidad de estructurar un Estado fuerte y centralizado, recurriendo, incluso, a la violencia con tal de someter a los adversarios, sino que ve en la defensa y seguridad del mismo la tarea a la cual el gobernante debe aplicar toda su fortaleza e ingenio sin límite alguno para no sucumbir a las pretensiones de los enemigos. Ante esto Hegel deja abierta la posibilidad de que el gobernante recurra, si es el caso, a las persecuciones más crueles y despiadadas en procura de salvaguardar la integridad del Estado. Pero citemos textualmente al filósofo de Sttugart: "El delito más grave, incluso el único delito contra un Estado, consiste en provocar la anarquía, pues todos los delitos que el Estado ha añadido, como contrarios a su esencia, revierten en este; por eso, aquellos a quienes el mismo Estado no persigue indirectamente, como si se tratara de delincuentes de otra especie, sino de modo directo, son los delincuentes peores puesto que el Estado no tiene un deber más alto que sostenerse a sí mismo y destruir el poder de aquellos delincuentes de la forma más segura" Y ratifica aún más su posición de legitimar al Estado en su tarea de represión a través de los medios más abyectos cuando dice: "La ejecución de ese supremo deber no constituye para el Estado un recurso más; se trata de un castigo, pues si el mismo castigo fuere un medio, toda sanción a cualquier delincuente podría ser llamada una atrocidad y cualquier Estado se hallaría en la situación de necesitar para su defensa medidas despreciables, muerte o largo cautiverio" [31].  
En este mismo orden de ideas, pero circunscribiéndonos a nuestro contexto, resulta llamativo la más absurda y descarnada apología de la intensificación de la violencia como medio eficaz y expedito para la consecución de la paz. Aquí resulta pertinente que nos detengamos a analizar en algunos de sus apartes, el reciente y polémico artículo, titulado "Démosle un chance a la guerra", del profesor e investigador Edward Luttwak, quien atribuye un papel providencial ista y mesiánico a la guerra como partera de la paz entre los pueblos.

Analicemos la argumentación del profesor Luttwak: "Hay una desagradable verdad que con frecuencia pasamos por alto. Se trata del hecho de que, aunque la guerra es un gran mal, si tiene una gran virtud: puede resolver conflictos políticos y conducir a la paz. Esto puede suceder cuando todas las partes en conflicto se agotan o cuando una de ellas gana de forma decisiva. De cualquier manera la clave está en que el combate debe seguir hasta que se alcance una solución". Y más adelante añade: "La guerra trae paz sólo después de haber alcanzado la fase culminante de violencia. Las esperanzas de un éxito militar deben desvanecerse para que la reconciliación resulte más atractiva que seguir en combate"[32]

Según esta concepción, propia de una racionalidad pragmática, parecería necesario que llegue a hacerse harto evidente y espeluznante el espectáculo de la profundización y degradación del conflicto armado y de los traumas y sufrimientos de los combatientes y de la población civil ajena a la confrontación, para que los actores del conflicto se vean obligados a encarar la pregunta referente al sentido de semejante barbarie y horror, y lleguen así a la convicción de la necesidad de abandonar la guerra por los altos costos que acarrea y así explorar otras vías diferentes al macabro espectáculo de una violencia cada vez más generalizada.

Según lo arriba señalado, llegaríamos a la inexorable conclusión de que la consecución de la paz, más que obedecer a un proyecto racional propio de un imperativo ético, sería el producto de la astucia de la violencia y del terror que en su labor pedagógica "le recordarán a quienes la padecen, su vulnerabilidad e indefensión, y los obligaría a tomar en serio la necesidad de un nuevo pacto que instaure la paz. Por paradójico que pueda parecer, la violencia y el terror constituirían el medio más eficaz para fomentar la convivencia pacífíca"[33].

En las actuales circunstancias por las que atraviesa el conflicto político armado en nuestro país, no deja de llamar poderosamente la atención la frecuente y sistemática utilización de la sevicia y el terror como distintivo sobresaliente en el accionar de algunos sectores de las fuerzas armadas y de los paramilitares, así como la transformación de las guerrillas en poderosas maquinarias armadas, con un inmenso poder económico y una gran capacidad de combate contra el Estado y de extorsión y agresión a sectores medios y altos de la población civil.

Sin duda alguna que esta profundización de las acciones violentas, que deja de lado y suprime de tajo cualquier consideración de carácter ético y por ende humanitaria en lo referente a la conducción de las hostilidades, halla esencialmente su fundamento en la concepción belicista que atribuye a la violencia un papel positivo como medio efectivo al hacer entrar en razón a los contendientes, so pena de más muertes y pérdidas irreparables, de la imperiosa necesidad de ponerle fin a la confrontación armada. Una prueba de esto, es que en amplios sectores de la opinión pública ha logrado alguna receptividad la controvertida tesis esgrimida hace algunos años, y según la cual, se hace necesario, primero, emprender una guerra de exterminio para así derrotar o debilitar al máximo a la guerrilla en el plano militar para después de sometida, se sienta obligada a aceptar los términos, si se da el caso, de una eventual negociación.

La tesis anteriormente señalada, conllevaría sin más a un incontrolable y generalizado espiral de violencia, además de llevar implícita una crítica frontal a quienes ven en la imperiosa necesidad de imponer unos diques éticos a un conflicto que en su degradación amenaza con extenderse a sectores cada vez más amplios de la población civil, como estrategia válida para lograr un acercamiento a la solución negociada del mismo.

Ahora bien, no hay que olvidar que en la guerra no se puede refrendar la entronización de la sevicia y el terror, sino que prima la exigencia a "que esta práctica peculiar de la interacción humana se amolde a una idea superior de humanidad, que abarca los ideales más elevados de civilización, convivencia y solidaridad. La humanidad funciona en este caso como ideal prescriptivo, más que como una noción  descriptiva"[34].


En este sentido, sería pertinente traer a colación las recomendaciones que muchos siglos atrás hiciera el califa Abu Bakr Assiddiq al comandante de sus ejércitos cuando en una de sus expediciones le señaló lo siguiente: "Recordad que Dios siempre tendrá puesta la mirada en vosotros, conducíos como hombres, sin dar nunca la espalda, pero que la sangre de mujeres o niños o ancianos no mancille vuestra victoria"[35].




[1] SUN TZU, el arte de la guerra, pág. 59.
[2] Leyes de Manú Pag. 206 207
[3] Kant Emmanuel, Metafísica de las costumbre. Pag. 195 Ed. Ataya. 1993 Barcelona
[4] Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Pág. 44.   Ed. Porrúa, 1995. México)

[5] Villar Borda Luis, La paz en la doctrina del Derecho de Kant. Pag. 36. Universidad Externado de Colombia. 1996. Bogotá)

[6] (Valencia Villa Hernando,  La justicia de las armas. Pág. 120. T:M. IEPRI. U.N. 1993. Bogotá)

[7] Maquiavelo Nicolás, El príncipe Pág. 81. Ed. Espasa-Calpe. 1979. Madrid.
[8] Maquiavelo. Op. Cit. Pág., 82
[9] (Renaudet Agustín, Maquiavelo Pag. 281. Editorial Técnos. 1984. Madrid.)

[10] De Grazia Sebastian, Maquiavelo en el infierno. Pág. 266. Editorial Norma, Bogotá.

[11] De Grazia. Op. Cit. Pag. 229.

[12] Maquiavelo Op. Cit. Cap. XTV.

[13] Hobbes Thomas, Leviatán. Pág. 111. Ed. Altaya. 1994. Barcelona.

[14] Hobbes, Op. Cit. Pág. 106

[15] Charles Zarca Yves, Hobbes y el pensamiento político moderno. Pág. 141. Ed. Herder. 1994. Barcelona.
[16] Hobbes. Op. Cit. Pag. 107

[17] Bonete Perales Enrique, La política desde la ética. Pag. 12. Ed. Proyecto a. 1998. Barcelona
[18] (Ibidém. Pág. 12)

[19] (Horowitz, Louis Irving, La idea de la guerra y de la paz en la filosofía contemporánea. Pág. 43. Ediciones Gaiatea. Buenos Aires. 1960)
[20] (Papacchmi Angelo, Los derechos humanos, un desafio a la violencia. Pag 376. Ed. Altamir. 1997. Bogotá)

[21] Karl Von Klausewitz, De la Guerra Pág. 39. Tomado de Papacchini Angelo, Los derechos humanos, un desafio a la violencia. Pag. 387. Ed. Altamir. 1997.Bogotá.

[22] Sabine, George, Historia de la teoría política. Pág. 457. F:C:E 1992. México
[23] G.W.F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Pág. 94. Editorial Altaya. 1994. Barcelona.
[24] G.W.F. Hegel, Op. Cit. Pág. 95.
[25] G.W.F. Hegel. Pág. 97.0p. Cit.

[26] Sabine, Pág.464. Op. Cit.
[27]  Sabine, Ibídem.  Pág.465. Op. Cit.

[28] Papacchini. Angelo, El problema de los derechos humanos en Kant y Hegel Pág. 221. Univalle. 1993. Cali.

[29] (G.W.F. Hegel, La constitución de Alemania. Pág.120. Editorial Aguilar. 1972. Madrid).

[30] (Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. Pág. 646. Tomo H. Ed. Altaya. 1994. Barcelona).
[31] (Hegel, La constitución de Alemania. Pág. 124. Op. Cit).

[32] Revista El malpensante. Pag. 78. N° 19. Enero del 2000. Bogotá)

[33] Papacchini. Op. Cit. Pag. 401

[34] Papacchini, Op. Cit. Pag. 388 
[35] Rincón Tatiana, Derechos humanos, guía para capacitación. Indepaz. Bogotá. 1996