domingo, 19 de junio de 2011

HUMANIZAR LA GUERRA O INSTAURAR LA PAZ: A PROPÓSITO DE LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO PACTO FUNDADO EN UNA PAZ POSITIVA COMO GARANTÍA REAL Y EFECTIVA DE CONVIVENCIA PACIFICA

1. Introito. Resulta a todas luces evidente y algo incontrovertible que el actual estancamiento que presenta el conflicto armado interno caracterizado por la violencia generalizada contra la población civil y acciones de un alto grado de sevicia y degradación en las acciones de los bandos contendientes, se retroalimenta permanentemente en el mutuo proceso de desligitimación, lo cual ha dado cabida a que el Estado, asumiendo marcados ribetes autoritarios, se abrogue el derecho a emprender una guerra de exterminio contra quien considera como un enemigo ilegitimo; y a la guerrilla, a emplear una violencia de respuesta contra un 'establecimiento' al que no le atribuye legitimidad alguna, ante lo cual se yergue como un imperativo la humanización de la contienda armada mediante el control ético de la misma e impida la barbarie, contribuyendo de esta manera a que se genere un clima de confianza que facilite un acercamiento de las partes enfrentadas que permita la apertura de espacios que sienten las bases de un futuro acercamiento y así se inicie un proceso de paz.

Pero cabría preguntarnos, ¿es esto suficiente por sí sólo para alcanzar una paz estable u duradera?  Creo que no, sino va acompañado por la instauración a traves de acuerdos y consensos de un pacto que permita sentar las bases que le devuelvan al Estado una auténtica legitimidad mediante el reconocimiento real y eficaz de los derechos fundamentales a través de la implementación desde el orden legislativo de políticas de alto contenido de justicia social y la salvaguarda de un espacio público de amplio espectro democrático desde el cual los ciudadanos mediante procesos deliberativos puedan dirimir sus controversias políticas e ideológicas.

2. Desarrollo. 
Desde mediados de la centuria pasada, en nuestro país, desafortunadamente el conflicto entre sectores que oponen sus visiones sobre el papel del Estado y las políticas a seguir, se ha tornado en un enfrentamiento armado que ha traído como consecuencia una violencia caracterizada por la degradación y los más despiadados actos de sevicia, por parte de la guerrilla así como de las fuerzas armadas del Estado y del llamado para-militarismo, amparado hoy bajo el rótulo de bandas criminales(Bacrim).
Actualmente, este estado de cosas, presenta como denominador común un marcado énfasis en la renuencia por parte del Estado a ver a los integrantes de la guerrilla como sujetos de derechos con un estatus político que legitime su accionar sino como a terroristas equiparados a la categoría de enemigos internos, derivando esto en la criminalización de la guerra como mecanismo expedito que permita emprender una guerra de exterminio(bellum punitivum) que logre someterlos militarmente y así restablecer el 'orden' y la paz.

De lo arriba expuesto, resulta a todas luces evidente su emparentamiento, tomando como referente la concepción schmittiana, con una especie de declaración de hostis, "esto es en la definición del enemigo interno, su expulsión de la comunidad de paz y la definición de medidas para su enfrentamiento, a fin de lograr la pacificación del territorio y el mantenimiento de la paz, la seguridad y el orden" (Mejía Quintana Oscar, Estado autoritario y democracia radical en América latina. Elementos para un marco de interpretación teórica. pag. 5)
Concebir la política bajo los derroteros de la concepción anteriormente analizada, nos conducirá fácilmente a instaurar un Estado fundado, además de las relaciones de poder, en el fraude, el despotismo y la arbitrariedad con tal de garantizar su supervivencia y seguridad. La supremacía de las razones de Estado y su defensa, avalarían incluso, actos y conductas inmorales; plasmadas en los procedimientos más crueles y reprobables con tal de preservar 'el orden' y el establecimiento institucional.
Sin temor a equivoco alguno podemos aseverar que lo anterior se fundamenta en la omisión o el desconocimiento de la necesidad de una valoración ética de la política y por ende de la guerra, lo cual nos llevaría inevitablemente al más descarado belicismo que de una u otra manera estimularía el advenimiento de una desbocada espiral de violencia signada por la descomposición y la barbarie, haciendo más intensos los odios y clausurando cualquier intento de crear puentes de comunicación entre los bandos en contienda, haciendo más remoto el advenimiento de la paz, con las más nefastas consecuencias tanto para los combatientes como para la población civil ajena a la confrontación armada.

Lo inconcebible de la anterior concepción, radica en creer que la profundización del conflicto a cualquier costo y sin reparo alguno en normas éticas, evitaría su prolongación en el tiempo y entraríamos en una solución rápida del mismo, ya que según ésta lógica, una victoria militar aplastante e inobjetable, dejaría al enemigo en la obligación de someterse a las condiciones impuestas por el vencedor y supuestamente esto daría paso al advenimiento de una paz estable.
En este orden de ideas, se hace necesario no pasar por alto que llegado el caso de emprender una guerra con el argumento de combatir estados injustos de dominación despótica donde se violen de manera flagrante los derechos fundamentales y con ellos valores esenciales como la autonomía y la dignidad humana, desde ningún punto de vista esto daría pie para echar mano de toda clase de medios o acciones con tal de justificar esos fines.
Aquí sería pertinente traer a colación la preocupación que en su tiempo asistía a Alberico Gentili, quien en su obra Comentario de jure belli, se preguntaba "si lo que le confería el carácter de justo a una confrontación bélica habría de buscarse en la causa o mas bien en los medios y métodos de lucha" (Del Vecchio Giorgio, El Derecho Internacional y la paz. Pag. 102. Bosch. Barcelona 1959).

Después de analizar los aspectos anteriormente expuestos, se hacen evidentes los problemas de concepciones que justifican el papel instrumental de la violencia en su relación con lo político como bien lo expresa Ana Arendt, en el sentido de la necesidad de la violencia como algo connatural al ejercicio del poder para poder sostenerse. Pero veamos textualmente lo que dice: "el poder debe sostenerse siempre en una marea obscena de violencia, el espacio político nunca es puro sino que presupone cierta disposición de confianza en la violencia pre política" ( Slavoj Zizek, La violencia como síntoma en la suspensión política de la ética, Pag. 169-217 Buenos Aires. Tomado de Mejía Quintana Op. Cit. Pag.).
Ahora bien, no hay que olvidar que en la guerra no se puede refrendar la entronización de la sevicia y el terror, sino que prima la exigencia de "que esta practica peculiar de la interacción humana se amolde a una idea superior de humanidad, que abarca los ideales mas elevados de civilización, convivencia y solidaridad. La humanidad funciona en este caso como ideal prescriptivo, más que como una noción descriptiva" (Papacchini Angelo, Los Derechos Humanos, Un Desafío a la Violencia. Pag. 388.Editorial Altamir. Bogotá)

Nadie pondría en duda la importancia que tiene la humanización de la guerra, sustentada en el reconocimiento del otro y la mutua aceptación como sujetos portadores de derechos aun en medio de la confrontación armada como estrategia de paz válida que permita una solución política al conflicto armado en nuestro país.
Podría terminar diciendo que en las actuales condiciones por las que atraviesa el país, es un equívoco plantear la humanización de la guerra y la instauración de la paz como conceptos antinómicos en el sentido de creer que son excluyentes entre sí, ya que la puesta en práctica de la primera,  prepara el advenimiento de
 la segunda.  


 

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