Qué cosa tan extraña somos. Aún no logro comprender de que se ufana nuestro pretendido intelectual. Tanto alarde de grandeza y una falsa sapiencia le otorgan ese estúpido ribete de sentirse por encima del bien y del mal.
Ahora, para que esa falsa voluptuosidad y una tonta apariencia, si es poco lo que podemos aseverar ante los desatinos del espíritu o la angustia y la incertidumbre que nos punza cada vez que en nosotros asoma el fracaso?
Aquí entre lineas, para ti, mi gran amigo, es pura pendejada tratar de regodearnos por la destreza mostrada al momento de adentrarnos por los vericuetos de la acartonada racionalidad o el dominio de esa cosa tan trivial que mis amigos llaman en tono rimbombante las leyes de la lógica y el buen pensar.
¿Entonces, por que será que ante tantas frustaciones y el impetérrito vacío, nos aferramos con gran aspaviento a ese bicho raro de la fé?
Nimiedades de esta índole echan por tierra la necia pedanteria de nuestro glorioso intelectual. Ni qué decir de su oculta afición de frecuentar los bares del centro de la ciudad cuando en el condominio que él habita, a esas horas todos duermen; ni de la aplastante depresión que le sobreviene despues de copular a las dos de la tarde en un prostíbulo de mala muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario