domingo, 5 de junio de 2011

EL BALCÓN DE MARA (CUENTO)

Ayer, el barrio festejó con gran alborozo, el suceso que constituyó la captura del hombre que, años atrás, violó a Mara durante una excursión a los alrededores de la ciudad. Lo ataron a un poste del alumbrado público y lo azotaron hasta el desfallecimiento total.
"Gente bien jodida la que habita éste vecindario", me digo ahora, mientras sujeto el tomo contra la axila para acomodarme mejor en el pasadizo de la buseta.

Desde entonces, se sienta solemnemente en el balcón de su casa para ver pasar la vida sin mayores sobresaltos. Al rato, una mujer joven deja sobre su regazo "Los viajes de Gulliver" y le susurra al oído algunas palabras para que sepa que en el futuro seguirá siendo una mujer bien.
Con el paso de los años, ha abandonado la lectura para recrear las facetas de esa gran estupidez a la que llaman vida. Algunas veces piensa en su tía, Katty, la misma que durante algún tiempo se ha encargado de encerar el embaldosado del balcón y cuidar que nunca falten los diarios y el paquetico de bombones de fresa. Sonríe al ver las nubes que se arremolinan sobre el edificio de la Gobernación y cree poder dislocar el tedioso curso de los acontecimientos.

El tenue aleteo de un pensamiento la transporta al recuerdo sombrío de una niñez dura y descarriada; vagando entre algodonales resecos y columpiándose en los porches de las casas habitadas por la maleza y el olvido. Todavía siente el peso de aquella avalancha nudosa sometiéndola a golpes y estrujándola en lo mas íntimo; penetrándola más allá de las entrañas y el dolor. Así es el inmancable recuerdo que se desvanece al verse envuelta entre los jirones que colgaban en aquél alambre invadido por el oxido, en su profiláctico papel de atemperar el llanto y el ardor.

"Pero que tonta soy", si ayer me prometí que nada de preocupaciones ni problemas sentimentales", piensa ahora que se ha dejado caer sobre el embaldosado. Acerca el rostro hasta aplastarlo contra la fotografía que muestra el titular, y entonces siente desvanecerse sobre la superficie.

"Si, soy el rictus final de una mueca. Estoy harta de mí, de todo este vacío"

No piensa, ni oye, únicamente sostiene una mirada fría y desolada sobre la oscura abertura de la escalera que comunica con el vestíbulo. Sólo desea dejarse rodar y no terminar jamás. Así lo ha presentido muchas veces, asomada desde el balcón, observando a los niños de la otra calle deslizarse sobre sus patines con el mismo equilibrio de un artista de circo.
Ahora, cuando el cigarro pende de la comisura, se palpa los muslos y desecha la idea de un nuevo encuentro con Pablo. No soporta el ridículo paseo que siempre termina ante aquel portero de chaqueta roja conduciéndolos con su linterna de mano hasta indicarles el espacioso sofá.

Con la noche desparramada sobre la ciudad, siente la ardua labor de aquel desenfado en su meticuloso sometimiento hasta la inmovilidad. Hace un círculo sobre la pared, y su fantasía le hace ver la estela difusa de algo etéreo e inalcanzable. Vuelve a tenderse sobre el embaldosado en pos de un nuevo ángulo que aclere mas la perspectiva.

-Katty.

-Qué

-Ven, sube.

_Observa bien en la pared. No ves ahí a una mujer tendida sobre un paisaje?

Ha encendido la luz para reforzar con algunas pinceladas la extraña silueta que yace sobre un paisaje cenagoso. Sí, se ha encontrado. Por eso ríe, ríe y llora ante la revelación de una soledad sin límites, amparada en el dolor que produce el entorno y la grandeza de aquella miseria.
"Así es la vida", piensa sin dejar de colorear la áspera hondonada que parece sostener el torso. Se detiene, ríe nuevamente y cree insuflarle algo de vida. La imagina un tanto vencida; lacerada por el rencor y la intrascendencia de todos los actos.

Al escuchar pasos y voces en el vestíbulo de abajo, se ha abandonado a la contemplación. El cigarrillo pende nuevamente de la comisura mientras se echa sobre la mecedora para sentir el tenue alivio que le produce verse liberada de las garras de la noche.
No siente el peso agobiador de aquellas horas, aplastándola firmemente contra la quietud y el olvido.

"Mejor quédate allí, muñeca. Ni te imaginas lo horrible que se vive aquí", se dice suavemente, mientras reanuda el sigiloso trabajo. Se empina y traza el hilillo de sangre que corre sobre el rostro de tez palúdica.

Ahora nada puede detenerle. Su espíritu avanza seguro y decidido a rescatar aquel espectro en miniatura, acogido en su conciencia como la concreción de la verdadera condición humana.

No comprende que es lo que le impide gritar para que sepan que se halla anclada en aquel puerto cenagoso y espúreo, sin fuerzas; y atada a la impotencia de un universo yermo y olvidado; algo irremediablemente perdido y carente de sentido.

Escuchó el taconeo que subía a través de la escalera, y simuló hacer un alto en su labor.

-Mara, Pablo está esperando. Qué le digo. Dijo Katty sin llegar al umbral.

-Que hoy estoy indispuesta.

El taconeo desapareció y el turbulento aspaviento de aquellos pensamientos, parecían llevarla al indescriptible estado que raya entre el delirio y la locura.
Los últimos retoques dieron un tono diáfano y quejumbroso. La figura yacía en actitud de abrazar, pero su aspecto cadavérico la eximía de todo contacto con la realidad.

Después de aquella obra de arte, los hechos tomaron rumbos diferentes; el boceto del paisaje con la vagabunda adquirió vida propia, y el balcón pasó a ser un simple apéndice de la nueva historia.
Son muchos los esfuerzos que se han hecho para sacarla del estupor que le causó aquella obra. Así lo han contado amigos y extraños, entre tanto, Katty sube religiosamente a encerar el embaldosado y a entregar los diarios junto con el paquetico de bombones de fresa.

(Este relato pertenece al libro inédito de cuentos:   "En torno a una rara espera"


Manuel Donado Solano








      

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