Algunas consideraciones teóricas sobre la paz.
Por: Manuel Donado Solano
Indudablemente
que toda sociedad organizada racionalmente, requiere de una convivencia
pacífica para hacer efectivo el cumplimiento de los principios jurídicos, de
las leyes y de las costumbres. Esto hace que la paz al equiparase al medio o
condición sine quanon mediante la cual se preserva y garantiza el goce de los
derechos fundamentales y en especial el de la existencia, se convierta en una
aspiración de carácter ecuménico al que tiende el género humano, adquiriendo la
connotación de un valor ético.
Es
de gran importancia tener en cuenta que entre las bondades que traería un
estado de convivencia pacífica a los pueblos, se resalta, además de su papel
como posibilitador del goce pleno de los derechos fundamentales, el de permitir
el despliegue de una existencia rica y pletórica al poder desarrollar en
armonía nuestras capacidades. Esto, debido a que en esas circunstancias, “las
relaciones de amistad se traducen, normalmente, en relaciones de colaboración
o, tal vez más exactamente, de cooperación entre los grupos sociales que renuncian a la violencia física como
medio de resolver los conflictos.”1
En el mismo
sentido, adquiere también gran significación la definición que sobre la paz
plantea el filósofo italiano Norberto Bobbio al considerarla como “un estado de
ausencia de guerra en tanto que enfrentamiento violento continuado y duradero
entre grupos organizados”2
Pero ante
la creencia que equipara la paz no solamente a la ausencia de guerras sino de
toda violencia, el teórico italiano despeja lo que considera un equívoco cuando
a renglón seguido y de manera aguda advierte “que la eliminación de la guerra
entendida en sentido restrictivo no implica en absoluto la eliminación de la
violencia en el mundo, sino sencillamente su limitación, o mejor aún, la
eliminación del empleo de la violencia continuada entre grupos organizados”3
La anterior
aseveración no puede llevarnos a concluir que para el autor italiano la paz no
sea un bien y la guerra un mal que la humanidad desea ver eliminado de raíz y
erradicar así el peligro de una conflagración nuclear entre potencias que ponga
en peligro la supervivencia de la especie.
Si echamos
una rápida mirada retrospectiva a lo que ha sido el curso de la historia de la
humanidad, vemos que ya en la Antigua Grecia la consecución de la paz se había
convertido en una aspiración que se dejaba traslucir en las obras de filósofos
y poetas, donde estos últimos plasmaban bellamente a través de desesperados
cantos y escenificaciones lo inconveniente de la guerra por la arbitrariedad,
los horrores, la postración y toda la miseria que ella traía a la vida de las
ciudades.
Es así como
el sofista Isócrates, en su obra titulada
De la paz, nos dice en un extenso párrafo lo
siguiente: “¿Sería acaso suficiente para
nosotros si restableciéramos la tranquilidad y seguridad públicas, nos
hiciéramos pudientes, gozáramos de armonía y la ciudadanía nos tuviera en mejor
estima?”
Pienso que
si en verdad se cumpliera todo ello, nuestra ciudad sería plenamente feliz. La
guerra en cambio nos privó de lo dicho: Nos ha traído indigencia, nos hizo
correr muchos peligros, nos difamó ante los ciudadanos, y, en suma, únicamente
en tormentos ha sido prolífica. Si, por el contrario, acogiéramos la paz y nos
condujéramos de acuerdo con los convenios, residiríamos en nuestra ciudad
llenos de confianza, libres del flagelo de las guerras, de los peligros y de
las discordias internas a las que hoy nos vemos reducidos. Nos enriqueceríamos
día a día, al cesar de contribuir para los gastos y el mantenimiento de las
naves militares y dejar de depositar cuotas para cubrir los costes de las
operaciones militares. Nos dedicaríamos sin más temor a la labranza, la
navegación y efectuaríamos despreocupadamente las demás faenas eclipsadas por
la guerra en el presente”4
En
Aristófanes, crítico mordaz de Pericles y de los generales espartanos a quienes acusaba de desencadenar la guerra
fratricida entre las ciudades griegas, también es notorio el anhelo por el
restablecimiento de la paz .
En la
comedia representada que lleva por nombre La
paz, Aristófanes, a través de Eirene, uno de sus personajes, nos lega ésta
reflexión poética: “Paz, tan añorada por todos, eras de óptimo beneficio en
nuestra vida campestre; por emanar de ti cada bien, por permitírsenos vivir una
vida dulce y afable en aquel tiempo de paz.
A todo
esto, la paz en su prolongada ausencia, tan distante de nosotros, ¿adónde ha
ido a parar?” 5
Además de
lo anterior, es evidente que ante los horrores, la violencia y las miserias que
produce la guerra en el género humano, ésta es considerada como un disvalor
mientras que la paz es vista como algo
valioso.
Ahora, para
algunos, conscientes del carácter inherente del conflicto a una sociedad como
la nuestra; policlasista y multicultural, “el valor de la paz se establece
mucho mejor acentuando en el número de casos en que hay una correlación entre
la paz y el progreso social que la mera insistencia en los horrores de la
guerra” 6
Aquí se
hace evidente a todas luces que el fundamento ético de la paz estriba en que
garantiza a la humanidad “el bienestar material a través de una evolución en armonía”7;
concibiéndola no como un valor en sí mismo, sino en tanto que sea
favorable al desarrollo y preservación de los intereses económicos o
comerciales de los pueblos en el orbe.
Después de
todo lo anteriormente expuesto, podría surgir la siguiente pregunta: ¿Es desde
todo punto de vista correcto pensar que
un estado de convivencia pacífica, deba tener como característica
fundamental que en él se proyecten
necesaria e incondicionadamente otros valores básicos?
“Afirmar el
valor de la paz no significa, claro está, tener que proyectar en ella la
totalidad de los valores de democracia, libertad, justicia social, etc.
Ni siquiera
es necesario - ni conveniente - transformar la paz en el primero de los valores
o en un valor absoluto e incondicionado, puesto que su valor queda supeditado,
en últimas, al de los fines que ella contribuye a realizar: el goce de la vida,
de las libertades así como el respeto y promoción de los derechos fundamentales”8
Ahora, lo
problemático de entrar a considerar la paz como un valor absoluto e incondicionado
consiste en desconocer de tajo “que los hombres no renunciarán a la lucha por
la seguridad económica o a la libertad política así como a otros derechos
fundamentales sólo por conservar la paz. Porque esta paz socavaría las bases de
la existencia humana al negar la dirección de la evolución social”9
En lo
arriba expuesto, encontramos el fundamento a la licitud de un derecho a
utilizar la fuerza con tal de hacer prevalecer los derechos fundamentales
básicos cuando estos han sido escamoteados flagrantemente, impidiendo a toda
costa el más mínimo respeto a la dignidad humana.
La historia
es pródiga en ejemplos de esta clase, al mostrarnos en sus páginas casos
típicos de levantamientos, sublevaciones y revoluciones que han tenido como
causa esencial la liberación de yugos y regímenes oprobiosos que han conculcado
los más elementales derechos.
Pasar por
alto las consideraciones esbozadas anteriormente y pensar que la paz debe ser
alcanzada a cualquier precio, nos llevaría inexorablemente a tener que aceptar
el argumento hobbesiano según el cual la búsqueda de la preservación de la vida
como máxima aspiración de los contratantes que dan origen al pacto, autoriza al
gobernante a utilizar sin límites ni restricciones la fuerza del Estado con tal
de garantizar el cumplimiento de ese objetivo.
1 Fernández
Flórez, José Luis. Del derecho de la
guerra. Pag 36. Servicio de Publicaciones del E.M.E. Madrid. 1982. La
cursiva es mía.
2 Bobbio,
Norberto. El tercero ausente. Pag.
253. Editorial Teorema. Madrid. 1997.
3
Ibídem. Pag. 253
4 Isócrates, Sobre la paz. Tomado del libro de Paris
Varvaroussis. La idea de la paz. Pag
20. Editorial
Temis. Bogotá. 1996.
5
Aristófanes. La paz. Tomado del libro
de Varvaroussis. Op. Cit. Pag
24.
6 Horowitz, Louis Irving. La idea de la guerra y la paz en la
filosofía contemporánea. Pag 43.
Ediciones Galatea. Buenos Aires. 1960.
7 Horowitz. Op. Cit. Pag. 41.
8 Papacchini,
Angelo. Los derechos humanos, un desafío
a la violencia. Pág. 376. Ediciones Altamir. Bogotá. 1997.
9 Horowitz.
Op. Cit. Pag. 43.
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