miércoles, 5 de septiembre de 2012



Algunas consideraciones teóricas sobre la paz.

Por: Manuel Donado Solano
Indudablemente que toda sociedad organizada racionalmente, requiere de una convivencia pacífica para hacer efectivo el cumplimiento de los principios jurídicos, de las leyes y de las costumbres. Esto hace que la paz al equiparase al medio o condición sine quanon mediante la cual se preserva y garantiza el goce de los derechos fundamentales y en especial el de la existencia, se convierta en una aspiración de carácter ecuménico al que tiende el género humano, adquiriendo la connotación de un valor ético.
Es de gran importancia tener en cuenta que entre las bondades que traería un estado de convivencia pacífica a los pueblos, se resalta, además de su papel como posibilitador del goce pleno de los derechos fundamentales, el de permitir el despliegue de una existencia rica y pletórica al poder desarrollar en armonía nuestras capacidades. Esto, debido a que en esas circunstancias, “las relaciones de amistad se traducen, normalmente, en relaciones de colaboración o, tal vez más exactamente, de cooperación entre los grupos sociales que renuncian a la violencia física como medio de resolver los conflictos.”1

En el mismo sentido, adquiere también gran significación la definición que sobre la paz plantea el filósofo italiano Norberto Bobbio al considerarla como “un estado de ausencia de guerra en tanto que enfrentamiento violento continuado y duradero entre grupos organizados”2

Pero ante la creencia que equipara la paz no solamente a la ausencia de guerras sino de toda violencia, el teórico italiano despeja lo que considera un equívoco cuando a renglón seguido y de manera aguda advierte “que la eliminación de la guerra entendida en sentido restrictivo no implica en absoluto la eliminación de la violencia en el mundo, sino sencillamente su limitación, o mejor aún, la eliminación del empleo de la violencia continuada entre grupos organizados”3
La anterior aseveración no puede llevarnos a concluir que para el autor italiano la paz no sea un bien y la guerra un mal que la humanidad desea ver eliminado de raíz y erradicar así el peligro de una conflagración nuclear entre potencias que ponga en peligro la supervivencia de la especie.

Si echamos una rápida mirada retrospectiva a lo que ha sido el curso de la historia de la humanidad, vemos que ya en la Antigua Grecia la consecución de la paz se había convertido en una aspiración que se dejaba traslucir en las obras de filósofos y poetas, donde estos últimos plasmaban bellamente a través de desesperados cantos y escenificaciones lo inconveniente de la guerra por la arbitrariedad, los horrores, la postración y toda la miseria que ella traía a la vida de las ciudades.
Es así como el sofista Isócrates, en su obra titulada  De la paz,  nos dice en un extenso párrafo lo siguiente:  “¿Sería acaso suficiente para nosotros si restableciéramos la tranquilidad y seguridad públicas, nos hiciéramos pudientes, gozáramos de armonía y la ciudadanía nos tuviera en mejor estima?”
Pienso que si en verdad se cumpliera todo ello, nuestra ciudad sería plenamente feliz. La guerra en cambio nos privó de lo dicho: Nos ha traído indigencia, nos hizo correr muchos peligros, nos difamó ante los ciudadanos, y, en suma, únicamente en tormentos ha sido prolífica. Si, por el contrario, acogiéramos la paz y nos condujéramos de acuerdo con los convenios, residiríamos en nuestra ciudad llenos de confianza, libres del flagelo de las guerras, de los peligros y de las discordias internas a las que hoy nos vemos reducidos. Nos enriqueceríamos día a día, al cesar de contribuir para los gastos y el mantenimiento de las naves militares y dejar de depositar cuotas para cubrir los costes de las operaciones militares. Nos dedicaríamos sin más temor a la labranza, la navegación y efectuaríamos despreocupadamente las demás faenas eclipsadas por la guerra en el presente”4

En Aristófanes, crítico mordaz de Pericles y de los generales espartanos  a quienes acusaba de desencadenar la guerra fratricida entre las ciudades griegas, también es notorio el anhelo por el restablecimiento de la paz .
En la comedia representada que lleva por nombre La paz, Aristófanes, a través de Eirene, uno de sus personajes, nos lega ésta reflexión poética: “Paz, tan añorada por todos, eras de óptimo beneficio en nuestra vida campestre; por emanar de ti cada bien, por permitírsenos vivir una vida dulce y afable en aquel tiempo de paz.
A todo esto, la paz en su prolongada ausencia, tan distante de nosotros, ¿adónde ha ido a parar?” 5    
Además de lo anterior, es evidente que ante los horrores, la violencia y las miserias que produce la guerra en el género humano, ésta es considerada como un disvalor mientras que  la paz es vista como algo valioso.
Ahora, para algunos, conscientes del carácter inherente del conflicto a una sociedad como la nuestra; policlasista y multicultural, “el valor de la paz se establece mucho mejor acentuando en el número de casos en que hay una correlación entre la paz y el progreso social que la mera insistencia en los horrores de la guerra” 6
Aquí se hace evidente a todas luces que el fundamento ético de la paz estriba en que garantiza a la humanidad “el bienestar material a través de una evolución en armonía”7;  concibiéndola no como un valor en sí mismo, sino en tanto que sea favorable al desarrollo y preservación de los intereses económicos o comerciales de los pueblos en el orbe.
Después de todo lo anteriormente expuesto, podría surgir la siguiente pregunta: ¿Es desde todo punto de vista correcto pensar que  un estado de convivencia pacífica, deba tener como característica fundamental   que en él se proyecten necesaria e incondicionadamente otros valores básicos?
“Afirmar el valor de la paz no significa, claro está, tener que proyectar en ella la totalidad de los valores de democracia, libertad, justicia social, etc.
Ni siquiera es necesario - ni conveniente - transformar la paz en el primero de los valores o en un valor absoluto e incondicionado, puesto que su valor queda supeditado, en últimas, al de los fines que ella contribuye a realizar: el goce de la vida, de las libertades así como el respeto y promoción de los derechos fundamentales”8
Ahora, lo problemático de entrar a considerar la paz como un valor absoluto e incondicionado consiste en desconocer de tajo “que los hombres no renunciarán a la lucha por la seguridad económica o a la libertad política así como a otros derechos fundamentales sólo por conservar la paz. Porque esta paz socavaría las bases de la existencia humana al negar la dirección de la evolución social”9
En lo arriba expuesto, encontramos el fundamento a la licitud de un derecho a utilizar la fuerza con tal de hacer prevalecer los derechos fundamentales básicos cuando estos han sido escamoteados flagrantemente, impidiendo a toda costa el más mínimo respeto a la dignidad humana.
La historia es pródiga en ejemplos de esta clase, al mostrarnos en sus páginas casos típicos de levantamientos, sublevaciones y revoluciones que han tenido como causa esencial la liberación de yugos y regímenes oprobiosos que han conculcado los más elementales derechos.
Pasar por alto las consideraciones esbozadas anteriormente y pensar que la paz debe ser alcanzada a cualquier precio, nos llevaría inexorablemente a tener que aceptar el argumento hobbesiano según el cual la búsqueda de la preservación de la vida como máxima aspiración de los contratantes que dan origen al pacto, autoriza al gobernante a utilizar sin límites ni restricciones la fuerza del Estado con tal de garantizar el cumplimiento de ese objetivo.


1 Fernández Flórez, José Luis. Del derecho de la guerra. Pag 36. Servicio de Publicaciones del E.M.E. Madrid. 1982. La cursiva es mía.
2 Bobbio, Norberto. El tercero ausente. Pag. 253. Editorial Teorema. Madrid. 1997.
3 Ibídem.  Pag. 253
4 Isócrates, Sobre la paz. Tomado del libro de Paris Varvaroussis. La idea de la paz. Pag 20. Editorial
Temis. Bogotá. 1996.
5 Aristófanes. La paz. Tomado del libro de Varvaroussis. Op. Cit. Pag 24.
6 Horowitz, Louis Irving. La idea de la guerra y la paz en la filosofía contemporánea. Pag 43.  Ediciones Galatea. Buenos Aires. 1960.
         
7 Horowitz. Op. Cit. Pag. 41.

8 Papacchini, Angelo. Los derechos humanos, un desafío a la violencia. Pág. 376. Ediciones Altamir. Bogotá. 1997.

9 Horowitz. Op. Cit. Pag. 43.

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