viernes, 14 de septiembre de 2012


¿HAN TENIDO LAS GUERRAS ALGÚN CARÁCTER ÚTIL Y NECESARIO PARA LA HUMANIDAD?: A PROPÓSITO DE UNA VISIÓN CATASTROFICAMENTE ROMÁNTICA

 Por: Manuel Donado Solano.

Es importante tener en cuenta también que si bien es cierto que la guerra es considerada como un disvalor por su carácter traumático y devastador para el género humano, no menos cierto es el hecho que algunos filósofos y teóricos durante los siglos XVIII y XIX, le han asignado un papel positivo con respecto al despliegue o desarrollo de adelantos culturales,cientificos y de otra índole en el desarrollo material de las sociedades, así como la preservación de virtudes como el coraje, el espíritu de sacrificio, el heroísmo y la solidaridad.

 Si bien es cierto que estas concepciones, aunque pasadas de moda, han sido desmentidas rotundamente a través de la historia. Ahora bien, pero veamos en que consisten sus principales argumentos al momento de atribuirle elementos positivos a la confrontación armada

Entre estas concepciones, sobresale aquella que esgrime como argumento central el hecho de “que la lucha contra un enemigo común protegería al Estado de una doble amenaza, la interna y la externa; de la desaparición de un ataque enemigo y de la disolución desde adentro provocada por el prevalecer de los intereses privados”.[1]

 

Antes de entrar a analizar las argumentaciones apologéticas sobre el carácter necesario y conveniente de la guerra, seria pertinente entrar a analizar someramente algunas definiciones sobre este fenómeno de enorme trascendencia y grandes repercusiones tanto en el curso de la historia de la humanidad así como en la vida de los pueblos.

 

Para Karl Von Klausewitz, considerado como el teórico de la guerra moderna, la esencia de ésta es el duelo.  Pero al momento de definirla más explícitamente, el teórico alemán nos dice que “la guerra no es otra cosa que un duelo en una escala más amplia, y que al concebirse como innumerables duelos aislados, podríamos representárnosla bajo la forma de dos luchadores donde cada uno de los cuales trata de imponer al otro su voluntad por medio de la fuerza física”.[2]

 

Otra definición a tener en cuenta, es la que nos propone José Luis Fernández Flórez, al establecer con meridiana claridad que “lo que caracteriza a la guerra es el combate violento en el más estricto sentido del término, pues algún tipo de violencia existe siempre en las relaciones, aunque sean pacíficas.  En un sentido más estricto se habla de guerra cuando se emplea la fuerza física, cuando hay violencia material o, en términos más concretos, cuando hay lucha armada”. Y más adelante, al entrar a dilucidar los tipos de relaciones que se establecen durante el conflicto bélico, agrega lo siguiente: “En consecuencia podemos decir que las relaciones bélicas son aquellas en que se emplea la violencia, entre dos grupos humanos o más, con rompimiento de cualquier género de paz.  Como consecuencia del hecho de la guerra, surgen unas relaciones marginarles de paz, entre los contendientes y terceros grupos no contendientes que se denominan de neutralidad”[3]

 

De esta concepciones podemos inferir fácilmente que tanto para el teórico y la estrategia alemán como para el militar español, aparentemente, la guerra es en esencia un conflicto de fuerzas polarizadas y abandonadas a su propia lógica y  dinámica de violencia y terror que busca a toda costa someter o destruir al enemigo, y “en donde no es posible introducir un principio humanitario en la filosofía de la guerra sin incurrir en un absurdo”[4]

 

Ahora bien, para precisar mejor un análisis genealógico sobre la justificación de la guerra  como algo útil y necesario tendríamos que remitirnos a la que se denomina como lo que denominaríamos como una exaltación romántica de la guerra, podemos verla más concretamente como concepción filosófica propiamente dicha durante los siglos XVIII y XIX. Aquí nos es de gran ayuda la clasificación que hace Bobbio de las diversas concepciones de carácter ideológico sobre la guerra.  Es así como según el filósofo italiano, la concepción de la guerra como un mal necesario, “concibe a esta como un mal que debe ocurrir no porque sea el efecto de una causa, sino porque es un medio para alcanzar un fin deseable, o sea que es considerada como un bien-medio en relación con un bien-fin”[5]

 

En cuanto a la guerra como un mal aparente, “esta concepción ve en la guerra un mal aparente que de manera implícita esconde o prepara un bien real como designio de la naturaleza, el espíritu o la razón”[6]

 

Teniendo en cuenta las anteriores apreciaciones, podemos ver que para Kant la guerra no deja de ser un mal aparente que intrínsicamente prepara un bien real al actuar como medio de un secreto plan providencial que tiene como meta obligar al género humano a instaurar una legalidad que le permita acceder a un estado de convivencia pacífica duradero.  Esto se corrobora según el filósofo alemán, debido a que “la guerra ha contribuido al poblamiento de zonas inhóspitas de la misma manera que ha obligado a los hombres a entrar en relaciones más o menos legales”[7]

 

Aunque resulte paradójico, en esa misma dirección, el filosofo de Koenigsberg asevera que “a pesar de los tormentos y horrores con que la guerra abruma a la especie humana, y de las desgracias quizá aún mayores, que su preparación constante origina en la paz, es sin embargo un impulso para desarrollar, hasta el más alto grado, los talentos que sirven a la cultura”[8]

 

En este sentido, nos menos llamativa resulta la aseveración de Kant cuando exalta hasta lo sublime el hecho de que “la guerra cuando es llevada con orden y respeto de los derechos de los ciudadanos, introduce profundos cambios en la mentalidad de los pueblos, ya que una paz duradera traería el dominio del espíritu de negocio, y con él el provecho propio, la cobardía y la malicia y rebajar el modo de pensar del pueblo”[9].

 

Al respecto, cobra también gran relevancia la concepción de Hegel.  Según este filosofo, la conveniencia de la guerra se hace evidente, ya que mediante ella, la salud ética de los pueblos se preserva de la indiferencia, llegando a compararla en su papel revitalizador y profiláctico “al de los vientos en su labor de salvaguarda de los mares ante la suciedad a que los abocaría una calma prolongada”[10]

 

Pero donde observamos con mayor nitidez la fundamentación filosófica del carácter necesario de la guerra con el objeto de consolidar al interior de los Estados los lazos éticos y así evitar su disolución desde adentro, es en este extenso y denso párrafo: “El espíritu de la agrupación universal es la simplicidad de la esencia negativa de estos sistemas que se aíslan para no dejarlos arraigar y consolidarse en este aislamiento, dejando con ello que el todo se desintegre y que el espíritu se esfume, el gobierno tiene que sacudirlos de vez en cuando de su interior por medio de las guerras, infringiendo y desconociendo de ese modo su orden establecido y su derecho de independencia, dando así con ese trabajo que se les impone a sentir a los individuos, que  adentrándose en eso, se desgajan del todo”[11]

 

El pensamiento hegeliano anteriormente esbozado, cobra mayor claridad al momento de ser llevado al plano hermenéutico, en el siguiente comentario: “La vida privada de todo ciudadano se halla dividida; si es virtuoso, es víctima de la multiplicidad incoordinada de los deberes y las reglas morales; si es interesado, se convierte en prisionero de la dispersión infinita y contradictoria de sus intereses; si simplemente existe, deberá además soportar la división y los conflictos de la virtud y el interés.  En la guerra el interés común se afirma, el hombre privado, el burgués, se borra ante el ciudadano, el Estado se revela la operación de todos y cada uno se revela como la cosa misma”[12]

 

En todo este conjunto de ideas y concepciones, no deja de llamar la atención aquella que atribuye a la guerra el papel de impulsora de adelantos e inventos tecnológicos que tendrían posterior aplicación en la industria como consecuencia del permanente interés de los Estados por perfeccionar su maquinaria bélica.  Esta concepción tiene como su principal exponente a Hebert Spencer, quien decía: “Al satisfacer las  imperiosas exigencias de la guerra, la industria hizo grandes progresos y consiguió mucha  capacidad y destreza. Y en verdad puede ponerse en duda si en ausencia del ejercicio de la habilidad manual destinada ante todo a la construcción de las armas, se habrían construido alguna vez los utensilios precisos para la agricultura y la manufactura” (Spencer Hebert.  Introducción a las ciencias sociales)[13]

 

Respecto al tópico que venimos analizando, es preciso traer a colación  concepciones como las de Joseh de Maistre, quien concibe la guerra como un designio de la justicia divina para exterminar el mal, llegando a la conclusión de que “así se cumple ininterrumpidamente la gran ley de la destrucción de los seres vivos.  La tierra entera continuamente empapada en sangre, es un altar inmenso donde todo lo que vive debe ser inmolado sin cesar, hasta la consumación de las cosas, hasta la muerte de la muerte”[14]

 

Es importante hacer notar aquí la asombrosa cercanía de la concepción de Joseph De Maitre de claro tono providencialista, con la postura nihilista con respecto a la guerra.  Pero es menester aclarar que “mientras para la segunda la guerra constituye un bien sin más, es decir un valor último o un fin en si misma, en la primera adquiere el carácter de un valor inferior en función de otro superior”[15]

 

En cuanto a las concepciones que exaltan y justifican la guerra por ver en ella un valor último, se merece destacar la del italiano Giovanni Papini, quien en su libro de poemas titulado “La guerra sola higiene del modo”, ensalza su papel positivo en el sentido de controlar el exacerbado poblamiento del planeta, llegando a plantear la disparatada sentencia según la cual, somos demasiados, la guerra es una operación maltusiana, la guerra cuadra las cuentas, hace el vacío para que pueda respirarse mejor”[16]

 

Del mismo tenor, aunque desde otro ángulo, son bien conocidas las predicas belicistas del filosofo alemán Friedrich Nitzsche quien al concebir en el hombre la afirmación instintiva de una voluntad de dominio, la guerra lo llevaría constantemente a transgredir el orden establecido a favor de los más fuertes, de los llamados a reinar y así instaurar lo que el filosofo de Rocken llamó "la moral de los señores".

 

De este canto a la fuerza así como el culto al hombre superior y el más sublime ditirambo al poder, inferimos que para Nietzsche la pulsión agresiva que se manifiesta en la guerra, no debería ser dominada o contrastada por ninguna suplica moral, ya que la lucha hace parte del despliegue de las capacidades humanas de aquella naturaleza superior que tiene en la guerra y la conquista, el medio para afirmarse en el mundo.  Es de ahí aquella aseveración suya en el sentido “que todas las grandes cosas sobre la tierra han sido regadas con sangre”[17]

 

Para constatar de mejor forma ese estado de permanente enfrentamiento, unas veces abiertos y otras veces velado, que subyace como telón de fondo en las múltiples relaciones que establecen los seres humanos, sería pertinente remitirnos a lo que dice uno de los más connotados epígonos del filósofo alemán.  “La guerra es lo que constituye el motor de las instituciones y el orden: la paz, hasta en sus mecanismos más ínfimos, hace sordamente la guerra; la guerra es la clave misma de la paz.  Estamos en guerra entonces los unos contra los otros; un frente de batalla atraviesa toda la  sociedad, continua y permanentemente, poniendo a cada uno de nosotros en un campo o en otro.  No existe un sujeto neutral.  Somos necesariamente el adversario de alguien”[18]

 

Desde esta perspectiva podemos aseverar sin temor a equivocarnos que para Nietzsche, el advenimiento de una paz estable y duradera vendría a constituir el eclipsamiento y la ruina tanto en los individuos como en los Estados, ya que se verían privados de su vitalidad como máxima expresión de la virtud.  Es importante tener en cuenta que la virtud en Nietzsche es sinónimo de coraje; de esa disposición natural a la confrontación y al dominio sobre los demás, es a lo que Nietzsche denomina como Voluntad de Poder.  Pero veamos como la define Oliver Reboul: “La voluntad de poder nada tiene de moral; es más bien, pulsión de conquista, de guerra, y cuando adopta una forma moralizante entre los débiles también es para desarmar a los fuertes.  La voluntad de poder consiste en una fuerza cuya esencia es tendencia a vencer, subyagar la voluntad ajena y está siempre inclinada al antagonismo”[19]

 

Resulta evidente entonces que para Nietzsche, en vez de paz perpetua entre los hombres y las naciones entre si, la humanidad entera estaría enfrentada en una saludable y permanente guerra perpetua, ya que “la fuerza viva que les impulsa es la necesidad de poder que brota de vez en cuando no sólo en el alma de los principes y de los poderosos, sino también, y en abundante proporción en las capas inferiores del pueblo”, Y más adelante agrega: “De tiempo en tiempo y en diferentes épocas, siempre llega un momento en que las masas están dispuestas a sacrificar su vida, su fortuna, su conciencia y su virtud para lograr el placer supremo de reinar, como nación victoriosa y tiránica sobre otras naciones”[20]


 



[1] Tomado de Papacchini Ángelo, Los Derechos humanos, un desafio ante la violencia. Pag. 373. Editorial altamir.Bogota. 1997.
[2] KLAUSEWITZ, Karl Von, De la guerra Pag 31. Editorial Labor. Barcelona. 1994
[3] FERNÁNDEZ, José Luis.  Del derecho de la guerra.  Pág. 38-39. Colección ediciones ejército.  Madrid, 1982
[4] KLAUSEWITZ, Op. Cit. pág. 9.
[5] BOBBIO, Norberto.  El problema de la guerra y las vías de la paz.  Pag. 65-66. Editorial Gedisa, Barcelona, 1982
[6] BOBBIO, Op. Cit. Pág. 62.
[7] KANT, Emmanuel. La paz perpetua, pág. 231. editorial. Porrúa. México, 1995
[8] KANT, La critica del juicio. Pág. 394. editorial.  Espasa-Calpe, Madrid, 1984
[9] KANT, Ibidem, pág. 165
[10] HEGEL, La filosofía del Derecho.  Ediciones Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1976
[11] HEGEL.  Fenomenología del espíritu. Pág. 267-268. F.C.E. México, 1997
[12] GLUCKSMANN, André. El discurso de la guerra. Pág. 85. Editorial. Anagrama. Barcelona
[13] Tomado de Del Vecchio, Giorgio. Pág. 76. Op. Cit.
[14] De Maitre Joseph. Las veladas de San Petersburgo. Tomado de Norberto Bobbio, Op. Cit. Pág. 63
[15] RUIZ, Miguel, Alfonso.  La justicia de la guerra y de la paz.  Pág. 86. Centro de Estudios Constitucionales.  Madrid, 1988
[16] Tomado de Ruiz Miguel Alfonso. Ibidem. Pág. 85
[17] NITZSCHE,  Friedrich. La genealogía de la moral.  Pág. 74. Alianza Editorial. Madrid, 1994
[18] FOCAULT, Michel. Genealogía del Racismo. Pag. 59. Ediciones la piqueta. 1992
[19] REBOUL, Oliver. Nietzsche. Crítico de Kant. Pág. 88. Editorial Anthropos. Madrid, 1993
[20] NIETZSCHE, Friedrich, Aurora. Pág. 152-153 M.E. Editores. Madrid, 1994.

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