¿HAN TENIDO LAS GUERRAS ALGÚN CARÁCTER ÚTIL Y NECESARIO PARA LA HUMANIDAD?: A PROPÓSITO DE UNA VISIÓN CATASTROFICAMENTE ROMÁNTICA
Es importante tener en cuenta también que si bien es
cierto que la guerra es considerada como un disvalor por su carácter traumático
y devastador para el género humano, no menos cierto es el hecho que algunos
filósofos y teóricos durante los siglos XVIII y XIX, le han asignado un papel positivo con respecto al
despliegue o desarrollo de adelantos culturales,cientificos y de otra índole en el desarrollo material de las sociedades, así como la preservación de
virtudes como el coraje, el espíritu de sacrificio, el heroísmo y la
solidaridad.
Entre estas concepciones, sobresale aquella que
esgrime como argumento central el hecho de “que la lucha contra un enemigo
común protegería al Estado de una doble amenaza, la interna y la externa; de la
desaparición de un ataque enemigo y de la disolución desde adentro provocada
por el prevalecer de los intereses privados”.[1]
Antes de entrar a analizar las argumentaciones
apologéticas sobre el carácter necesario y conveniente de la guerra, seria
pertinente entrar a analizar someramente algunas definiciones sobre este
fenómeno de enorme trascendencia y grandes repercusiones tanto en el curso de
la historia de la humanidad así como en la vida de los pueblos.
Para Karl Von Klausewitz, considerado como el
teórico de la guerra moderna, la esencia de ésta es el duelo. Pero al momento de definirla más
explícitamente, el teórico alemán nos dice que “la guerra no es otra cosa
que un duelo en una escala más amplia, y que al concebirse como innumerables
duelos aislados, podríamos representárnosla bajo la forma de dos luchadores
donde cada uno de los cuales trata de imponer al otro su voluntad por medio de
la fuerza física”.[2]
Otra definición a tener en cuenta, es la que nos
propone José Luis Fernández Flórez, al establecer con meridiana claridad que “lo
que caracteriza a la guerra es el combate violento en el más estricto sentido
del término, pues algún tipo de violencia existe siempre en las relaciones,
aunque sean pacíficas. En un sentido más
estricto se habla de guerra cuando se emplea la fuerza física, cuando hay
violencia material o, en términos más concretos, cuando hay lucha armada”.
Y más adelante, al entrar a dilucidar los tipos de relaciones que se establecen
durante el conflicto bélico, agrega lo siguiente: “En consecuencia podemos
decir que las relaciones bélicas son aquellas en que se emplea la violencia,
entre dos grupos humanos o más, con rompimiento de cualquier género de
paz. Como consecuencia del hecho de la
guerra, surgen unas relaciones marginarles de paz, entre los contendientes y
terceros grupos no contendientes que se denominan de neutralidad”[3]
De esta concepciones podemos inferir fácilmente que
tanto para el teórico y la estrategia alemán como para el militar español,
aparentemente, la guerra es en esencia un conflicto de fuerzas polarizadas y
abandonadas a su propia lógica y
dinámica de violencia y terror que busca a toda costa someter o destruir
al enemigo, y “en donde no es posible introducir un principio humanitario en
la filosofía de la guerra sin incurrir en un absurdo”[4]
Ahora bien, para precisar mejor un análisis
genealógico sobre la justificación de la guerra
como algo útil y necesario tendríamos que remitirnos a la que se
denomina como lo que denominaríamos como una exaltación romántica de la guerra,
podemos verla más concretamente como concepción filosófica propiamente dicha
durante los siglos XVIII y XIX. Aquí nos es de gran ayuda la clasificación que
hace Bobbio de las diversas concepciones de carácter ideológico sobre la
guerra. Es así como según el filósofo
italiano, la concepción de la guerra como un mal necesario, “concibe a esta
como un mal que debe ocurrir no porque sea el efecto de una causa, sino porque
es un medio para alcanzar un fin deseable, o sea que es considerada como un
bien-medio en relación con un bien-fin”[5]
En cuanto a la guerra como un mal aparente, “esta
concepción ve en la guerra un mal aparente que de manera implícita esconde o
prepara un bien real como designio de la naturaleza, el espíritu o la razón”[6]
Teniendo en cuenta las anteriores apreciaciones,
podemos ver que para Kant la guerra no deja de ser un mal aparente que
intrínsicamente prepara un bien real al actuar como medio de un secreto plan
providencial que tiene como meta obligar al género humano a instaurar una
legalidad que le permita acceder a un estado de convivencia pacífica duradero. Esto se corrobora según el filósofo alemán,
debido a que “la guerra ha contribuido al poblamiento de zonas inhóspitas de
la misma manera que ha obligado a los hombres a entrar en relaciones más o
menos legales”[7]
Aunque resulte paradójico, en esa misma dirección,
el filosofo de Koenigsberg asevera que “a pesar de los tormentos y horrores
con que la guerra abruma a la especie humana, y de las desgracias quizá aún
mayores, que su preparación constante origina en la paz, es sin embargo un
impulso para desarrollar, hasta el más alto grado, los talentos que sirven a la
cultura”[8]
En este sentido, nos menos llamativa resulta la
aseveración de Kant cuando exalta hasta lo sublime el hecho de que “la
guerra cuando es llevada con orden y respeto de los derechos de los ciudadanos,
introduce profundos cambios en la mentalidad de los pueblos, ya que una paz
duradera traería el dominio del espíritu de negocio, y con él el provecho
propio, la cobardía y la malicia y rebajar el modo de pensar del pueblo”[9].
Al
respecto, cobra también gran relevancia la concepción de Hegel. Según este filosofo, la conveniencia de la
guerra se hace evidente, ya que mediante ella, la salud ética de los pueblos se
preserva de la indiferencia, llegando a compararla en su papel revitalizador y
profiláctico “al de los vientos en su labor de salvaguarda de los mares ante
la suciedad a que los abocaría una calma prolongada”[10]
Pero donde observamos con mayor nitidez la
fundamentación filosófica del carácter necesario de la guerra con el objeto de
consolidar al interior de los Estados los lazos éticos y así evitar su
disolución desde adentro, es en este extenso y denso párrafo: “El espíritu
de la agrupación universal es la simplicidad de la esencia negativa de estos
sistemas que se aíslan para no dejarlos arraigar y consolidarse en este
aislamiento, dejando con ello que el todo se desintegre y que el espíritu se
esfume, el gobierno tiene que sacudirlos de vez en cuando de su interior por
medio de las guerras, infringiendo y desconociendo de ese modo su orden
establecido y su derecho de independencia, dando así con ese trabajo que se les
impone a sentir a los individuos, que
adentrándose en eso, se desgajan del todo”[11]
El pensamiento hegeliano anteriormente esbozado,
cobra mayor claridad al momento de ser llevado al plano hermenéutico, en el
siguiente comentario: “La vida privada de todo ciudadano se halla dividida;
si es virtuoso, es víctima de la multiplicidad incoordinada de los deberes y
las reglas morales; si es interesado, se convierte en prisionero de la
dispersión infinita y contradictoria de sus intereses; si simplemente existe,
deberá además soportar la división y los conflictos de la virtud y el
interés. En la guerra el interés común
se afirma, el hombre privado, el burgués, se borra ante el ciudadano, el Estado
se revela la operación de todos y cada uno se revela como la cosa misma”[12]
En
todo este conjunto de ideas y concepciones, no deja de llamar la atención
aquella que atribuye a la guerra el papel de impulsora de adelantos e inventos
tecnológicos que tendrían posterior aplicación en la industria como
consecuencia del permanente interés de los Estados por perfeccionar su
maquinaria bélica. Esta concepción tiene
como su principal exponente a Hebert Spencer, quien decía: “Al satisfacer
las imperiosas exigencias de la guerra,
la industria hizo grandes progresos y consiguió mucha capacidad y destreza. Y en verdad puede
ponerse en duda si en ausencia del ejercicio de la habilidad manual destinada
ante todo a la construcción de las armas, se habrían construido alguna vez los
utensilios precisos para la agricultura y la manufactura” (Spencer
Hebert. Introducción a las ciencias
sociales)[13]
Respecto al tópico que venimos analizando, es
preciso traer a colación concepciones
como las de Joseh de Maistre, quien concibe la guerra como un designio de la
justicia divina para exterminar el mal, llegando a la conclusión de que “así
se cumple ininterrumpidamente la gran ley de la destrucción de los seres
vivos. La tierra entera continuamente
empapada en sangre, es un altar inmenso donde todo lo que vive debe ser
inmolado sin cesar, hasta la consumación de las cosas, hasta la muerte de la
muerte”[14]
Es importante hacer notar aquí la asombrosa cercanía
de la concepción de Joseph De Maitre de claro tono providencialista, con la postura
nihilista con respecto a la guerra. Pero
es menester aclarar que “mientras para la segunda la guerra constituye un
bien sin más, es decir un valor último o un fin en si misma, en la primera
adquiere el carácter de un valor inferior en función de otro superior”[15]
En cuanto a las concepciones que exaltan y
justifican la guerra por ver en ella un valor último, se merece destacar la del
italiano Giovanni Papini, quien en su libro de poemas titulado “La guerra sola higiene del modo”, ensalza su papel positivo en el sentido de controlar
el exacerbado poblamiento del planeta, llegando a plantear la disparatada
sentencia según la cual, somos demasiados, la guerra es una operación
maltusiana, la guerra cuadra las cuentas, hace el vacío para que pueda respirarse
mejor”[16]
Del mismo tenor, aunque desde otro ángulo, son bien
conocidas las predicas belicistas del filosofo alemán Friedrich Nitzsche quien
al concebir en el hombre la afirmación instintiva de una voluntad de dominio,
la guerra lo llevaría constantemente a transgredir el orden establecido a favor
de los más fuertes, de los llamados a reinar y así instaurar lo que el filosofo
de Rocken llamó "la moral de los señores".
De este canto a la fuerza así como el culto al
hombre superior y el más sublime ditirambo al poder, inferimos que para
Nietzsche la pulsión agresiva que se manifiesta en la guerra, no debería ser
dominada o contrastada por ninguna suplica moral, ya que la lucha hace parte
del despliegue de las capacidades humanas de aquella naturaleza superior que
tiene en la guerra y la conquista, el medio para afirmarse en el mundo. Es de ahí aquella aseveración suya en el
sentido “que todas las grandes cosas sobre la tierra han sido regadas con
sangre”[17]
Para
constatar de mejor forma ese estado de permanente enfrentamiento, unas veces
abiertos y otras veces velado, que subyace como telón de fondo en las múltiples
relaciones que establecen los seres humanos, sería pertinente remitirnos a lo
que dice uno de los más connotados epígonos del filósofo alemán. “La guerra es lo que constituye el motor
de las instituciones y el orden: la paz, hasta en sus mecanismos más ínfimos,
hace sordamente la guerra; la guerra es la clave misma de la paz. Estamos en guerra entonces los unos contra
los otros; un frente de batalla atraviesa toda la sociedad, continua y permanentemente,
poniendo a cada uno de nosotros en un campo o en otro. No existe un sujeto neutral. Somos necesariamente el adversario de
alguien”[18]
Desde esta perspectiva podemos aseverar sin temor a
equivocarnos que para Nietzsche, el advenimiento de una paz estable y duradera
vendría a constituir el eclipsamiento y la ruina tanto en los individuos como
en los Estados, ya que se verían privados de su vitalidad como máxima expresión
de la virtud. Es importante tener en
cuenta que la virtud en Nietzsche es sinónimo de coraje; de esa disposición
natural a la confrontación y al dominio sobre los demás, es a lo que Nietzsche
denomina como Voluntad de Poder. Pero
veamos como la define Oliver Reboul: “La voluntad de poder nada tiene de
moral; es más bien, pulsión de conquista, de guerra, y cuando adopta una forma
moralizante entre los débiles también es para desarmar a los fuertes. La voluntad de poder consiste en una fuerza cuya
esencia es tendencia a vencer, subyagar la voluntad ajena y está siempre
inclinada al antagonismo”[19]
Resulta evidente entonces que para Nietzsche, en vez
de paz perpetua entre los hombres y las naciones entre si, la humanidad entera
estaría enfrentada en una saludable y permanente guerra perpetua, ya que “la
fuerza viva que les impulsa es la necesidad de poder que brota de vez en cuando
no sólo en el alma de los principes y de los poderosos, sino también, y en
abundante proporción en las capas inferiores del pueblo”, Y más adelante
agrega: “De tiempo en tiempo y en diferentes épocas, siempre llega un
momento en que las masas están dispuestas a sacrificar su vida, su fortuna, su
conciencia y su virtud para lograr el placer supremo de reinar, como nación
victoriosa y tiránica sobre otras naciones”[20]
[1] Tomado de Papacchini Ángelo, Los Derechos humanos, un desafio ante la violencia. Pag. 373. Editorial altamir.Bogota. 1997.
[2] KLAUSEWITZ, Karl Von, De la guerra Pag 31. Editorial Labor.
Barcelona. 1994
[3] FERNÁNDEZ, José
Luis. Del derecho
de la guerra. Pág. 38-39. Colección
ediciones ejército. Madrid, 1982
[4] KLAUSEWITZ,
Op. Cit. pág. 9.
[5] BOBBIO, Norberto. El
problema de la guerra y las vías de la paz.
Pag. 65-66. Editorial Gedisa, Barcelona, 1982
[6] BOBBIO, Op. Cit. Pág. 62.
[7] KANT, Emmanuel. La paz perpetua, pág. 231. editorial. Porrúa.
México, 1995
[8] KANT, La critica del juicio. Pág. 394. editorial. Espasa-Calpe, Madrid, 1984
[9] KANT,
Ibidem, pág. 165
[10] HEGEL, La filosofía del Derecho.
Ediciones Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1976
[11] HEGEL. Fenomenología del
espíritu. Pág. 267-268. F.C.E. México, 1997
[12] GLUCKSMANN, André. El discurso de la guerra. Pág. 85. Editorial.
Anagrama. Barcelona
[13] Tomado de Del Vecchio, Giorgio. Pág. 76. Op. Cit.
[14] De Maitre Joseph. Las veladas de San Petersburgo. Tomado de
Norberto Bobbio, Op. Cit. Pág. 63
[15] RUIZ, Miguel, Alfonso. La
justicia de la guerra y de la paz. Pág.
86. Centro de Estudios Constitucionales.
Madrid, 1988
[16] Tomado de Ruiz Miguel Alfonso. Ibidem. Pág. 85
[17] NITZSCHE, Friedrich. La genealogía de la moral. Pág. 74. Alianza Editorial. Madrid, 1994
[18] FOCAULT, Michel. Genealogía del Racismo. Pag. 59. Ediciones la
piqueta. 1992
[19] REBOUL, Oliver. Nietzsche. Crítico de Kant. Pág. 88. Editorial
Anthropos. Madrid, 1993
[20] NIETZSCHE,
Friedrich, Aurora. Pág. 152-153 M.E.
Editores. Madrid, 1994.
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