jueves, 22 de marzo de 2012


GISSELA

 Por: Manuel Donado Solano

Gissela, así te lo susurró mientras chupaba tus lindos cabellos enroscaditos, negrísimos y cuyo sabor se confundía con el de ese algodón multicolor que siempre vende durante los grandes eventos infantiles. Así te lo dijo, sin dejar de acariciar la suavidad de tus voluminosos senos.  

Es el único nombre que ha escrito en todas sus libretas de apuntes hasta ilustrar esa pasión con las fotografías que te tomó en la playa. Por que así es como a él le gusta verte; todita bronceada y cubierta  con esa pigmentación canela que le despierta la más tierna de las sensaciones.
Y se lo dijiste en medio de sollozos emocionados;  que nunca olvidarías aquél domingo de luna tempranera cuando te le entregaste toda, sin pedir explicación alguna,  que es lo usual en el introito de todo primer acto. Así, calladita, sin arrugar la cara en ese instante en que sus cuerpos extasiados de amor se apretujaron hasta formar uno sólo. Hasta que  preguntaste por la hora, ya que estabas pensionada en casa de una familia respetable y no podías llegar tarde porque  corrías el riesgo  que le pusieran la queja a tus padres, y él te dijo que no importaba, que estábamos en solsticio de verano y que los días pasaban con mucho trabajo. Y  pensaste que era verdad, que las manecillas del reloj correrían penosamente tratando de no adelantarse a la rara holgazanería del tiempo. En ese momento  lo único que deseabas era la prolongación de aquellas caricias en la inmutable eternidad, girando alrededor de la misma sensación. 

Pero nunca le dijiste que siempre le cantabas esa balada cuyo título es algo así como “Tengo ganas de ti”. De veras que es extraño, sólo se lo insinuabas en el cine, cuando le pedías que te llevara a ver las películas de Sofía Loren o Anthony Perkins o a aquél sitio adornado con frondosos almendros y a media luz donde siempre pedías los mismos boleros de Virginia López, y él te decía que bueno que tú mandabas pero que apenas dos canciones por que después vendría el long play de Tito Rodríguez.
Y lo adivinaste todo, sabías que apenas la aguja se encargara de “Me faltabas tú”, te colmaría de caricias hasta la entrega total.

¿Recuerdas el día que lo conociste? Claro que sí, cuando tu delirio hizo un alto al recordar esa timidez que mostraste cuando  te preguntó lo que desea saber todo enamorado. Pero todo fue cuestión de lo que llaman sentido común; - si eso le pasa a cualquiera por primera vez- rectificaste después.
Y de ahí en adelante siguieron tus desvelos sin darle chance a los consejos y recomendaciones de tus amigas.
Así aprendiste también a querer los atardeceres de aquellos domingos de brisas fugitivas y a los enormes peñascos de aquel tajamar que siempre parece insinuarse hasta el otro lado del mar. 

                                                 Barranquilla, Junio de 1984.

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