PSICOSIS
Por: Manuel Donado Solano
El
Doctor ha apurado con cierta desazón el último tercio de su limonada sin dejar
de pensar en cual ha de ser el monto de sus emolumentos. Todo está
cuidadosamente barajado. Es el trajinado pero placentero ejercicio con que
tiene que enfrentarse al final de cada mes, después de las escalofriantes y
extenuantes sesiones con los pacientes en el Hospital Mental.
Ahora,
aparentemente un poco mas sosegado y dueño de sí, sopesa con secreto furor la
equilibrada sonoridad de los acordes de la música de fondo que inunda el
recinto de la cafetería y es entonces en ese momento cuando le halla
explicación al viejo problema filosófico que desde que cursaba sus
estudios de bachillerato, aún le mantenía en vilo: las cosas sólo toman sentido cuando entran en relación con algún
sujeto cognoscente.
¿Acaso
tendría sentido la obra de arte que ahora escucha, encarnada en el mambo “Cerezo Rosa” ,
de Pérez Prado, sin la presencia de un refinado melómano? ¿No será acaso la
sonoridad de esa trompeta una prolongación espiritual del músico enajenado? ,
se pregunta en voz baja.
Indudablemente
estaba siendo llevado de la mano por el camino de la sublimación. Sentía
abrirse paso a través de alguna nebulosa y a punto de tocar las puerta de algo
que lo pondría frente a algo inmensamente pletórico e ignoto.
En
ese momento de extraña alucinación, no advirtió el llamado que le hacían a
través de los altavoces de los pasillos, requiriéndolo con urgencia en la junta
de médicos; o tal vez dio poca importancia a los aburridos y solemnes devaneos
y peroratas para certificar sobre el posible origen de la nueva patología
en algún comportamiento esquizofrénico.
Una
vez mas pide el mismo refresco y ordena repetir el CD mientras, con gran
aspaviento, clausura puertas y ventanas para desconcierto de los escasos
visitantes. Acomodado nuevamente sobre la mesa, se entrega con extraño éxtasis
a la alucinante audición mientras algunos concurrentes se escabullen por
las escaleras que conducen al sótano.
La
noticia llega hasta donde se encuentran los colegas quienes con gran algazara
suspenden la junta médica y llegan a tropel para tratar de persuadirlo o
violentar las cerraduras si es el caso.
En
ese momento, a través de los cristales, el joven médico les insinúa una sonrisa
mientras saca de su bata una Colt 45 y coloca sobre su abdomen el reluciente
cañón. Tras el estampido, sigue entonándose una melodía afinada y tenue,
interrumpida a intervalos por los violentos estertores.
Este texto pertenece al libro "De los naufragios del alma y otros infortunios"
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