MACORINA
"Ponme la mano aquí Macorina, pónmela"
Por: Manuel Donado Solano
Hoy lo tendré. Si no lo cautivan éstas caderas y éstos muslos de tibio ébano, le diré chao a este ebrio y trasnochador oficio que me dejó gozarlo apenas por un par de horas. Sólo me falta un poquito de maquillaje púrpura que haga más vivo y seductor mi rostro, y esconderé esas arruguitas con más sombras y pestañina.
Sí, seguro que hoy vendrá, es día de quincena y algo me dice que le hice sentir lo que nunca había experimentado en otro cuerpo; sus ávidas caricias me dijeron que no había saboreado semejante suavidad de piel, y mis movimientos desquiciados y sudorosos me juraron haberle adivinado la felicidad después de la electrizante sensación que precede a la eyaculación. La misma que hizo sentirme satisfecha al ver el desorbitado juego de sus ojos, hasta que la contracción de su rostro filudo se propagaba a todo su cuerpo hasta anestesiarlo por completo, atezando sus carnes, impermeables a mis sutiles y dulces caricias sin eco, sumergidas en el vacío.
La próxima vez lo haré diferente; lo arrullaré para impedirle acelerar su balanceo, calcularé exactamente el inicio de esa sensación hasta frenarla un poquito con un cese de movimientos, así se enoje y me diga que se le va a dañar la próstata, y cuando llegue ese momento de relajo total, ninguno de nuestros cuerpos se reprochará ese momento de amor.
Sí, así lo haré. Algo por dentro me dice: "Macorina, ese es tu hombre. Estudiante?. No lo creo, esos no usan safari ni charol.
Sólo me falta armonizar la velocidad de los movimientos de mis pases en las descargas, y así conseguiré quitarme de encima lo que siempre me ha ruborizado: las burlas cada vez que me sacan a bailar. Esta baldosa, la cual no rebasaré, será mi único apoyo en este duro trance de aprender a la perfección el duro arte del baile. Lo aprenderé con la más complaciente de las descargas que se hayan escuchado para después soltarles la carcajada cuando me pongan esa musiquita de cumpleaños de niño mimado. Sí, ese es mi disco, lo ensayaré; el ritmo ideal para ablandar mis piernas: "El Negro y Ray", de Ray Barreto, ritmo veloz, así, así, danzaré en la punta de mis pies sin rebosar la baldosa.
Qué rico!, que bacanería de salsa, qué genio el de Ray Barreto; si estuviera cerca lo haría muy feliz sin cobrarle ni cinco por mis caricias y hacerle muchas cosas más para inspirarlo y contagiarlo del indomable espíritu que cuando niña no sé si Changó o Adasa incubaron en mí. No lo ignoro, de mí se ha apoderado un fuego que arde en mis entrañas y me apasiona toditica cada vez que escucho cualquier melodía de origen afro-cubano. Es algo extraño y diferente, seguro que preñada no estoy, ni más faltaba en mí que me cuido mucho. Tampoco lo he heredé; he averiguado cual era la diversión de mis abuelos y nada que me identifique con ellos. Ahora vienen a mi mente los recuerdos de mi temprana adolescencia cuando en los bailes mis amigas me decían: "Macorina, tu no tienes sangre en las venas sino candela viva, apártate muchacha, eres toda hechizo y vudú. Y así me despedía de los bailes, pensando en mis emociones anormales: ¿Serán descargas energéticas lo que yo suelto? No lo sé. ¿Radiaciones cósmicas? no lo creo. Pero mi último interrogante es el que más daño me hace: ¿seré algo sui-generis dentro de la humanidad, una especie de pez torpedo a quien en momentos de alegría y agite gozoso nadie puede acercarsele mucho sin que rechine con sus descargas nada agradables?
Siempre mantengo intacto en mi memoria aquel suceso mágico en la playa de Puerto Colombia; esa noche comenzaba un espectáculo musical de mucha jerarquía entre los bailadores. Era una especie de competencia entre los pick-ups que amenizaban los bailes en la ciudad. El duelo lo empezaban con el disco que suponían no lo tenía su contrincante, y si en efecto no respondía, automáticamente quedaba eliminado.
Semejante escandalo, sólo lograba cansarme y aturdirme y en cada descuido de mis padres decidía irme a las cuevas a espantarles el sueño a los cangrejos con mi vara; y de repente, vi a una enorme mujer negra venir por los aires, acompañada de una inmensa corte de negritos que tocaban tambores batá.
Intenté correr pero ella me aprisionó en sus brazos de raíces de ceiba calcinada, mientras escuchaba como los negritos cambiaban el ritmo de la percusión hacia uno más demoníaco y desaforado, propio de un ritual para ofrendar sacrificios. Pero no pretendían eso conmigo, estoy segura que me hicieron otra cosa, no sé que cambio operaron en mi inocencia; creo que la esfumaron para darle cabida a la candela viva que ahora corre por mis venas. ¿Qué a esta edad haya tenido más vivencias que mis viejos? ¿De veras que soy hechizadora? Pero por mucho que trate de ocultarlo, no puedo, todavía él no se ha percatado de la diabólica y extraña propiedad que esconde mi espíritu.
Hoy ha empezado una noche muy hermosa, de plenilunio. A través de la ventana he observado el bello aro con su palidez luminosa, tratando de rebosar los vasos a medio llenar que reposan sobre las mesas del bar mientras ilumina los rostros ennegrecidos por interminables noches de lujuria y placer.
Pero la desgracia siempre asoma en todos los rincones del mundo, pues cuando me disponía a entregarme a todas sus caricias, un marino dominicano de la peor estofa fue quien puso ese endiablado disco: "Acuanile" de Hector Lavoe. Todo mi ser vibró, las fibras más íntimas de mi alma desataron en todo mi ser la más demencial excitación para la cual no hay nombre en este mundo; mis ojos tomaron diversas coloraciones, mis pies danzaban a mil revoluciones y mi piel despedía una luminosidad de satélite cósmico. Pero lo que más me entristece saber es que él desde ese momento perdió toda noción de la realidad y sufrió una patología que raya en la hipertimidez; que el psiquiatra que lo atiende en el hospital mental lo declaró incurable y de común acuerdo con las autoridades de la ciudad hoy decidió dejarlo deambular en las calles por considerarlo inofensivo.
Este relato pertenece al libro inédito de cuentos :"En Torno a Una Rara Espera". Además de haber recibido mención de honor en el concurso de cuento realizado por la Libreria Ollantai y el capitulo Atlántico de la Unión Nacional de Escritores en Barranquilla durante el año 1985.
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