martes, 2 de septiembre de 2014

Recordando a nuestro gran amigo y hermano del alma, Alex Támara Garay, quien falleció el 2 de Diciembre de 2012.

                                    AUSENCIA

Para Alex Támara Garay, en los umbrales de la eternidad.
In Memoriam

Por: Manuel Donado Solano

Ahora, a partir de tu súbita e inesperada partida, es cuando la vida
nos enrostra, con el frío de los años, el consuetudinario vacío y las
persistentes brumas que dejan las ausencias definitivas.



Aquí, el eco de tu palabra reposada y sabia, será el perenne llamado
para empezar otra pagina de los recuerdos.
Siempre avizoraste cual generoso y modesto Prometeo, lo que nos
estaba vedado desde el equívoco ángulo y los floridos claroscuros en
nuestra atribulada existencia.



En estos momentos, cuando nos embarga el cruel desconcierto y la 
más insondable orfandad, el callado dolor sólo atina a entretejer 
entre sus rescoldos, las desconsoladoras premoniciones y el negro 
presagio que desde mucho antes nos habían advertido Vallejo, Kavafis y Pessoa 
como los inevitables designios que siempre han de dirigirlo todo.


Compañero, donde quiera que ahora estés, tus amigos te imaginamos
hilando hermosas ideas para las estrofas de un nuevo canto a la vida;
o en el mejor de los casos, discutiendo amablemente la más sensible 
de las propuestas de Foucault o Deleuze.





sábado, 9 de agosto de 2014

NOCTURNAL

NOCTURNAL

Por : Manuel Donado Solano

Sólo sé que salía en las noches en que echábamos
de menos el sueño; en esas noches de incorregibles
juegos en la placita o, en el mejor de los casos, en el callejón.
 
¿Te acuerdas, Patricia, de esa muchachita macilenta que no
quería saber nada de las planas que le ponía el profesor y
se iba siempre con su muñequita de peluche a vernos jugar
hasta el cansancio?.
 
Sí, todavía te recuerdo así de flaquita con tus trenzas
y descalza gritando: ¡Gane! ¡Gane! Y de Ricardo —bueno,
aunque el pobre ya murió—, a quien todos temíamos al
momento de burlar. Aquel negrito rollizo que soñó con ser
boxeador y siempre enrollaba trapos en sus manos para
golpear los arboles, y los dejaba en paz hasta que sentía
haberse descompuesto alguna mano. Sí, el mismo que se
mató con una sobredosis de heroína porque nunca la vio y él
quería despedazarla y no sé quíen le dijo que inyectándose
la vería después de doce de la noche en los arrabales, que
era donde la veían salir y regresar muy desconsolada en la
madrugada; gritando más que nunca con su cara pálida; sus
ojos desorbitados, sus labios exangües y su larga cabellera
enmarañada. 

Sí, ella fue el trauma de Ricardo; hasta los veinte años
no hacía más que recorrer el pueblo todas las noches,
llamándola, gritándole procacidades.
 
Ahora veo que de nada sirvió que todos lo cogiéramos a
la fuerza para que lo internaran en el hospital mental. 

Y de Rojitas, ¿te acuerdas del cabezón?, el que siempre
se hacia la leva para ir a cazar palomas con la carabina de
diablos que le mandó un tío desde la capital. Sí, el mismo
que durante las interminables noches reventaba los faroles
del alumbrado público y, en el peor de los casos, le provocó
un infarto al profesor cuando mató el loro que había en el
patio del colegio.
 
Aquel lorito que repetía la cartilla de cartón y recitaba
el padre nuestro al pie de la letra.
 
Pero todo vino cuando mostró el boletín en su casa y su
padre vio que la cantidad de rojos era alarmante y decidió
confiscarle la carabina y ponerlo a dormir en el patio para
que lo asustara la llorona. Eso bastó para que Rojitas se
alistara en el ejército durante dos años y a su regreso se
dedicara a recoger dinero entre la población para hacerse
encargar una enorme bazuca con proyectiles atómicos y así
exterminar al invisible espectro que aún lo perseguía.
 
Fue un domingo de ramos cuando hizo los preparativos;
trazó las coordenadas, apuntó hacia la espesa montaña, y
vestido como todo un general, marchaba de un extremo a
otro, hablando solo y cantando la Marsellesa.
 
Hasta que apareció una patrulla del ejército requerida
por el alcalde, pero Rojitas seguía obstinado en disparar el
mortífero proyectil. Todo fue inútil, desobedeció las órdenes
que le transmitía el oficial a través de un megáfono y no
tuvieron más remedio que darle de baja.
 
Fue enterrado ese lunes con todos los honores militares.
 
En su casa aún se exhibe el uniforme robado a un general, la
gigantesca bazuca que a simple vista amenaza con vomitar
terribles fogonazos, y en una urna de cristal, el hermoso
proyectil atómico, capaz de arrasar a una ciudad entera.

Este breve relato hace parte de mi libro "En Torno A Una Rara Espera" que será publicado el próximo mes de Septiembre

jueves, 7 de agosto de 2014

INCERTIDUMBRES


Por: Manuel Donado Solano


Era una de esas madrugadas calurosas y húmedas que nunca faltan en el mes de Septiembre. A través de las persianas entreabiertas, empezaba a perfilarse una claridad grisácea que a medida que avanzaban las horas empezaba  a tornarse azul clara. Afuera, en la avenida, el aire era denso y ardiente. Sólo el impulso de uno que otro auto desplazándose a gran velocidad, inquietaban con un leve movimiento el follaje de las acacias y las palmeras que se amontonaban en el boulevar.

-Otra noche que pasas sin dormir. Dijo ella volviéndose para acomodar mejor el rostro sobre la almohada.

Él sintió el suave roce de sus muslos y el tibio contacto de sus senos redondos y duros, apretados contra su  antebrazo.

-Crees que me llamen. Dijo susurrándole al oído.

-Dios quiera que si. Anoche soñé que era tu primer día de trabajo y desayunabas a toda prisa para no perder el bus.

La abrazó con más fuerza y entonces sintió su respiración fuerte y pausada recorriéndole lo más profundo de sus entrañas.

-No, ahora no. Dijo ella zafando su cuerpo. Recuerda que no he comprado las pastillas.

El ruido estrepitoso y metálico, como el de un ejercito entrando a una ciudad, empezó a apoderarse de la avenida y luego del apartamento. Al principio, el movimiento de las balineras de hierro sobre el pavimento, emitían ruidos dispersos y metálicos.
Se levantó con sigilo y enrolló una toalla sobre la cintura. Apartó las cortinas, y una claridad débil y medio fosforescente empezó a invadir el cuarto.

-Ciérralas. Dijo todavía adormitada. Se va a llenar el cuarto de jejenes.

A través de las persianas pudo a aquel grupo de recicladores empujando sus carretas atiborradas de cartones y residuos industriales.

-Sabes una cosa?. Dijo mientras se dirigía a la cocina. -Debes irte a la casa de tus viejos hasta que salga algo. Estoy viendo todo esto muy complicado.

Un silencio lúgubre y espectral, como el de un museo, volvió a entronizarse.

-Apenas tienes un mes de graduado y ya quieres morirte porque no encuentras trabajo.

En aquel momento, sintió que un vacío indescriptible se apoderaba de todo su ser. Pensó en sus primeros semestres en la Universidad; en su incansable actividad de líder de izquierda que casi siempre copaba gran parte de su tiempo en organizar aquellas manifestaciones que eran verdaderas romerías.
Recordó aquellas comisiones estudiantiles encargadas de dialogar con aquel rector regordete y sanguíneo, presa de las peores crisis de histeria.

Colocó la olla del café sobre la estufa y se echó sobre la mecedora de mimbre. Escuchó a lo lejos el grito remoto y rutinario de los voceadores de periódicos.

-Te he ofendido. Dijo ella frotándole su mano sobre la frente. Perdóname pero es que tu desesperación me enloquece.

-Entonces soy más miedoso que tú. Dijo echándole el brazo sobre las caderas.

-No digas eso, un poco más desesperado sí.


A medida que el café empezaba a burbujear, un aroma puro y fresco les excitó el gusto. Ella se desprendió del brazo del hombre y alargó el suyo hasta la repisa de donde sacó dos tazas. Él apuró el café y se dirigió al cuarto. Descolgó un bluyin desteñido y sacudió un poco el suéter que llevaba el día anterior.

-Vas a salir?. Dijo ella apoyando el cuerpo sobre el marco de la puerta.

-Si. Voy a ver si hay una respuesta a mi solicitud.

-Tan temprano?

-Acaso no sabes que en estos días en cualquier momento se viene el aguacero?

Observó los oscuros y densos nubarrones impidiendo la salida de los rayos del sol. Después de avanzar varias cuadras, vio al otro extremo de la calle la inmensa mole de mármoles y granito que ocupaba la nueva Institución Educativa. Era un edificio del siglo XIX con muchas remodelaciones. En ese momento, una extraña desazón y un leve pesimismo empezaron a invadirlo mientras la humedad pegajosa y asfixiante se impregnaba en todo su cuerpo.
INCERTIDUMBRES


Por: Manuel Donado Solano


Era una de esas madrugadas calurosas y húmedas que nunca faltan en el mes de Septiembre. A través de las persianas entreabiertas, empezaba a perfilarse una claridad grisácea que a medida que avanzaban las horas empezaba  a tornarse azul clara. Afuera, en la avenida, el aire era denso y ardiente. Sólo el impulso de uno que otro auto desplazándose a gran velocidad, inquietaban con un leve movimiento el follaje de las acacias y las palmeras que se amontonaban en el boulevar.

-Otra noche que pasas sin dormir. Dijo ella volviéndose para acomodar mejor el rostro sobre la almohada.

Él sintió el suave roce de sus muslos y el tibio contacto de sus senos redondos y duros, apretados contra su  antebrazo.

-Crees que me llamen. Dijo susurrándole al oído.

-Dios quiera que si. Anoche soñé que era tu primer día de trabajo y desayunabas a toda prisa para no perder el bus.

La abrazó con más fuerza y entonces sintió su respiración fuerte y pausada recorriéndole lo más profundo de sus entrañas.

-No, ahora no. Dijo ella zafando su cuerpo. Recuerda que no he comprado las pastillas.

El ruido estrepitoso y metálico, como el de un ejercito entrando a una ciudad, empezó a apoderarse de la avenida y luego del apartamento. Al principio, el movimiento de las balineras de hierro sobre el pavimento, emitían ruidos dispersos y metálicos.
Se levantó con sigilo y enrolló una toalla sobre la cintura. Apartó las cortinas, y una claridad débil y medio fosforescente empezó a invadir el cuarto.

-Ciérralas. Dijo todavía adormitada. Se va a llenar el cuarto de jejenes.

A través de las persianas pudo a aquel grupo de recicladores empujando sus carretas atiborradas de cartones y residuos industriales.

-Sabes una cosa?. Dijo mientras se dirigía a la cocina. -Debes irte a la casa de tus viejos hasta que salga algo. Estoy viendo todo esto muy complicado.

Un silencio lúgubre y espectral, como el de un museo, volvió a entronizarse.

-Apenas tienes un mes de graduado y ya quieres morirte porque no encuentras trabajo.

En aquel momento, sintió que un vacío indescriptible se apoderaba de todo su ser. Pensó en sus primeros semestres en la Universidad; en su incansable actividad de líder de izquierda que casi siempre copaba gran parte de su tiempo en organizar aquellas manifestaciones que eran verdaderas romerías.
Recordó aquellas comisiones estudiantiles encargadas de dialogar con aquel rector regordete y sanguíneo, presa de las peores crisis de histeria.

Colocó la olla del café sobre la estufa y se echó sobre la mecedora de mimbre. Escuchó a lo lejos el grito remoto y rutinario de los voceadores de periódicos.

-Te he ofendido. Dijo ella frotándole su mano sobre la frente. Perdóname pero es que tu desesperación me enloquece.

-Entonces soy más miedoso que tú. Dijo echándole el brazo sobre las caderas.

-No digas eso, un poco más desesperado sí.


A medida que el café empezaba a burbujear, un aroma puro y fresco les excitó el gusto. Ella se desprendió del brazo del hombre y alargó el suyo hasta la repisa de donde sacó dos tazas. Él apuró el café y se dirigió al cuarto. Descolgó un bluyin desteñido y sacudió un poco el suéter que llevaba el día anterior.

-Vas a salir?. Dijo ella apoyando el cuerpo sobre el marco de la puerta.

-Si. Voy a ver si ya ya hay una respuesta a mi solicitud.

Tan temprano?

Acaso no sabes que en estos días en cualquier momento se viene el aguacero?

Observó los oscuros y densos nubarrones impidiendo la salida de los rayos del sol. Después de avanzar varias cuadras, vio al otro extremo de la calle la inmensa mole de mármoles y granito que ocupaba la nueva Institución Educativa. Era un edificio del siglo XIX con muchas remodelaciones. En ese momento, una extraña desazón y un leve pesimismo empezaron a invadirlo mientras la humedad pegajosa y asfixiante se impregnaba en todo su cuerpo.

INCERTIDUMBRES

INCERTIDUMBRES


Por: Manuel Donado Solano


Era una de esas madrugadas calurosas y húmedas que nunca faltan en el mes de Septiembre. A través de las persianas entreabiertas, empezaba a perfilarse una claridad grisácea que a medida que avanzaban las horas empezaba  a tornarse azul clara. Afuera, en la avenida, el aire era denso y ardiente. Sólo el impulso de uno que otro auto desplazándose a gran velocidad, inquietaban con un leve movimiento el follaje de las acacias y las palmeras que se amontonaban en el boulevar.

-Otra noche que pasas sin dormir. Dijo ella volviéndose para acomodar mejor el rostro sobre la almohada.

Él sintió el suave roce de sus muslos y el tibio contacto de sus senos redondos y duros, apretados contra su  antebrazo.

-Crees que me llamen. Dijo susurrándole al oído.

-Dios quiera que si. Anoche soñé que era tu primer día de trabajo y desayunabas a toda prisa para perder el bus.

La abrazó con más fuerza y entonces sintió su respiración fuerte y pausada recorriéndole lo más profundo de sus entrañas.

-No, ahora no. Dijo ella zafando su cuerpo. Recuerda que no he comprado las pastillas.

El ruido estrepitoso y metálico, como el de un ejercito entrando a una ciudad, empezó a apoderarse de la avenida y luego del apartamento. Al principio, el movimiento de las balineras de hierro sobre el pavimento, emitían ruidos dispersos y metálicos.
Se levantó con sigilo y enrolló una toalla sobre la cintura. Apartó las cortinas, y una claridad débil y medio fosforescente empezó a invadir el cuarto.

-Ciérralas. Dijo todavía adormitada. Se va a llenar el cuarto de jejenes.

A través de las persianas pudo a aquel grupo de recicladores empujando sus carretas atiborradas de cartones y residuos industriales.

-Sabes una cosa?. Dijo mientras se dirigía a la cocina. -Debes irte a la casa de tus viejos hasta que salga algo. Estoy viendo todo esto muy complicado.

Un silencio lúgubre y espectral, como el de un museo, volvió a entronizarse.

-Apenas tienes un mes de graduado y ya quieres morirte porque no encuentras trabajo.

En aquel momento, sintió que un vacío indescriptible se apoderaba de todo su ser. Pensó en sus primeros semestres en la Universidad; en su incansable actividad de líder de izquierda que casi siempre copaba gran parte de su tiempo en organizar aquellas manifestaciones que eran verdaderas romerías.
Recordó aquellas comisiones estudiantiles encargadas de dialogar con aquel rector regordete y sanguíneo, presa de las peores crisis de histeria.

Colocó la olla del café sobre la estufa y se echó sobre la mecedora de mimbre. Escuchó a lo lejos el grito remoto y rutinario de los voceadores de periódicos.

-Te he ofendido. Dijo ella frotándole su mano sobre la frente. Perdóname pero es que tu desesperación me enloquece.

-Entonces soy más miedoso que tú. Dijo echándole el brazo sobre las caderas.

-No digas eso, un poco más desesperado sí.


A medida que el café empezaba a burbujear, un aroma puro y fresco les excitó el gusto. Ella se desprendió del brazo del hombre y alargó el suyo hasta la repisa de donde sacó dos tazas. Él apuró el café y se dirigió al cuarto. Descolgó un bluyin desteñido y sacudió un poco el suéter que llevaba el día anterior.

-Vas a salir?. Dijo ella apoyando el cuerpo sobre el marco de la puerta.

-Si. Voy a ver si ya ya hay una respuesta a mi solicitud.

Tan temprano?

Acaso no sabes que en estos días en cualquier momento se viene el aguacero?

Observó los oscuros y densos nubarrones impidiendo la salida de los rayos del sol. Después de avanzar varias cuadras, vio al otro extremo de la calle la inmensa mole de mármoles y granito que ocupaba la nueva Institución Educativa. Era un edificio del siglo XIX con muchas remodelaciones. En ese momento, una extraña desazón y un leve pesimismo empezaron a invadirlo mientras la humedad pegajosa y asfixiante se impregnaba en todo su cuerpo.

jueves, 26 de junio de 2014

RÉQUIEM


Por: Manuel Donado Solano.



Ahora intentaba sobreponerse a los desmanes que aquel abatimiento cernía sobre su magra figura y el camastro de lados simétricos y bien delineados que siempre le había acogido con sobrada displicencia.

"Hoy quiero morir tranquilo", se dijo muy suavemente, sin que la conclusión de sus fatídicas elucubraciones hubiese sido perturbada por las remotas voces de otros ámbitos ni por los pitos de aquellos buses multicolores que nunca acababan de girar sobre las mismas avenidas.

Sentía el punzante dolor de la desesperanza y la soledad aniquilando inmisericordemente hasta el último vestigio de vitalidad; entorpeciendo el mínimo esfuerzo para armar el más simple de los razonamientos. Todo se circunscribía al somnoliento letargo que parecía rayar en la disolución final. Pero se resistía. En medio del tenue estertor, una fuerza ínfima aún le vedaba el sometimiento a ese estado de eclipse total y de nebulosa irrealidad en que en esos trances parecemos flotar.

Cuando las persianas dejaron filtrar el grisáceo resplandor del crepúsculo, el grisáceo resplandor del crepúsculo, sintió que se hallaba en medio de una enorme burbuja gelatinosa que lo llenaba de inmovilidad. Trató de hacerse a un poco de aire fresco, pero notó que la rigidez de su nuca lo mantendría aprisionado al eterno suplicio. Ahora, todos los objetos se resistían a desfilar ante sus ojos. Pero navegaba. Esa sensación de vacío lo trasladaba como el gran timonel de su camastro en el apocalíptico viaje a través de la eternidad de un indescifrable espacio interestelar.

A medida que se fugaban las horas, el recuerdo de una juventud marchita y desperdiciada, fue la eclosión que reavivó un semblante de dolor en aquel rostro que parecía exento de toda vitalidad.

Aquella sucesión de recuerdos parecían inmortalizarlo en medio del rigor apesadumbrado que habían adquirido las cosas en aquella habitación. Su mente parecía despojada de aquel apremio que atasca el denso fluir de imágenes y conceptos. En ese momento de mediana lucidez, se hilvanaron las más amargas disquisiciones, acompañadas de maledicencias y reproches.

Pero ya nada podía hacerle renunciar a la decisión final. Ahora todo corroboraba a intuir el epílogo de toda sentencia que no cejaría, incluso, después de hallarse envuelto entre aquellas sábanas, mostrándose un tanto oseo y corrompido por el inexorable embate del tiempo. Y entonces, cuando se halle sumido en ese irreconocible estado que  ofrece la posteridad, aquella estatuilla del Buda satisfecho y orondo, cambiará la tímida sonrisa por las profundas carcajadas que se esconden detrás de toda gran desolación.

Este relato está incluido en mi libro de cuentos "En Torno a Una Rara Espera". 


domingo, 16 de febrero de 2014

PSICOSIS

PSICOSIS

Por: Manuel Donado Solano

El Doctor ha apurado con cierta desazón el último tercio de su limonada sin dejar de pensar en cual ha de ser el monto de sus emolumentos. Todo está cuidadosamente barajado. Es el trajinado pero placentero ejercicio con que tiene que enfrentarse al final de cada mes, después de las escalofriantes y extenuantes sesiones con los pacientes en el Hospital Mental.

Ahora, aparentemente un poco mas sosegado y dueño de sí, sopesa con secreto furor la equilibrada sonoridad de los acordes de la música de fondo que inunda el recinto de la cafetería y es entonces en ese momento cuando le halla explicación al viejo problema filosófico que desde que cursaba sus estudios de bachillerato, aún le mantenía en vilo: las cosas sólo toman sentido cuando entran en relación con algún sujeto cognoscente.

¿Acaso tendría sentido la obra de arte que ahora escucha, encarnada en el mambo “Cerezo Rosa” , de Pérez Prado, sin la presencia de un refinado melómano? ¿No será acaso la sonoridad de esa trompeta una prolongación espiritual del músico enajenado? , se pregunta en voz baja.

Indudablemente estaba siendo llevado de la mano por el camino de la sublimación. Sentía abrirse paso a través de alguna nebulosa y a punto de tocar las puerta de algo que lo pondría frente a algo inmensamente pletórico e ignoto.

En ese momento de extraña alucinación, no advirtió el llamado que le hacían a través de los altavoces de los pasillos, requiriéndolo con urgencia en la junta de médicos; o tal vez dio poca importancia a los aburridos y solemnes devaneos y peroratas para certificar sobre el posible origen de la nueva patología en algún comportamiento esquizofrénico.

Una vez mas pide el mismo refresco y ordena repetir el CD mientras, con gran aspaviento, clausura puertas y ventanas para desconcierto de los escasos visitantes. Acomodado nuevamente sobre la mesa, se entrega con extraño éxtasis a la alucinante audición mientras algunos concurrentes se escabullen por las escaleras que conducen al  sótano.

La noticia llega hasta donde se encuentran los colegas quienes con gran algazara suspenden la junta médica y llegan a tropel para tratar de persuadirlo o violentar las cerraduras si es el caso.


En ese momento, a través de los cristales, el joven médico les insinúa una sonrisa mientras saca de su bata una Colt 45 y coloca sobre su abdomen el reluciente cañón. Tras el estampido, sigue entonándose una melodía afinada y tenue, interrumpida a intervalos por los violentos estertores.

Este texto pertenece al libro "De los naufragios del alma y otros infortunios"