INCERTIDUMBRES
Por: Manuel Donado Solano
Era una de esas madrugadas calurosas y húmedas que nunca faltan en el mes de Septiembre. A través de las persianas entreabiertas, empezaba a perfilarse una claridad grisácea que a medida que avanzaban las horas empezaba a tornarse azul clara. Afuera, en la avenida, el aire era denso y ardiente. Sólo el impulso de uno que otro auto desplazándose a gran velocidad, inquietaban con un leve movimiento el follaje de las acacias y las palmeras que se amontonaban en el boulevar.
-Otra noche que pasas sin dormir. Dijo ella volviéndose para acomodar mejor el rostro sobre la almohada.
Él sintió el suave roce de sus muslos y el tibio contacto de sus senos redondos y duros, apretados contra su antebrazo.
-Crees que me llamen. Dijo susurrándole al oído.
-Dios quiera que si. Anoche soñé que era tu primer día de trabajo y desayunabas a toda prisa para no perder el bus.
La abrazó con más fuerza y entonces sintió su respiración fuerte y pausada recorriéndole lo más profundo de sus entrañas.
-No, ahora no. Dijo ella zafando su cuerpo. Recuerda que no he comprado las pastillas.
El ruido estrepitoso y metálico, como el de un ejercito entrando a una ciudad, empezó a apoderarse de la avenida y luego del apartamento. Al principio, el movimiento de las balineras de hierro sobre el pavimento, emitían ruidos dispersos y metálicos.
Se levantó con sigilo y enrolló una toalla sobre la cintura. Apartó las cortinas, y una claridad débil y medio fosforescente empezó a invadir el cuarto.
-Ciérralas. Dijo todavía adormitada. Se va a llenar el cuarto de jejenes.
A través de las persianas pudo a aquel grupo de recicladores empujando sus carretas atiborradas de cartones y residuos industriales.
-Sabes una cosa?. Dijo mientras se dirigía a la cocina. -Debes irte a la casa de tus viejos hasta que salga algo. Estoy viendo todo esto muy complicado.
Un silencio lúgubre y espectral, como el de un museo, volvió a entronizarse.
-Apenas tienes un mes de graduado y ya quieres morirte porque no encuentras trabajo.
En aquel momento, sintió que un vacío indescriptible se apoderaba de todo su ser. Pensó en sus primeros semestres en la Universidad; en su incansable actividad de líder de izquierda que casi siempre copaba gran parte de su tiempo en organizar aquellas manifestaciones que eran verdaderas romerías.
Recordó aquellas comisiones estudiantiles encargadas de dialogar con aquel rector regordete y sanguíneo, presa de las peores crisis de histeria.
Colocó la olla del café sobre la estufa y se echó sobre la mecedora de mimbre. Escuchó a lo lejos el grito remoto y rutinario de los voceadores de periódicos.
-Te he ofendido. Dijo ella frotándole su mano sobre la frente. Perdóname pero es que tu desesperación me enloquece.
-Entonces soy más miedoso que tú. Dijo echándole el brazo sobre las caderas.
-No digas eso, un poco más desesperado sí.
A medida que el café empezaba a burbujear, un aroma puro y fresco les excitó el gusto. Ella se desprendió del brazo del hombre y alargó el suyo hasta la repisa de donde sacó dos tazas. Él apuró el café y se dirigió al cuarto. Descolgó un bluyin desteñido y sacudió un poco el suéter que llevaba el día anterior.
-Vas a salir?. Dijo ella apoyando el cuerpo sobre el marco de la puerta.
-Si. Voy a ver si hay una respuesta a mi solicitud.
-Tan temprano?
-Acaso no sabes que en estos días en cualquier momento se viene el aguacero?
Observó los oscuros y densos nubarrones impidiendo la salida de los rayos del sol. Después de avanzar varias cuadras, vio al otro extremo de la calle la inmensa mole de mármoles y granito que ocupaba la nueva Institución Educativa. Era un edificio del siglo XIX con muchas remodelaciones. En ese momento, una extraña desazón y un leve pesimismo empezaron a invadirlo mientras la humedad pegajosa y asfixiante se impregnaba en todo su cuerpo.
-Crees que me llamen. Dijo susurrándole al oído.
-Dios quiera que si. Anoche soñé que era tu primer día de trabajo y desayunabas a toda prisa para no perder el bus.
La abrazó con más fuerza y entonces sintió su respiración fuerte y pausada recorriéndole lo más profundo de sus entrañas.
-No, ahora no. Dijo ella zafando su cuerpo. Recuerda que no he comprado las pastillas.
El ruido estrepitoso y metálico, como el de un ejercito entrando a una ciudad, empezó a apoderarse de la avenida y luego del apartamento. Al principio, el movimiento de las balineras de hierro sobre el pavimento, emitían ruidos dispersos y metálicos.
Se levantó con sigilo y enrolló una toalla sobre la cintura. Apartó las cortinas, y una claridad débil y medio fosforescente empezó a invadir el cuarto.
-Ciérralas. Dijo todavía adormitada. Se va a llenar el cuarto de jejenes.
A través de las persianas pudo a aquel grupo de recicladores empujando sus carretas atiborradas de cartones y residuos industriales.
-Sabes una cosa?. Dijo mientras se dirigía a la cocina. -Debes irte a la casa de tus viejos hasta que salga algo. Estoy viendo todo esto muy complicado.
Un silencio lúgubre y espectral, como el de un museo, volvió a entronizarse.
-Apenas tienes un mes de graduado y ya quieres morirte porque no encuentras trabajo.
En aquel momento, sintió que un vacío indescriptible se apoderaba de todo su ser. Pensó en sus primeros semestres en la Universidad; en su incansable actividad de líder de izquierda que casi siempre copaba gran parte de su tiempo en organizar aquellas manifestaciones que eran verdaderas romerías.
Recordó aquellas comisiones estudiantiles encargadas de dialogar con aquel rector regordete y sanguíneo, presa de las peores crisis de histeria.
Colocó la olla del café sobre la estufa y se echó sobre la mecedora de mimbre. Escuchó a lo lejos el grito remoto y rutinario de los voceadores de periódicos.
-Te he ofendido. Dijo ella frotándole su mano sobre la frente. Perdóname pero es que tu desesperación me enloquece.
-Entonces soy más miedoso que tú. Dijo echándole el brazo sobre las caderas.
-No digas eso, un poco más desesperado sí.
A medida que el café empezaba a burbujear, un aroma puro y fresco les excitó el gusto. Ella se desprendió del brazo del hombre y alargó el suyo hasta la repisa de donde sacó dos tazas. Él apuró el café y se dirigió al cuarto. Descolgó un bluyin desteñido y sacudió un poco el suéter que llevaba el día anterior.
-Vas a salir?. Dijo ella apoyando el cuerpo sobre el marco de la puerta.
-Si. Voy a ver si hay una respuesta a mi solicitud.
-Tan temprano?
-Acaso no sabes que en estos días en cualquier momento se viene el aguacero?
Observó los oscuros y densos nubarrones impidiendo la salida de los rayos del sol. Después de avanzar varias cuadras, vio al otro extremo de la calle la inmensa mole de mármoles y granito que ocupaba la nueva Institución Educativa. Era un edificio del siglo XIX con muchas remodelaciones. En ese momento, una extraña desazón y un leve pesimismo empezaron a invadirlo mientras la humedad pegajosa y asfixiante se impregnaba en todo su cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario