GISSELA
Por: Manuel Donado Solano
Gissela, así te
lo susurró mientras chupaba tus lindos cabellos enroscaditos, negrísimos y cuyo sabor se confundía con el
de ese algodón multicolor que siempre vende durante los grandes eventos
infantiles. Así te lo dijo, sin dejar de acariciar la suavidad de tus
voluminosos senos.
Es el único
nombre que ha escrito en todas sus libretas de apuntes hasta ilustrar esa
pasión con las fotografías que te tomó en la playa. Por que así es como a él le
gusta verte; todita bronceada y cubierta
con esa pigmentación canela que le despierta la más tierna de las
sensaciones.
Y se lo dijiste
en medio de sollozos emocionados; que
nunca olvidarías aquél domingo de luna tempranera cuando te le entregaste toda,
sin pedir explicación alguna, que es lo
usual en el introito de todo primer acto. Así, calladita, sin arrugar la cara
en ese instante en que sus cuerpos extasiados de amor se apretujaron hasta
formar uno sólo. Hasta que preguntaste
por la hora, ya que estabas pensionada en casa de una familia respetable y no
podías llegar tarde porque corrías el
riesgo que le pusieran la queja a tus
padres, y él te dijo que no importaba, que estábamos en solsticio de verano y
que los días pasaban con mucho trabajo. Y
pensaste que era verdad, que las manecillas del reloj correrían
penosamente tratando de no adelantarse a la rara holgazanería del tiempo. En
ese momento lo único que deseabas era la
prolongación de aquellas caricias en la inmutable eternidad, girando alrededor
de la misma sensación.
Pero nunca le
dijiste que siempre le cantabas esa balada cuyo título es algo así como “Tengo
ganas de ti”. De veras que es extraño, sólo se lo insinuabas en el cine, cuando
le pedías que te llevara a ver las películas de Sofía Loren o Anthony Perkins o a aquél sitio
adornado con frondosos almendros y a media luz donde siempre pedías los mismos
boleros de Virginia López, y él te decía que bueno que tú mandabas pero que
apenas dos canciones por que después vendría el long play de Tito Rodríguez.
Y lo adivinaste
todo, sabías que apenas la aguja se encargara de “Me faltabas tú”, te colmaría
de caricias hasta la entrega total.
¿Recuerdas el día
que lo conociste? Claro que sí, cuando tu delirio hizo un alto al recordar esa
timidez que mostraste cuando te preguntó
lo que desea saber todo enamorado. Pero todo fue cuestión de lo que llaman
sentido común; - si eso le pasa a cualquiera por primera vez- rectificaste
después.
Y de ahí en adelante
siguieron tus desvelos sin darle chance a los consejos y recomendaciones de tus
amigas.
Así aprendiste
también a querer los atardeceres de aquellos domingos de brisas fugitivas y a
los enormes peñascos de aquel tajamar que siempre parece insinuarse hasta el
otro lado del mar.
Barranquilla, Junio de 1984.