martes, 29 de marzo de 2011

LA AUTO EVALUACIÓN COMO CULTURA INSTITUCIONAL: UN REFERENTE PARA TODA INSTITUCION EDUCATIVA EN PERMANENTE PROCESO DE MEJORAMIENTO.


Ponencia presentada por el Mg. Manuel Donado Solano. Coordinador (E) I. E Técnico Agropecuaria de Puerto Giraldo.


Releyendo un viejo pero sustancioso articulo publicado hace algunos años en el periódico El Tiempo por el profesor Francisco Cajiao y en el cual con gran tino y lucidez aseveraba : “La escuela es la puerta de entrada a la ciencia, a la amistad, al amor, a la sexualidad, al arte a la fantasía creadora y a los sueños de vida que rondan las mentes de niños y adolescentes”. Ante semejante responsabilidad tanto con la sociedad como con nosotros mismos en el ámbito de lo ético y lo profesional, volví a plantearme el interrogante de si estamos cumpliendo cabalmente como profesionales de la educación en el sentido de proyectarnos como institución para asumir con creces, en tiempos tan difíciles, este titánico reto de orientar a nuestros niños y jóvenes en un medio signado por unos mensajes distorsionados y nocivos de una sociedad de consumo cuyo único norte es el lucro, la ganancia y el provecho personal en todas las esferas de la vida como bien lo muestran los realitys con que nos indigesta nuestra televisión. Ante este permanente bombardeo publicitario e ideológico a nuestros jóvenes, además de encontrarse la mayoría de ellos en la etapa de la adolescencia, caracterizada por la irreverencia y el afán de independencia, sumado a la falta de una sana orientación en muchos hogares debido a múltiples causas, sentimos muchas veces sumamente difícil nuestra tarea debido a la falta de un real acompañamiento de los padres así como de la ausencia de políticas educativas de asesoramiento.  Ahora bien, además de lo anterior, agreguémosle que para nadie es un secreto el lastre que desde varios lustros atrás arrastra nuestro país en todo el orbe como uno de los mas intolerantes y corruptos; y como prueba de lo anterior tenemos el bochornoso espectáculo que enloda a la institución insigne y más representativa de la democracia como lo es el congreso de la republica, permeada hasta los tuétanos por el narcotráfico y los grupos armados tanto de izquierda como de la derecha  en el tan comentado últimamente y tristemente célebre fenómeno de la “parapolitica” para desconcierto y confusión de una juventud que ha visto con desencanto y frustración la indolencia de un Estado que mantiene a grandes sectores de sus ciudadanos en el abandono y la pobreza extrema así como la falsedad y doblez de las poses y discursos de un gran numero de sus mal llamados prohombres y dirigentes políticos, que hoy se encuentran en la cárcel y otros huyendo, quienes por debajo de la mesa hacían los más siniestros y sanguinarios pactos y acuerdos para consolidar y conservar a través de la violencia, el terror y el chantaje tanto el aumento del hectareaje de su gran propiedad territorial así como su caudal electoral y así perpetuarse en el poder político en sus regiones. Este lamentable mapa genético que históricamente le ha tocado arrastrar a nuestra Institución Educativa como espejo del medio en el cual le ha tocado actuar desde la vereda más apartada hasta el centro urbano, y que va en abierta contravía con lo que históricamente ha sido su misión y visión como es la de formar auténticos ciudadanos éticos, solidarios, con un altísimo aprecio por la vida, la transparencia y el trabajo,  indudablemente se constituye en el mensaje nefasto y contradictorio que diariamente le está enviando la sociedad a nuestros jóvenes y niños.  

Todos tenemos claro que si bien, tanto la escuela como la universidad son el reflejo y en cierta medida el espacio del modo de pensar y de las contradicciones que se larvan y se dan en la sociedad del momento histórico en que les toca actuar, pues sería iluso pretender que la institución educativa le de un vuelco a la mentalidad y los imaginarios colectivos de una nación que históricamente viene en crisis.               

 En medio de toda esta debacle, el papel de nuestras instituciones educativas y por ende el nuestro como docentes, es tratar de proyectarnos  lo mejor posible en nuestras comunidades como catalizadores, optimizando nuestro quehacer educativo orientando   los diferentes procesos   de convivencia ciudadana,  pedagógicos, comunitarios y administrativos los cuales deben reflejarse tanto al interior de nuestra institución y fuera de ella. Ahora bien, si partimos del hecho que la educación es un derecho fundamental que debe garantizársele a todos nuestros conciudadanos, así suene reiterativo, es un imperativo ético para con nosotros mismos como docentes(cualificarnos permanentemente) como para con los demás, en dar lo mejor de sí, y que nuestro trabajo sea de calidad. Esto no se consigue por el azar ni por la gracia de algunas mentes iluminadas poseedoras de la verdad y  la magia para buscarle la solución a todos los retos y situaciones problemáticas que se nos presenten. No, nada más equivocado. La clave para que nuestra Institución Educativa sea capaz de interpretar el entorno y proyectarse a través de una educación de calidad es trabajar en equipo al momento de diagnosticar, planear, ejecutar y evaluar consensuadamente los procesos para comprobar en qué hemos sido exitosos y en donde persisten nuestras debilidades y limitaciones para así conocer sus causas y tomar los correctivos adecuados.  En  esto es importante y necesario que periódicamente repasemos y repensemos a manera de balance evaluativo, nuestra practica docente, preguntándonos cómo ha sido el proceso que hemos venido adelantado con nuestros niños(as) y jóvenes así como el cumplimiento de nuestros compromisos con actividades propias de nuestro quehacer pedagógico o como directivo docente; todo esto, junto al no menos importante aspecto de las relaciones personales con quienes compartimos nuestras actividades diariamente o sea, el llamado clima institucional tan esencial para el éxito o logro de todas las metas que se proponga todo grupo o institución de cualquier índole. 

Ahora bien, en todo este orden de ideas esbozadas hasta el momento, insisto nuevamente en la pertinencia de volvernos a hacer la pregunta si nuestra institución  está en condiciones de asumir el reto de convertirse de la manera más idónea  en lo que propone el profesor Francisco Cajiao en el mencionado articulo. Me temo que la respuesta no sea satisfactoria en su totalidad, condicionada a un sin numero de dificultades, que si bien es cierto en gran parte tienen que ver con la negligencia e improvisación del Estado en su política educativa debido a su afán mercantilista de hacer regir también a la educación por las leyes del mercado , es innegable que algunas veces nos cabe una cuota de responsabilidad por la falta de mística y autentico compromiso al momento asumir algunas tareas de nuestro quehacer educativo. Pero cuando se trata de entrar a analizar donde radican nuestras mayores dificultades, indudablemente que  de manera muy sustancial, en un mayor grado, encontramos que se dan por la ausencia de un planeamiento sistemático y eficaz así como de una cultura de la evaluación que de cuenta de los diversos procesos que se dan al interior de nuestras instituciones, los cuales la mayoría de las veces los sacamos avante como producto de una rutina que año tras año nos ha permitido memorizar hacia donde apunta  nuestro quehacer, pero muy pocas veces como el resultado consensuado del delineamiento de un norte fundado en diagnósticos confiables sobre situaciones o problemas en la institución que nos permitan trazar políticas y acciones conducentes a superar dichos problemas o debilidades que obstaculicen el normal desarrollo de procesos ya sean en el plano académico, de convivencia y clima institucional, administrativo, directivo o de proyección comunitaria. Y mucho menos realizar las correspondientes evaluaciones de lo que hemos diagnosticado y planificado para ver si se llevaron a la práctica las políticas y las acciones conducentes a superar las limitaciones o debilidades diagnosticadas en nuestra institución.    

Es importante tener en cuenta que ante esta falencia entremos a replantear la necesidad Prima Facie de embarcarnos de la manera más honesta y sincera en lo que podríamos denominar como la sana apropiación de un proceso de evaluación institucional, ya que se convertiría en el elemento posibilitador en los actores educativos  de una reflexión que de cuenta o identifique los factores que históricamente han causado o conducido a las deficiencias halladas en la situación actual y sobretodo, los que deben ser modificados y removidos para favorecer un futuro deseable de los diversos procesos que sustentan el quehacer educativo en la institución. En este sentido, es de vital importancia en todo proceso de evaluación que identifiquemos nuestras fortalezas, debilidades, amenazas y oportunidades, concebidas como referentes sólidos que ayuden a aproximarnos a la excelencia educativa.
Si no nos apropiamos de una cultura de la evaluación, continuaremos reproduciendo esos procesos mecánicos y rutinarios que nos han empequeñecido como docentes y por ende postran a nuestra I. E en la inercia y la apatía. Ante esta nada recomendable situación como profesionales de la educación, pienso que tenemos que ser audaces en pensamiento al momento de proponer horizontes basados en lo que nos ofrece nuestro entorno así como creativos y persistentes en la acción construyendo consensuadamente un Proyecto Educativo Innovador que esté en función del mejoramiento y la previsión de los retos y las dificultades que constantemente surgen en la I. E y el entorno.

Esto solamente lo podemos alcanzar cuando en nuestra racionalidad eche raíces
una cultura que apunte hacia la planeación sistemática y unas pautas evaluativas permanentes en nuestro quehacer  diario como docentes. De lo contrario, continuaremos inmersos en la enceguece dora monotonía y la rutinaria repetición que tanto daño continúan  haciéndonos, impidiéndonos crecer profesionalmente.
Por  ultimo, recordemos que como seres humanos hermanados por la creación divina, y más aun, como docentes o directivos, el sentido de ser o estar en este mundo, es la practica de ese valor tan fundamental  como  es la solidaridad; entendida esta, no como un mero acto de caridad para con el prójimo, sino como el deber moral de contribuir a que nuestros jóvenes y todos quienes nos rodean alcancen sus objetivos y metas que les permitan construir un proyecto de vida digna que se refleje en su crecimiento personal e intelectual.

Esto debe ratificar aun más nuestro compromiso y responsabilidad con estos niños y jóvenes que la comunidad ha puesto en nuestras manos, convencida de nuestro profesionalismo y generosidad.

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