martes, 29 de marzo de 2011

EL RETO DE LA FILOSOFÍA ANTE LOS DESAFÍOS DE LA GUERRA Y LA PAZ.


“El ser humano que no tiene ningún barniz de filosofía, va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común; de las creencias habituales de su tiempo y de aquellas que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el sentimiento deliberado de la razón”
               Bertrand Russel

POR: MANUEL DONADO SOLANO.
Introducción.
Desde los inicios del incesante trasegar de la reflexión filosófica, no podemos pasar por alto el papel y la importancia que en su extenso itinerario se le ha asignado a un fenómeno propio de la interacción humana como es el problema de la guerra y la paz entre las naciones; esto, debido a que la primera se constituye en la infausta portadora de la muerte, al caos, la miseria y la desolación al interior de los estados. De lo anterior se desprende como corolario que también se entre a dilucidar cuales han de ser los fundamentos éticos, políticos y filosóficos sobre los que se apoye el Derecho Internacional en su papel de garante excepcional en la preservación de la paz mundial y del equilibrio en las relaciones que se establezcan entre los estados, basadas en el consenso y la cooperación, o si por el contrario logra afianzarse una paz fundada en el temor y el miedo generalizado de todos hacia todos debido al poderío militar y a la carrera armamentista de las superpotencias en su afán de preservar y expandir sus intereses económicos y geopolíticos mediante la arbitrariedad y la transgresión del Derecho Internacional.

El papel de la filosofía ante el peligroso campo minado de la confusión conceptual y los estereotipos.
Ante las encrucijadas de no poca monta, arriba señaladas, con las que se ha enfrentado y ha de seguir enfrentando el género humano, ahora bajo nuevas circunstancias, cabría preguntarnos: ¿cuál será el papel de la reflexión filosófica, llámese política o moral, ante estos desafíos en los nuevos tiempos?
Sin lugar a dudas que ante este interrogante no podemos pasar por alto que el compromiso de la filosofía dista mucho de ser un quehacer reflexivo neutro, y mucho menos una empresa racional desinteresada. Esto, teniendo en cuenta que su compromiso prioritario se inserta en el anhelo de todos hacia la consecución de una paz estable y duradera a través de una función crítica y de aclaración conceptual que permita dar luces a nuestros congéneres al momento de preguntarse sobre el porqué de la guerra; sobre las posibilidades de su solución definitiva o si por el contrario tendremos que convivir con esta forma de interacción humana como algo inevitable por estar inscrita en nuestra naturaleza humana, caracterizada por la agresividad y una pulsión destructora, sumada a un desmedido afán de gloria y reconocimiento.
Además de lo arriba expuesto, lo primero que debemos tener claro es que la razón de ser de la filosofía no es ofrecer un catalogo de recetas ni solucionar nada, sino mas bien como se ha señalado con acierto, problematizarlo todo: contribuir a clarificar el planteamiento de los problemas con que hemos de enfrentarnos todos los mortales.
Lo anteriormente expuesto podemos asimilarlo a lo que algunos han denominado como la tarea crítica del quehacer filosófico, la cual se traza como meta trascender y superar prejuicios de la cultura y de su tiempo a través del análisis y la evaluación de conceptos confusos o ambiguos, los cuales deben ser aclarados. En este mismo sentido, la tarea crítica de la filosofía se traza como norte someter a revisión las creencias o principios teóricos prácticos asumidos en los sentidos comunes como incontrovertibles y absolutos, así como evaluar prácticas e instituciones para ver si son compatibles y coherentes con valores y principios universales. No sobra advertir que para algunos, además de la tarea crítica y de esclarecimiento, la reflexión filosófica va acompañada o lleva implícita lo que llaman la función terapéutica de la filosofía, la cual consistiría en tratar de erradicar las confusiones y equívocos que a través de la historia algunas veces la misma filosofía ha creado. Pero analizándolo bien podemos aseverar sin temor a equívoco alguno que estas tareas no se excluyen mutuamente sino que hacen parte del mismo proceso crítico, incluyéndose ella misma como objeto de la reflexión problematizadora.
En este orden de ideas, sería de gran ayuda, traer a colación el siguiente párrafo de Irvin Horowitz, quien nos dice que “la filosofía empieza su tratamiento del tema de la guerra y la paz, no por el examen de algún tratado, holocausto o alianza en particular, sino preguntándose porqué tienen lugar tales fenómenos y cuales son las fuerzas intelectuales que ellos expresan. Es la búsqueda de leyes generales y de las características del comportamiento humano lo que da a la filosofía su propia dimensión”[1]

Pero donde mejor encontramos plasmado lo que hemos venido planteando, se condensa en ésta aseveración de Alfonso Ruiz Miguel al expresar que “la tarea critica de la filosofía permite ofrecer no sólo “críticas” en el sentido vulgar de la palabra, sino también justificaciones, entre otras cosas porque criticar u objetar algo es un ejercicio negativo que suele ir acompañado, al menos de modo implícito, por la justificación de alguna alternativa”. Y a renglón seguido añade: “de hecho, el fenómeno de la guerra, junto a diferentes modos de explicación, ha dado lugar en la historia a numerosas justificaciones y objeciones que hoy han de verse también críticamente”[2]

  Miseria y grandeza de la modernidad en su evaluación del problema de la guerra y la paz.
Es importante tener en cuenta que si bien es cierto que la guerra es considerada como un antivalor por su carácter traumático y devastador para el genero humano, no menos cierto es el hecho de que algunos filósofos ilustres e insignes representantes de la modernidad, en su descarada apología sobre la conveniencia y necesidad de las confrontaciones armadas, le han asignado un papel positivo con respecto al despliegue o desarrollo de adelantos culturales, así como el afianzamiento y la preservación de virtudes ciudadanas como el coraje, el espíritu de sacrificio, el heroísmo y la solidaridad. Para corroborar la anterior aseveración, es preciso traer a colación la concepción de Guillermo Federico Hegel, según la cual, “la lucha contra un enemigo común, protegería al Estado de una doble amenaza, la externa y la interna, de la desaparición de un ataque enemigo y de la disolución desde adentro provocada por el prevalecer de los intereses privados.”[3] Y en este mismo sentido, la conveniencia de la guerra para el filósofo de Stuttgart  se hace necesaria ya que mediante ella, la salud ética de los pueblos se preserva de la indiferencia, llegando a comparar su papel “al de los vientos en su labor de salvaguarda de los mares ante la suciedad a que los abocaría una calma prolongada.”[4]
Pero donde mejor se plasma con mayor claridad los fundamentos de la  justificación hegeliana de la necesidad y conveniencia de la guerra por actuar como acicate al consolidar al interior de los Estados lazos éticos de solidaridad y coraje y así evitar su disolución desde adentro, es en el siguiente comentario de André Gluckmann: “la vida privada de todo ciudadano se halla dividida; si es virtuoso, es víctima de la multiplicidad incoordinada de los deberes y las reglas morales; si es interesado, se convierte en prisionero de la dispersión infinita y contradictoria de sus intereses; si simplemente existe, deberá además soportar la división y los conflictos de la virtud y el interés. En la guerra el interés común se afirma, el hombre privado, el burgués, se borra ante el ciudadano.”[5]
 
En este sentido, y teniendo en cuenta lo arriba expuesto hasta ahora, para tener una mejor comprensión de lo que podríamos denominar como una visión romántica de la guerra y la exaltación de su papel en el devenir del género humano, sería pertinente echar mano de la clasificación que al respecto hace Norberto Bobbio de las diversas concepciones de carácter ideológico sobre  aquella. Es así como según el filósofo italiano, la concepción de la guerra como un mal necesario, “concibe a ésta como un mal que debe ocurrir no porque sea el efecto de una causa, sino porque es un medio para alcanzar un fin deseable, o sea que es considerada como un bien-medio en relación con un bien-fin.”[6] En este mismo orden de ideas, al entrar a analizar lo que en su clasificación denomina la guerra como mal aparente, expresa lo siguiente: “esta concepción ve en la guerra un mal aparente que de manera implícita esconde o prepara un bien real como designio de la naturaleza, el espíritu o la razón”[7]    

Teniendo en cuenta las anteriores apreciaciones de Bobbio, podemos ubicarnos en un mejor ángulo o perspectiva al momento de entrar a analizar como de manera paradójica para el filósofo del imperativo categórico y de la paz como lo es Kant, la guerra no deja de ser un mal aparente que intrínsecamente prepara un bien real al actuar como medio de un secreto plan providencial que tiene como meta obligar al genero humano a instaurar una legalidad que le permita acceder a un estado de convivencia pacifica duradero. Además de lo anterior, según el filósofo del imperativo categórico “la guerra ha contribuido al poblamiento de zonas inhóspitas de la misma manera que ha obligado a los hombres a establecer relaciones más o menos legales.”[8]  
De la misma manera no menos paradójica resulta la aseveración de Kant en el sentido de que “a pesar de los tormentos y horrores con que la guerra abruma a la especie humana, es sin embargo un impulso para desarrollar, hasta el más alto grado, los talentos que sirven a la cultura.”[9] Pero más llamativa aún, resulta  la exaltación hasta lo sublime que hace el filósofo alemán al afirmar que “la guerra cuando es llevada con orden y respeto de los derechos de los ciudadanos, introduce profundos cambios en la mentalidad de los pueblos, ya que una paz duradera traería el dominio de un espíritu de negocio, el egoísmo y la cobardía.”[10]      
 A pesar de ser inocultables semejantes incoherencias por parte del padre del imperativo categórico en el tópico arriba expuesto, no deja de ser plausible su visión sobre la necesidad de que los Estados, como mandato ético,  concentren con toda vehemencia sus esfuerzos en la búsqueda de la paz a través de la conformación de una gran federación de Estados de carácter ecuménico como forma de evitar las confrontaciones armadas.

Sin embargo, a este imperativo de consecución de la paz perpetua como un ideal o aspiración moral hacia el cual tiene que dirigirse la humanidad, según el filósofo de Koenigsberg,  le surgen objeciones y criticas, entre las cuales destacaré la que hace Hegel.
Para Hegel, la idea de Kant sobre la creación de una federación de Estados o pueblos sometidos mediante leyes publicas coactivas, mantenida y extendida sin cesar como medio para evitar las guerras y frenar las tendencias perversas e injustas, resulta ser un sueño o utopía al momento de trasladarnos al campo de la realidad con todas sus contingencias y vicisitudes. Esto, debido a que según Hegel, “si los Estados discrepan y no es posible armonizar sus voluntades particulares, ya sea por la ruptura de tratados o violación al reconocimiento y el honor a cada una de sus singularidades, la cuestión no puede ser ajustada entre ellos de otra manera sino a través de  la guerra.”[11]

La anterior aseveración se fundamenta en que es en la necesidad que tienen los Estados de afirmar su soberanía donde encontramos la irrupción de las guerras, y más concretamente en esa disponibilidad autónoma de ejercer el derecho a la fuerza. Un patético ejemplo que  a manera de negro presagio acompañaría el tortuoso devenir del Derecho Internacional, vendría a corroborarlo la concepción hegeliana sobre este aspecto, cuando hacemos un breve análisis retrospectivo sobre el fallido intento acometido por las potencias europeas en los albores del siglo XX con la creación de la Liga de las Naciones, con el objetivo de disipar futuras conflagraciones bélicas que tanta ruina y desolación habían causado a los pueblos del viejo continente con ocasión de la Primera Guerra Mundial.       

Ahora bien, si queremos ilustrar en mejor forma la posición de Hegel, apelemos textualmente a la siguiente interpretación: “en una concepción como ésta se insiste en que es la independencia y soberanía de los Estados, mas que su forma política, la condición relevante que permite o alienta las guerras; sin poner en cuestión la necesidad del poder político ni identifica la política con la diversidad de soberanías estatales. Simplemente, afirma que la ilimitación de la soberanía estatal es un factor necesario  de las guerras.”[12]

Sin temor a equivoco alguno, de todo lo anterior se deriva un aspecto importante como es el valor de los tratados entre las naciones,  a los cuales, Hegel les atribuye un papel poco confiable, ya que en el momento en que aquellas deciden hacer valer o reivindicar en un momento dado lo que ellas consideran sus derechos, como algo neurálgico y sustancial a su existencia de entes individuales y autónomos, siempre echarán mano del supremo recurso de la guerra. Además, para Hegel, el reclamo y la afirmación de un derecho por parte de un Estado, es la negación y el desconocimiento del mismo de su par en el concierto internacional, haciendo infructuosa la mediación de cualquier instancia de carácter supranacional. Lo anterior lo podemos ilustrar en el siguiente párrafo de Raymond Aron: “Los Estados no han consentido nunca ni consienten, en comprometerse incondicionalmente a someter a un arbitro o a un tribunal cuestiones que consideran de un interés vital. las disputas que son susceptibles de provocar la guerra son consideradas como políticas y, por ello, como no sujetas a procedimientos legales, puesto que en ciertas circunstancias los tratados y los acuerdos pueden ser o parecer injustos, y porque dudan en confiar a jueces la carga de juzgar de acuerdo con la equidad.”[13]
Sin embargo, al momento de hacer un balance crítico en todo este orden de ideas, es menester no pasar por alto y resaltar que lo que finalmente dio al traste con la iniciativa de insuflarle larga vida a la Liga de las Naciones, en ultimas, fue el inusitado despunte de los nacionalismos y la supremacía de los intereses imperialistas como reflejo fehaciente de las grandes desigualdades entre países e individuos. De la misma manera que la crisis del Derecho Internacional a la que asistimos en estos tiempos, tiene su génesis en la primacía de las relaciones de poder y en el sometimiento económico, político y militar por parte de las grandes superpotencias sobre indefensos Estados ricos en materias primas y en grandes mercados,  tan vitales para la vida y expansión de las grandes industrias monopólicas así como del gran capital financiero. Esto, se ve reflejado en las decisiones del Consejo de seguridad en la ONU, caracterizadas por la arbitrariedad y  agresión descarada por parte de las potencias que lo conforman mediante decisiones que son, algunas veces, avaladas mediante votaciones inducidas o manipuladas a través de países “amigos” o “socios” que tienen asiento en el seno de la ONU.

Ahora bien, después de visto el tópico atinente a lo que tiene que ver con la evaluación de la guerra, veamos lo concerniente a lo que tiene que ver con su consecuencia inmediata como es el tema de la paz, no ya entre las naciones, sino al interior de los Estados. Indudablemente que toda sociedad organizada racionalmente, requiere de una convivencia pacifica para hacer efectivo el cumplimiento de los principios jurídicos, de las leyes y de las costumbres. Esto hace que la paz al equiparase al medio o condición sine quanon mediante la cual se preserva y garantiza el goce de los derechos fundamentales y en especial el de la existencia, se convierta en una aspiración de carácter ecuménico al que tiende el genero humano, adquiriendo la connotación de un valor ético. Aquí es importante resaltar que en estas circunstancias, “las relaciones de amistad se traducen, normalmente, en relaciones de colaboración o, tal vez más exactamente, de cooperación entre los grupos sociales que renuncian a la violencia física como medio de resolver los conflictos.”[14]

Indudablemente que todos estamos de acuerdo con la necesidad de construir un autentico estado de convivencia pacifica estable y duradero, pero lo que no podemos pasar por alto es que este bien-valor como lo es la paz, necesita de una base o sustento material tangible para que sea real y permanente, porque de lo contrario corremos el riesgo de asimilarla a un ente abstracto, como otra entelequia mas en el reino de las ideas.
 Ante esto, se derivaría otro problema o interrogante más que pertinente por constituirse en algo de trascendental importancia para la vida de los pueblos, y que podemos resumir en las siguientes preguntas: ¿a qué tipo de paz aspiramos? ¿Es moralmente aceptable una paz impuesta por el vencedor, basada en el sometimiento y el miedo; en la negación y el desconocimiento de los derechos del otro? ¿O por el contrario, la garantía real y efectiva para que se de un auténtico estado de convivencia pacifica es la construcción de una paz positiva fundada en el consenso, el respeto,  el reconocimiento y  promoción de los derechos fundamentales? ¿Debemos descartar de plano y de manera tajante el recurso a la fuerza aún en situaciones extremas de exclusión y violación flagrante de los derechos humanos y la dignidad humana y aceptar sin mayores miramientos la paz? 

Desde la óptica de una ética de carácter rigorista, la guerra o el recurso a la fuerza es concebida  en forma tajante como un hecho inmoral por ser el escenario propicio para darle rienda suelta a los más bajos instintos así como a las pulsiones agresivas y de destrucción. Esto, debido a que en un estado de confrontación armada, es irrespetado el sagrado derecho a la vida y los seres humanos son víctimas de los más espantosos actos de crueldad y sevicia cuando no de los más aberrantes actos de instrumentalización, aunque muchas veces, en el plano retorico, aparentemente se defiendan ideales o causas justas. 
Ahora bien, el problema que suscitaría una condena tajante al legítimo recurso al uso de la fuerza en situaciones extremas, radica en el hecho de encubrir o justificar estados injustos de dominación despótica donde se conculquen abiertamente los derechos fundamentales y con ellos la autonomía y la dignidad humana. En este sentido, será que podremos catalogar de injusta o endilgarle el calificativo de “terroristas” como forma de deslegitimar  la lucha de la resistencia iraquí contra un ejercito de ocupación que ha desconocido las recomendaciones del Consejo de Seguridad de la ONU y ha pisoteado a su antojo el Derecho Internacional?
Claro está, aquí habría que diferenciar entre aquellas guerras que buscan defender la independencia, la soberanía nacional y restituir derechos fundamentales básicos que soporten una existencia en condiciones dignas, de aquellas guerras imperialistas que bajo el  eufemístico nombre de “guerras preventivas,” buscan someter y sojuzgar a pueblos enteros bajo el pretexto de combatir al “terrorismo”  en el mundo.
De la misma manera que merecen el total rechazo aquellos actos o acciones de terror y violencia generalizada contra la población civil neutral o ajena a la confrontación por el sólo hecho de pertenecer o tener la nacionalidad del Estado contra quien se mantiene la confrontación, así como contra las personas y bienes considerados como protegidos por el Derecho Internacional Humanitario. 
Es importante no pasar por alto, que llegado el caso de emprender una guerra o acción de fuerza con el argumento de defender fines nobles y justos, ya sea para repeler una acción de invasión o agresión externa o restituir derechos en estados totalmente atentatorios que anulen la existencia de una vida digna, desde ningún punto de vista esto daría pie para echar mano a toda clase de medios o acciones con tal de justificar esos fines. Ya que sería un contrasentido que con tal de alcanzar un fin noble y justo, se legitime cometer toda clase de vejámenes, injusticias y violaciones; poniendo así en entredicho el carácter justo de dichos ideales o fines.
Resultaría a todas luces paradójico declarar una guerra con el objetivo de restituir el pleno respeto a los derechos humanos, la autonomía y la dignidad humana, desatando una violencia generalizada, actos de crueldad y sevicia contra el adversario así como contra la población civil ajena a la confrontación.
Queda entonces claro que si lo que se quieren restituir son derechos básicos como la libertad y la dignidad, debe existir coherencia entre lo que se busca y los medios para alcanzar ese fin, sopena de quedar deslegitimizados ante la comunidad internacional y sometidos al escarnio publico por apelar  a métodos non sanctos a la luz de los tratados internacionales sobre la conducción de las hostilidades.


BIBLIOGRAFIA.

Ø  Alfonso Ruiz Miguel, La justicia de la guerra y de la paz. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid. 1985.

Ø  Aron Raymond. Paz y guerra entre las naciones”. Alianza Editorial. Madrid. 1985.

Ø  Bobbio Norberto; El problema de la guerra y las vías de la paz. Editorial Gedisa.

Ø  Fernández Flórez José Luis, Del Derecho de la Guerra. Edicion Servicio de Publicacione del ejercito. Madrid.

Ø  Gluckmann André, El Discurso de la guerra. Editorial Anagrama. Barcelona.

Ø  Hegel Guillermo, Filosofía del Derecho. Ediciones Universidad Central de Venezuela. Caracas 1976.

Ø  Horowitz, Irvin, La idea de la guerra y la paz en la filosofía contemporánea. Editorial Gedisa.

Ø  Kant Emmanuel, La crítica del juicio. Editorial Espasa-Calpe. Madrid. 1984.

Ø  ,,   ,,  ,,  ,,    ,,  ,,   La paz Perpetua. Editorial Porrúa. México.

Ø  Pedro Pablo Serna,  Control político de la Guerra. Tesis de  Grado Maestría en Ética y Filosofía política. Convenio Universidad del Norte- Universidad del Valle.



[1] Horowitz, Irvin, La idea de la guerra y la paz en la filosofía contemporánea. Pag. 17.  Editorial Gedisa. Citado por Serna Pedro Pablo, Tesis de grado: El control político de la guerra.
[2] Ruiz Miguel Alfonso; La justicia de la guerra y la paz. Pág. 121. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid.
[3] Hegel, Guillermo, Principios de la filosofía del Derecho Pág 57 Ediciones Universidad Central de Venezuela. Caracas. 1976
[4] Hegel. Op. Cit, Pag 158
[5] Gluckmann André, Pág 85 El discurso de la guerra. Editorial Anagrama. Barcelona.
[6] Bobbio Norberto; El problema de la guerra y las vías de la paz. Pág. 65. Editorial Gedisa
[7] Ibídem. Pág. 62
[8] Kant Emmanuel, La paz Perpetua. Pág. 231.  Editorial Porrúa. México. 1995
[9] Kant Emmanuel, La crítica del juicio. Pág. 394 Editorial Espasa-Escalpe. Madrid
[10] Ibídem. Pág. 165.
[11] G. F. Hegel, La filosofía del Derecho, Pág. 330. Ediciones Universidad Central de Venezuela. Caracas. 1976
[12] Ruiz Miguel Op. Cit. Pág.
[13] Aron Raymond. Paz y guerra entre las naciones”. Pág. 859. Alianza Editorial. Madrid. 1985
[14] Fernández  Flórez José Luis, Del derecho de la guerra. Pág. 36. Servicio de publicaciones del E.M.E. Madrid. 1982.

LA AUTO EVALUACIÓN COMO CULTURA INSTITUCIONAL: UN REFERENTE PARA TODA INSTITUCION EDUCATIVA EN PERMANENTE PROCESO DE MEJORAMIENTO.


Ponencia presentada por el Mg. Manuel Donado Solano. Coordinador (E) I. E Técnico Agropecuaria de Puerto Giraldo.


Releyendo un viejo pero sustancioso articulo publicado hace algunos años en el periódico El Tiempo por el profesor Francisco Cajiao y en el cual con gran tino y lucidez aseveraba : “La escuela es la puerta de entrada a la ciencia, a la amistad, al amor, a la sexualidad, al arte a la fantasía creadora y a los sueños de vida que rondan las mentes de niños y adolescentes”. Ante semejante responsabilidad tanto con la sociedad como con nosotros mismos en el ámbito de lo ético y lo profesional, volví a plantearme el interrogante de si estamos cumpliendo cabalmente como profesionales de la educación en el sentido de proyectarnos como institución para asumir con creces, en tiempos tan difíciles, este titánico reto de orientar a nuestros niños y jóvenes en un medio signado por unos mensajes distorsionados y nocivos de una sociedad de consumo cuyo único norte es el lucro, la ganancia y el provecho personal en todas las esferas de la vida como bien lo muestran los realitys con que nos indigesta nuestra televisión. Ante este permanente bombardeo publicitario e ideológico a nuestros jóvenes, además de encontrarse la mayoría de ellos en la etapa de la adolescencia, caracterizada por la irreverencia y el afán de independencia, sumado a la falta de una sana orientación en muchos hogares debido a múltiples causas, sentimos muchas veces sumamente difícil nuestra tarea debido a la falta de un real acompañamiento de los padres así como de la ausencia de políticas educativas de asesoramiento.  Ahora bien, además de lo anterior, agreguémosle que para nadie es un secreto el lastre que desde varios lustros atrás arrastra nuestro país en todo el orbe como uno de los mas intolerantes y corruptos; y como prueba de lo anterior tenemos el bochornoso espectáculo que enloda a la institución insigne y más representativa de la democracia como lo es el congreso de la republica, permeada hasta los tuétanos por el narcotráfico y los grupos armados tanto de izquierda como de la derecha  en el tan comentado últimamente y tristemente célebre fenómeno de la “parapolitica” para desconcierto y confusión de una juventud que ha visto con desencanto y frustración la indolencia de un Estado que mantiene a grandes sectores de sus ciudadanos en el abandono y la pobreza extrema así como la falsedad y doblez de las poses y discursos de un gran numero de sus mal llamados prohombres y dirigentes políticos, que hoy se encuentran en la cárcel y otros huyendo, quienes por debajo de la mesa hacían los más siniestros y sanguinarios pactos y acuerdos para consolidar y conservar a través de la violencia, el terror y el chantaje tanto el aumento del hectareaje de su gran propiedad territorial así como su caudal electoral y así perpetuarse en el poder político en sus regiones. Este lamentable mapa genético que históricamente le ha tocado arrastrar a nuestra Institución Educativa como espejo del medio en el cual le ha tocado actuar desde la vereda más apartada hasta el centro urbano, y que va en abierta contravía con lo que históricamente ha sido su misión y visión como es la de formar auténticos ciudadanos éticos, solidarios, con un altísimo aprecio por la vida, la transparencia y el trabajo,  indudablemente se constituye en el mensaje nefasto y contradictorio que diariamente le está enviando la sociedad a nuestros jóvenes y niños.  

Todos tenemos claro que si bien, tanto la escuela como la universidad son el reflejo y en cierta medida el espacio del modo de pensar y de las contradicciones que se larvan y se dan en la sociedad del momento histórico en que les toca actuar, pues sería iluso pretender que la institución educativa le de un vuelco a la mentalidad y los imaginarios colectivos de una nación que históricamente viene en crisis.               

 En medio de toda esta debacle, el papel de nuestras instituciones educativas y por ende el nuestro como docentes, es tratar de proyectarnos  lo mejor posible en nuestras comunidades como catalizadores, optimizando nuestro quehacer educativo orientando   los diferentes procesos   de convivencia ciudadana,  pedagógicos, comunitarios y administrativos los cuales deben reflejarse tanto al interior de nuestra institución y fuera de ella. Ahora bien, si partimos del hecho que la educación es un derecho fundamental que debe garantizársele a todos nuestros conciudadanos, así suene reiterativo, es un imperativo ético para con nosotros mismos como docentes(cualificarnos permanentemente) como para con los demás, en dar lo mejor de sí, y que nuestro trabajo sea de calidad. Esto no se consigue por el azar ni por la gracia de algunas mentes iluminadas poseedoras de la verdad y  la magia para buscarle la solución a todos los retos y situaciones problemáticas que se nos presenten. No, nada más equivocado. La clave para que nuestra Institución Educativa sea capaz de interpretar el entorno y proyectarse a través de una educación de calidad es trabajar en equipo al momento de diagnosticar, planear, ejecutar y evaluar consensuadamente los procesos para comprobar en qué hemos sido exitosos y en donde persisten nuestras debilidades y limitaciones para así conocer sus causas y tomar los correctivos adecuados.  En  esto es importante y necesario que periódicamente repasemos y repensemos a manera de balance evaluativo, nuestra practica docente, preguntándonos cómo ha sido el proceso que hemos venido adelantado con nuestros niños(as) y jóvenes así como el cumplimiento de nuestros compromisos con actividades propias de nuestro quehacer pedagógico o como directivo docente; todo esto, junto al no menos importante aspecto de las relaciones personales con quienes compartimos nuestras actividades diariamente o sea, el llamado clima institucional tan esencial para el éxito o logro de todas las metas que se proponga todo grupo o institución de cualquier índole. 

Ahora bien, en todo este orden de ideas esbozadas hasta el momento, insisto nuevamente en la pertinencia de volvernos a hacer la pregunta si nuestra institución  está en condiciones de asumir el reto de convertirse de la manera más idónea  en lo que propone el profesor Francisco Cajiao en el mencionado articulo. Me temo que la respuesta no sea satisfactoria en su totalidad, condicionada a un sin numero de dificultades, que si bien es cierto en gran parte tienen que ver con la negligencia e improvisación del Estado en su política educativa debido a su afán mercantilista de hacer regir también a la educación por las leyes del mercado , es innegable que algunas veces nos cabe una cuota de responsabilidad por la falta de mística y autentico compromiso al momento asumir algunas tareas de nuestro quehacer educativo. Pero cuando se trata de entrar a analizar donde radican nuestras mayores dificultades, indudablemente que  de manera muy sustancial, en un mayor grado, encontramos que se dan por la ausencia de un planeamiento sistemático y eficaz así como de una cultura de la evaluación que de cuenta de los diversos procesos que se dan al interior de nuestras instituciones, los cuales la mayoría de las veces los sacamos avante como producto de una rutina que año tras año nos ha permitido memorizar hacia donde apunta  nuestro quehacer, pero muy pocas veces como el resultado consensuado del delineamiento de un norte fundado en diagnósticos confiables sobre situaciones o problemas en la institución que nos permitan trazar políticas y acciones conducentes a superar dichos problemas o debilidades que obstaculicen el normal desarrollo de procesos ya sean en el plano académico, de convivencia y clima institucional, administrativo, directivo o de proyección comunitaria. Y mucho menos realizar las correspondientes evaluaciones de lo que hemos diagnosticado y planificado para ver si se llevaron a la práctica las políticas y las acciones conducentes a superar las limitaciones o debilidades diagnosticadas en nuestra institución.    

Es importante tener en cuenta que ante esta falencia entremos a replantear la necesidad Prima Facie de embarcarnos de la manera más honesta y sincera en lo que podríamos denominar como la sana apropiación de un proceso de evaluación institucional, ya que se convertiría en el elemento posibilitador en los actores educativos  de una reflexión que de cuenta o identifique los factores que históricamente han causado o conducido a las deficiencias halladas en la situación actual y sobretodo, los que deben ser modificados y removidos para favorecer un futuro deseable de los diversos procesos que sustentan el quehacer educativo en la institución. En este sentido, es de vital importancia en todo proceso de evaluación que identifiquemos nuestras fortalezas, debilidades, amenazas y oportunidades, concebidas como referentes sólidos que ayuden a aproximarnos a la excelencia educativa.
Si no nos apropiamos de una cultura de la evaluación, continuaremos reproduciendo esos procesos mecánicos y rutinarios que nos han empequeñecido como docentes y por ende postran a nuestra I. E en la inercia y la apatía. Ante esta nada recomendable situación como profesionales de la educación, pienso que tenemos que ser audaces en pensamiento al momento de proponer horizontes basados en lo que nos ofrece nuestro entorno así como creativos y persistentes en la acción construyendo consensuadamente un Proyecto Educativo Innovador que esté en función del mejoramiento y la previsión de los retos y las dificultades que constantemente surgen en la I. E y el entorno.

Esto solamente lo podemos alcanzar cuando en nuestra racionalidad eche raíces
una cultura que apunte hacia la planeación sistemática y unas pautas evaluativas permanentes en nuestro quehacer  diario como docentes. De lo contrario, continuaremos inmersos en la enceguece dora monotonía y la rutinaria repetición que tanto daño continúan  haciéndonos, impidiéndonos crecer profesionalmente.
Por  ultimo, recordemos que como seres humanos hermanados por la creación divina, y más aun, como docentes o directivos, el sentido de ser o estar en este mundo, es la practica de ese valor tan fundamental  como  es la solidaridad; entendida esta, no como un mero acto de caridad para con el prójimo, sino como el deber moral de contribuir a que nuestros jóvenes y todos quienes nos rodean alcancen sus objetivos y metas que les permitan construir un proyecto de vida digna que se refleje en su crecimiento personal e intelectual.

Esto debe ratificar aun más nuestro compromiso y responsabilidad con estos niños y jóvenes que la comunidad ha puesto en nuestras manos, convencida de nuestro profesionalismo y generosidad.

domingo, 13 de marzo de 2011

AUDIENCIA

Un encuentro casual tiene cosas tan ricas e impredecibles por no fundamentarse en la prevención. En el lapso de tiempo que me ha tocado vivir, entablar una conversación inesperada o presenciar fortuitamente un accidente en compañia de un transeúnte, nos muestra facetas tan abigarradas que pueden compararse a un diamante en bruto a la espera de la mano del excelso pulidor.

El trascendentalismo es una impronta que denota la inmadurez espiritual; un falso amigo siempre solícito a procurarnos con gran aspaviento la torcida visión.

Es menester deshacernos de la borrosa lupa y así evitar privarnos estar entre los elegidos -o iluminados- al momento de presenciar los esguinces que tras bambalinas hilvana algun dios o duende con fino sentido del humor en sus permanentes burlas hacia la atosigante realidad.

¿Será acaso una abrupta excepción que durante la tan publicitada audiencia, el maniaco reincidente vea en la grave sobriedad del juez parapetado detrás de su escritorio la imperturbabilidad que por momentos muestran los jóvenes con el síndrome de Down ante lo extraño y novedoso?

Es improbable que agreguen otro cargo a su expediente, si movido por la compasión o la piedad se acerque a palmear al atolondrado funcionario para constatar la inaudita desgracia que acompaña a su verdugo.

"¿Qué hacia usted el pasado sábado de carnaval a eso de la media noche en la esquina de Jesús con Cuartel?", inquirirá el juez en su afán de recuperar el dominio de la situación y poner nuevamente las cosas en orden, mientras se arrellena en el sillón y ajusta con cierto desdén los gruesos lentes de montura de carey.

Poco importa si la magra figura mienta o confiese la verdad. Por lo pronto, ya marcó un hito al transgredir esa relación de conciencia que se pavonea en la frágil torre de marfíl de la escualida racionalidad.
De ahora en adelante nos resistiremos a ver al indefenso convicto frente al encumbrado jurisconsulto y albacea de los rectos y lógicos principios de la convivencia social.

Nada de eso!!, seremos los agraciados espectadores de ése fantástico instante en que un alma, gracias a lo díscola y a su enfermedad, es capaz de explayarse en crescendo sobre el recinto y a la abulia del
solemne verdugo que, sentencia en mano, la conmina a marchitarse en el encierro y la soledad.  

ESCRITOS FILOSOFICOS Y LITERARIOS:

ESCRITOS FILOSOFICOS Y LITERARIOS: