UNA EPILEONTINA
Por. Manuel Donado SolanoÉste epíteto, lóbrego y solaz, como el callado rescoldo que ahora insinúa la tarde solariega, insufla en el nuevo texto un tono de equilibrio y de parco desengaño.
Aquí, la sobria adjetivación destila una tersa luminosidad sobre la acción trémula e incipiente o ante ese ente gris y entreverado, rara vez ruidoso o deslumbrante.
A su lado no tiene cabida lo truculento ni ese estilo afectado propio de lo postizo y del impostor que siempre busca seducir con proverbial cinismo a los lectores de última moda.
Ahora, cuando aquel profesor con ínfulas de gramático o el editor de algún tabloide, roido por el extenuante ejercicio periodístico, deciden encargarlo al momento de confeccionar la más cruel invectiva en algún libelo, huye despavorido hacia la sutil y reconfortante heredad de Stefan Zwig o Guy de Maupassant a recrearse ante tanto recato y decoro estilístico en sus obras memorables.
Es el raro y exquisito privilegio de un vocablo gravitando permanentemente en el exclusivo ámbito de esa excelsa creación reservada a las mas finas sensibilidades a través de la palabra; ornamento prodigioso para dar vida a las más sublimes obras de la vida y las letras.
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