sábado, 9 de agosto de 2014

NOCTURNAL

NOCTURNAL

Por : Manuel Donado Solano

Sólo sé que salía en las noches en que echábamos
de menos el sueño; en esas noches de incorregibles
juegos en la placita o, en el mejor de los casos, en el callejón.
 
¿Te acuerdas, Patricia, de esa muchachita macilenta que no
quería saber nada de las planas que le ponía el profesor y
se iba siempre con su muñequita de peluche a vernos jugar
hasta el cansancio?.
 
Sí, todavía te recuerdo así de flaquita con tus trenzas
y descalza gritando: ¡Gane! ¡Gane! Y de Ricardo —bueno,
aunque el pobre ya murió—, a quien todos temíamos al
momento de burlar. Aquel negrito rollizo que soñó con ser
boxeador y siempre enrollaba trapos en sus manos para
golpear los arboles, y los dejaba en paz hasta que sentía
haberse descompuesto alguna mano. Sí, el mismo que se
mató con una sobredosis de heroína porque nunca la vio y él
quería despedazarla y no sé quíen le dijo que inyectándose
la vería después de doce de la noche en los arrabales, que
era donde la veían salir y regresar muy desconsolada en la
madrugada; gritando más que nunca con su cara pálida; sus
ojos desorbitados, sus labios exangües y su larga cabellera
enmarañada. 

Sí, ella fue el trauma de Ricardo; hasta los veinte años
no hacía más que recorrer el pueblo todas las noches,
llamándola, gritándole procacidades.
 
Ahora veo que de nada sirvió que todos lo cogiéramos a
la fuerza para que lo internaran en el hospital mental. 

Y de Rojitas, ¿te acuerdas del cabezón?, el que siempre
se hacia la leva para ir a cazar palomas con la carabina de
diablos que le mandó un tío desde la capital. Sí, el mismo
que durante las interminables noches reventaba los faroles
del alumbrado público y, en el peor de los casos, le provocó
un infarto al profesor cuando mató el loro que había en el
patio del colegio.
 
Aquel lorito que repetía la cartilla de cartón y recitaba
el padre nuestro al pie de la letra.
 
Pero todo vino cuando mostró el boletín en su casa y su
padre vio que la cantidad de rojos era alarmante y decidió
confiscarle la carabina y ponerlo a dormir en el patio para
que lo asustara la llorona. Eso bastó para que Rojitas se
alistara en el ejército durante dos años y a su regreso se
dedicara a recoger dinero entre la población para hacerse
encargar una enorme bazuca con proyectiles atómicos y así
exterminar al invisible espectro que aún lo perseguía.
 
Fue un domingo de ramos cuando hizo los preparativos;
trazó las coordenadas, apuntó hacia la espesa montaña, y
vestido como todo un general, marchaba de un extremo a
otro, hablando solo y cantando la Marsellesa.
 
Hasta que apareció una patrulla del ejército requerida
por el alcalde, pero Rojitas seguía obstinado en disparar el
mortífero proyectil. Todo fue inútil, desobedeció las órdenes
que le transmitía el oficial a través de un megáfono y no
tuvieron más remedio que darle de baja.
 
Fue enterrado ese lunes con todos los honores militares.
 
En su casa aún se exhibe el uniforme robado a un general, la
gigantesca bazuca que a simple vista amenaza con vomitar
terribles fogonazos, y en una urna de cristal, el hermoso
proyectil atómico, capaz de arrasar a una ciudad entera.

Este breve relato hace parte de mi libro "En Torno A Una Rara Espera" que será publicado el próximo mes de Septiembre

jueves, 7 de agosto de 2014

INCERTIDUMBRES


Por: Manuel Donado Solano


Era una de esas madrugadas calurosas y húmedas que nunca faltan en el mes de Septiembre. A través de las persianas entreabiertas, empezaba a perfilarse una claridad grisácea que a medida que avanzaban las horas empezaba  a tornarse azul clara. Afuera, en la avenida, el aire era denso y ardiente. Sólo el impulso de uno que otro auto desplazándose a gran velocidad, inquietaban con un leve movimiento el follaje de las acacias y las palmeras que se amontonaban en el boulevar.

-Otra noche que pasas sin dormir. Dijo ella volviéndose para acomodar mejor el rostro sobre la almohada.

Él sintió el suave roce de sus muslos y el tibio contacto de sus senos redondos y duros, apretados contra su  antebrazo.

-Crees que me llamen. Dijo susurrándole al oído.

-Dios quiera que si. Anoche soñé que era tu primer día de trabajo y desayunabas a toda prisa para no perder el bus.

La abrazó con más fuerza y entonces sintió su respiración fuerte y pausada recorriéndole lo más profundo de sus entrañas.

-No, ahora no. Dijo ella zafando su cuerpo. Recuerda que no he comprado las pastillas.

El ruido estrepitoso y metálico, como el de un ejercito entrando a una ciudad, empezó a apoderarse de la avenida y luego del apartamento. Al principio, el movimiento de las balineras de hierro sobre el pavimento, emitían ruidos dispersos y metálicos.
Se levantó con sigilo y enrolló una toalla sobre la cintura. Apartó las cortinas, y una claridad débil y medio fosforescente empezó a invadir el cuarto.

-Ciérralas. Dijo todavía adormitada. Se va a llenar el cuarto de jejenes.

A través de las persianas pudo a aquel grupo de recicladores empujando sus carretas atiborradas de cartones y residuos industriales.

-Sabes una cosa?. Dijo mientras se dirigía a la cocina. -Debes irte a la casa de tus viejos hasta que salga algo. Estoy viendo todo esto muy complicado.

Un silencio lúgubre y espectral, como el de un museo, volvió a entronizarse.

-Apenas tienes un mes de graduado y ya quieres morirte porque no encuentras trabajo.

En aquel momento, sintió que un vacío indescriptible se apoderaba de todo su ser. Pensó en sus primeros semestres en la Universidad; en su incansable actividad de líder de izquierda que casi siempre copaba gran parte de su tiempo en organizar aquellas manifestaciones que eran verdaderas romerías.
Recordó aquellas comisiones estudiantiles encargadas de dialogar con aquel rector regordete y sanguíneo, presa de las peores crisis de histeria.

Colocó la olla del café sobre la estufa y se echó sobre la mecedora de mimbre. Escuchó a lo lejos el grito remoto y rutinario de los voceadores de periódicos.

-Te he ofendido. Dijo ella frotándole su mano sobre la frente. Perdóname pero es que tu desesperación me enloquece.

-Entonces soy más miedoso que tú. Dijo echándole el brazo sobre las caderas.

-No digas eso, un poco más desesperado sí.


A medida que el café empezaba a burbujear, un aroma puro y fresco les excitó el gusto. Ella se desprendió del brazo del hombre y alargó el suyo hasta la repisa de donde sacó dos tazas. Él apuró el café y se dirigió al cuarto. Descolgó un bluyin desteñido y sacudió un poco el suéter que llevaba el día anterior.

-Vas a salir?. Dijo ella apoyando el cuerpo sobre el marco de la puerta.

-Si. Voy a ver si hay una respuesta a mi solicitud.

-Tan temprano?

-Acaso no sabes que en estos días en cualquier momento se viene el aguacero?

Observó los oscuros y densos nubarrones impidiendo la salida de los rayos del sol. Después de avanzar varias cuadras, vio al otro extremo de la calle la inmensa mole de mármoles y granito que ocupaba la nueva Institución Educativa. Era un edificio del siglo XIX con muchas remodelaciones. En ese momento, una extraña desazón y un leve pesimismo empezaron a invadirlo mientras la humedad pegajosa y asfixiante se impregnaba en todo su cuerpo.
INCERTIDUMBRES


Por: Manuel Donado Solano


Era una de esas madrugadas calurosas y húmedas que nunca faltan en el mes de Septiembre. A través de las persianas entreabiertas, empezaba a perfilarse una claridad grisácea que a medida que avanzaban las horas empezaba  a tornarse azul clara. Afuera, en la avenida, el aire era denso y ardiente. Sólo el impulso de uno que otro auto desplazándose a gran velocidad, inquietaban con un leve movimiento el follaje de las acacias y las palmeras que se amontonaban en el boulevar.

-Otra noche que pasas sin dormir. Dijo ella volviéndose para acomodar mejor el rostro sobre la almohada.

Él sintió el suave roce de sus muslos y el tibio contacto de sus senos redondos y duros, apretados contra su  antebrazo.

-Crees que me llamen. Dijo susurrándole al oído.

-Dios quiera que si. Anoche soñé que era tu primer día de trabajo y desayunabas a toda prisa para no perder el bus.

La abrazó con más fuerza y entonces sintió su respiración fuerte y pausada recorriéndole lo más profundo de sus entrañas.

-No, ahora no. Dijo ella zafando su cuerpo. Recuerda que no he comprado las pastillas.

El ruido estrepitoso y metálico, como el de un ejercito entrando a una ciudad, empezó a apoderarse de la avenida y luego del apartamento. Al principio, el movimiento de las balineras de hierro sobre el pavimento, emitían ruidos dispersos y metálicos.
Se levantó con sigilo y enrolló una toalla sobre la cintura. Apartó las cortinas, y una claridad débil y medio fosforescente empezó a invadir el cuarto.

-Ciérralas. Dijo todavía adormitada. Se va a llenar el cuarto de jejenes.

A través de las persianas pudo a aquel grupo de recicladores empujando sus carretas atiborradas de cartones y residuos industriales.

-Sabes una cosa?. Dijo mientras se dirigía a la cocina. -Debes irte a la casa de tus viejos hasta que salga algo. Estoy viendo todo esto muy complicado.

Un silencio lúgubre y espectral, como el de un museo, volvió a entronizarse.

-Apenas tienes un mes de graduado y ya quieres morirte porque no encuentras trabajo.

En aquel momento, sintió que un vacío indescriptible se apoderaba de todo su ser. Pensó en sus primeros semestres en la Universidad; en su incansable actividad de líder de izquierda que casi siempre copaba gran parte de su tiempo en organizar aquellas manifestaciones que eran verdaderas romerías.
Recordó aquellas comisiones estudiantiles encargadas de dialogar con aquel rector regordete y sanguíneo, presa de las peores crisis de histeria.

Colocó la olla del café sobre la estufa y se echó sobre la mecedora de mimbre. Escuchó a lo lejos el grito remoto y rutinario de los voceadores de periódicos.

-Te he ofendido. Dijo ella frotándole su mano sobre la frente. Perdóname pero es que tu desesperación me enloquece.

-Entonces soy más miedoso que tú. Dijo echándole el brazo sobre las caderas.

-No digas eso, un poco más desesperado sí.


A medida que el café empezaba a burbujear, un aroma puro y fresco les excitó el gusto. Ella se desprendió del brazo del hombre y alargó el suyo hasta la repisa de donde sacó dos tazas. Él apuró el café y se dirigió al cuarto. Descolgó un bluyin desteñido y sacudió un poco el suéter que llevaba el día anterior.

-Vas a salir?. Dijo ella apoyando el cuerpo sobre el marco de la puerta.

-Si. Voy a ver si ya ya hay una respuesta a mi solicitud.

Tan temprano?

Acaso no sabes que en estos días en cualquier momento se viene el aguacero?

Observó los oscuros y densos nubarrones impidiendo la salida de los rayos del sol. Después de avanzar varias cuadras, vio al otro extremo de la calle la inmensa mole de mármoles y granito que ocupaba la nueva Institución Educativa. Era un edificio del siglo XIX con muchas remodelaciones. En ese momento, una extraña desazón y un leve pesimismo empezaron a invadirlo mientras la humedad pegajosa y asfixiante se impregnaba en todo su cuerpo.

INCERTIDUMBRES

INCERTIDUMBRES


Por: Manuel Donado Solano


Era una de esas madrugadas calurosas y húmedas que nunca faltan en el mes de Septiembre. A través de las persianas entreabiertas, empezaba a perfilarse una claridad grisácea que a medida que avanzaban las horas empezaba  a tornarse azul clara. Afuera, en la avenida, el aire era denso y ardiente. Sólo el impulso de uno que otro auto desplazándose a gran velocidad, inquietaban con un leve movimiento el follaje de las acacias y las palmeras que se amontonaban en el boulevar.

-Otra noche que pasas sin dormir. Dijo ella volviéndose para acomodar mejor el rostro sobre la almohada.

Él sintió el suave roce de sus muslos y el tibio contacto de sus senos redondos y duros, apretados contra su  antebrazo.

-Crees que me llamen. Dijo susurrándole al oído.

-Dios quiera que si. Anoche soñé que era tu primer día de trabajo y desayunabas a toda prisa para perder el bus.

La abrazó con más fuerza y entonces sintió su respiración fuerte y pausada recorriéndole lo más profundo de sus entrañas.

-No, ahora no. Dijo ella zafando su cuerpo. Recuerda que no he comprado las pastillas.

El ruido estrepitoso y metálico, como el de un ejercito entrando a una ciudad, empezó a apoderarse de la avenida y luego del apartamento. Al principio, el movimiento de las balineras de hierro sobre el pavimento, emitían ruidos dispersos y metálicos.
Se levantó con sigilo y enrolló una toalla sobre la cintura. Apartó las cortinas, y una claridad débil y medio fosforescente empezó a invadir el cuarto.

-Ciérralas. Dijo todavía adormitada. Se va a llenar el cuarto de jejenes.

A través de las persianas pudo a aquel grupo de recicladores empujando sus carretas atiborradas de cartones y residuos industriales.

-Sabes una cosa?. Dijo mientras se dirigía a la cocina. -Debes irte a la casa de tus viejos hasta que salga algo. Estoy viendo todo esto muy complicado.

Un silencio lúgubre y espectral, como el de un museo, volvió a entronizarse.

-Apenas tienes un mes de graduado y ya quieres morirte porque no encuentras trabajo.

En aquel momento, sintió que un vacío indescriptible se apoderaba de todo su ser. Pensó en sus primeros semestres en la Universidad; en su incansable actividad de líder de izquierda que casi siempre copaba gran parte de su tiempo en organizar aquellas manifestaciones que eran verdaderas romerías.
Recordó aquellas comisiones estudiantiles encargadas de dialogar con aquel rector regordete y sanguíneo, presa de las peores crisis de histeria.

Colocó la olla del café sobre la estufa y se echó sobre la mecedora de mimbre. Escuchó a lo lejos el grito remoto y rutinario de los voceadores de periódicos.

-Te he ofendido. Dijo ella frotándole su mano sobre la frente. Perdóname pero es que tu desesperación me enloquece.

-Entonces soy más miedoso que tú. Dijo echándole el brazo sobre las caderas.

-No digas eso, un poco más desesperado sí.


A medida que el café empezaba a burbujear, un aroma puro y fresco les excitó el gusto. Ella se desprendió del brazo del hombre y alargó el suyo hasta la repisa de donde sacó dos tazas. Él apuró el café y se dirigió al cuarto. Descolgó un bluyin desteñido y sacudió un poco el suéter que llevaba el día anterior.

-Vas a salir?. Dijo ella apoyando el cuerpo sobre el marco de la puerta.

-Si. Voy a ver si ya ya hay una respuesta a mi solicitud.

Tan temprano?

Acaso no sabes que en estos días en cualquier momento se viene el aguacero?

Observó los oscuros y densos nubarrones impidiendo la salida de los rayos del sol. Después de avanzar varias cuadras, vio al otro extremo de la calle la inmensa mole de mármoles y granito que ocupaba la nueva Institución Educativa. Era un edificio del siglo XIX con muchas remodelaciones. En ese momento, una extraña desazón y un leve pesimismo empezaron a invadirlo mientras la humedad pegajosa y asfixiante se impregnaba en todo su cuerpo.