LA ÉTICA COMO CRITERIO INDISPENSABLE E INCONTROVERTIBLE AL MOMENTO DE EVALUAR LA POLÍTICA Y LA GUERRA.
Por Manuel Donado Solano.
Un aspecto que no podemos pasar por alto y el cual debemos resaltar, tiene que ver con el hecho que en la tradición de la filosofía política suscita el carácter problemático de la relación entre ética y política. Esto, debido al interrogante que deja abierto el hecho de considerar a la política como ese juego de fuerzas dirigida por una racionalidad pragmática hacia la búsqueda y conservación del poder político sin reparar en restricciones y escrúpulos de carácter moral, de un lado; y por bel otro, a la ineludible exigencia del acatamiento y observancia de criterios y principios ético-morales que guíen la toma de decisiones políticas así como en el desempeño de la misma.
Para hacer más explícito el enfoque expresado anteriormente, sería pertinente traer a colación el siguiente comentario del profesor Angelo Papacchini: "los que defienden la autonomía de la política tachan de moralismo abstracto a quienes pretenden desconocer lñas exigencias peculiares del juego político que debería responder a su propia lógica interna, más que a postulados y axiomas impuestos desde afuera. Quienes proclaman por el contrario, el primado de lo moral, condenan como una actitud irresponsable y cínica de quienes descuidan y subvaloran todo lo que no tiene que ver con cálculos estratégicos de eficacia" (Papacchini, Angelo. Los Derechos humanos, un desafío a la violencia.Pag. 405. Ed Altamir. Bogotá)
Desde ningún punto de vista puede considerarse como algo útopico que la política, generalmente equiparada por su misma dinámica a la conjunción de fines poco claros e intereses encontrados y cuya faticidad se mueve muchas veces entre máximas propias del cálculo egoista, se imponga como un deber la regulación de su actividad mediante principios ético-morales de carácter universal.
Esto adquiere mayor relevancia sobre todo si tenemos en cuenta que "el criterio de la dignidad pretende medir la moralidad de los seres racionales -y también de los políticos- en función de cual sea la manera de tratar a los demás sujetos implicados en una decisión. Considerando que las personas, por su autonomía, por su capacidad autolegisladora, son portadoras de dignidad, de un valor absoluto, y no son reductibles a precio, a instrumentos de cualquier fin, por muy legítimo que sea, las decisiones políticas se sitúan ante uno de los límites morales más agudos" (Bonete Perales, Enrique. La política desde la ética. Tomo I. Pag.29. Ediciones Proyecto@. Barcelona. 1998)
Pero no obstante del carácter incontrovertible de la anterior aseveración, en la tradición del pensamiento político occidental han existido quienes desde una óptica opuesta han sostenido la firme convicción de la necesidad y conveniencia de una separación tajante entre la esfera de lo político y la de lo ético-moral; eximiendo a la primera en su pragmática e intrincada dinámica, de todo límite o restricciones de carácter moral que en un momento dado pueden entorpecer o dar al traste con los más caros proyectos o elevadas razones de Estado.
Entre los más connotados y fieles exponentes de esta concepción, encontramos al secretario florentino Nicolás maquiavelo, quien, según la tesis del filósofo italiano Benedetto Croce, "es quien descubre la necesidad y la autonomía de la política, la cual está más allá del bien y del mal moral, tiene leyes ante las que resulta inútil revelarse y nopuede ser exorcizada y manejada desde el mundo con agua bendita". Y mas adelante agrega: "el pensamiento de Maquiavelo encuentra inusitada vigencia entre aquellos quienes hacen un esfuerzo para clasificar el concepto de prudencia y astucia y en poco o casi nada de la virtud política, sin que para nada sea confundido con el de virtud moral, y también sin dejar por fuera la posibilidad de negar lo anterior" (Croce Benedetto, Politics and Moral. Pag.59-64. Philosophical Library. New York, 1945)
Hacer viable una actividad sustentada bajo los derroteros de la concepción anteriormente analizada nos conduciría fácilmente a instaurar un Estado fundado, además de las relaciones de poder, en el fraude, el despotismo y la arbitrariedad con tal de garantizar su supervivencia y seguridad. La supremacía de las razones de Estado y su defensa avalarían incluso actos y conductas inmorales; plasmadas en los procedimientos más crueles y reprobables con tal de preservar el "orden" y el establecimiento institucional. Indudablemente que esto se haría extensivo a ese juego de fuerzas, propio de la actividad política, en su brega por la conquista del poder.
En este orden de ideas, nos resulta claro colegir que la experiencia de los hechos históricos nos han mostrado hasta la saciedad que todo aquello que tiene que ver con los preparativos de la guerra, ineludiblemente constituye una parte esencial de la política. En este sentido podemos decir que desde una perspectiva ética sea imposible legitimar, desde todo punto de vista, cualquier proyecto político que cuente con la guerra y el asesinato selectivo como principios básicos, así como iniciar una guerra o confrontación armada, por muy justa que esta sea, donde se apelen a medios o métodos crueles y degradantes que violen flagrantemente la dignidad humana entre combatientes y no combatientes, perdiendo así cualquier viso de legitimidad.
Teniendo en cuenta lo que se ha venido planteando, cobra gran importancia lo concerniente al hecho de que la política y la guerra deben ser sometidas al escrutinio de la ética como condición esencial para el respeto de los derechos de los actores armados enfrentados y de la población civil ajena a la guerra.
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